lunes, 24 de diciembre de 2012

LA FANTASÍA DE UN VARÓN: “FELICIANO CAPULLO, QUEREMOS UN HIJO TUYO”.




Ocurrió mientras tomaba unas copas a altas horas de la madrugada. Había en el local una mujer bellísima de ojos negros, penetrantes,  apenas inocentes, en los que se advertía un instinto de juego poco común, una innata capacidad para el goce. Ademanes delicadamente femeninos que la convertían en una mujer de esas cuya cercanía se anticipa con más miedo aún que deseo. Pero estaba junto a otro, era de otro.
La fantasía de que ella pudiera entregarse a él -ya fuera en calidad de novio, marido, amante o ligue- de que quizás horas más tarde consintiera abandonarse al deseo voraz de aquel intruso, ofrecerse desnuda a sus manos ansiosas, obteniendo en ello un placer intenso y a la vez ajeno a mi persona, me golpeó con tal violencia, que sentí cómo un dolor amargo y áspero me zahería de pronto el costado, una envidia inmisericorde mordisqueaba mi alma en carne viva.
Comprendí hasta qué punto es intolerable que alguna mujer bella pueda no ser mía, la dulzura contenida en el sueño islámico de ser el único jeque de un inmenso harén en el que todas las formas de sensualidad femenina estuvieran a mi alcance, y donde las más hermosas hembras de la especie se entregaran a mí sin yo pedírselo, por un impulso irrefrenable hacia lo que yo soy y represento.
Necesitaba escapar del local a toda prisa, las copas se me habían revuelto en el estómago al comprobar que era sexual y afectivamente prescindible para la práctica totalidad del género femenino, cuyas atractivas componentes se mostraban capaces de gozar -aunque parezca increíble- sin que yo fuera la causa directa de ese gozo, como si no existiera. 
              Hasta que acudió en mi ayuda un ángel, sí, un invisible ángel azul venido desde el fondo más vital de mi inconsciente, que me susurró al oído una alternativa que no había considerado hasta la fecha: la posibilidad de que ellas, esos seres mágicos que codiciaba hasta la amargura, no lograran entregarse a otro de forma auténtica y cabal,  de que en algún momento del encuentro amoroso se darían cuenta de que una falta sutil impedía la plenitud anhelada, de que aquello tan solo formaba parte de un camino, de una búsqueda cuyo objetivo y centro último era yo.



 "De ilusión también se vive" 
                              
                Feliz año 2013

miércoles, 12 de diciembre de 2012

12/ 12/ 2012 CANTO AL UNIVERSO




           Quiero ser tan brillante como tú, sol,  para que cuanto me circunda resplandezca en mí con su belleza única.

Quiero ser tan sencillo como tú, cristal, para dejar pasar a través de mí el aspecto verdadero de las cosas.

Quiero ser tan cálido como tú, fuego, para que nadie junto a mí pase frío.

Quiero ser tan fértil como tú, tierra, para que sobre mí arraigue y florezca lo que está vivo.

Quiero ser tan sutil como tú, aire, para elevar puentes de amor entre la luz y los colores, la música y el oído.
      
Quiero ser tan abundante como tú, océano, para que nada se vuelva en mí escaso o mezquino.

Quiero ser tan poderoso como tú, huracán, para arrancar a mi paso hasta las injusticias de raíces más viejas.

Quiero ser tan tierno como tú, beso, para convertir cuanto soy en  caricia.

         Quiero ser tan mágico como tú, mujer, para que 
ni la más leve  hierba deje en su sencillez de asombrarme.                                 

lunes, 10 de diciembre de 2012

Diccionario de un neurótico



 A mis compañeros de Valdivielso, con quienes compartí un trecho en el fascinante  viaje a la autenticidad. Al menos ellos sabían que estaban locos.
                              
  • Falsa generosidad: me encanta que disfrutes, pero solo a condición de que lo hagas  conmigo.
  • Pudor y sed de contacto: Me enloquece tocarte con la voz,  pero no puedo abrazarte sin el terror de quien salta al vacío.
  • Voracidad culpable: Cuando por fin logro disolverme en la eterna ubre del placer, el miedo y la culpa me recuerdan quien soy, agriando por un momento su leche blanca.
  • Temeridad: Estoy tan estúpidamente seguro de que todo cuanto vive desea pertenecerme, que dejo a la intemperie, a merced de cualquier ladrón,  cuanto amo.
  • Vanidad: Solo estoy seguro de existir en el precario resplandor de la risa, el aplauso y la mirada ajena.
  • Dependencia: Bailarás bajo el poder irresistible de mi canto, pero yo seré un servil esclavo de tu oído.
  • Culpa: Nunca me dije con reproche: "¡Cómo fuiste capaz!", sino "¡Cómo serás capaz!". Puesto que la culpa es el peaje del alma a lo prohibido, prefiero pagar por adelantado. Así lo que resta es puro gozo.
  • Charlatanería: Desde que dejé de succionar no he parado de hablar, buscando en vano en la palabra aquella sensación de leche cálida. 
  • Hedonismo: Jamás he podido sufrir más de veinte minutos seguidos, mi alma tiene una piel tan delicada como el cutis de un niño. 
  • Soledad: Estar solo es la angustiosa pausa de un glotón antes de volver a atiborrarse de los otros.
  • Impaciencia: El infierno es esperar en una cola o la promesa firme de  tu pantalón ceñido.
  • Activismo: La inacción es otra forma de decir hastío. 
  • Narcisismo: No puedo dejar de preguntarme ante la visión de multitudes anónimas cómo tal número de seres pueden llegar a existir sin conocerme.
  • Rivalidad: Mi avidez de atención es más vasta aún que el cielo estrellado, pero no competiré por el centro salvo que haya mujeres entre el público.
  • Mesianismo: El mundo sin mí perecerá.
  • El perseguidor: Mi lengua es de seda hasta que tu resistencia la convierte en látigo.
  • Intolerancia a la frustración: La rabia es el rostro cruel de mi apetito insaciable.
  • Intelectualismo: Mi cerebro surca  con celo depredador el amplio cielo tras arrojar al corazón por la borda.
  • Descorporalización: A veces pienso que bajo mi cabeza hay algo que se desplaza, hace pis y bosteza.
  • Envidia: La forma más punzante de dolor es observar a una mujer hermosa entregada a otro hombre, no ser absolutamente preferido.
  • Esquizofrenia sexual: No puedo amarte y desearte al mismo tiempo. He de elegir forzosamente entre la puta y la virgen, entre lujuria y sensiblería. Y tú te me escapas siempre entre ambos extremos.
  • Despersonalización del prójimo: Nunca olvidaré tu cara pero con dificultad recordaré tu nombre.
                                             

viernes, 9 de noviembre de 2012

UNA PROPUESTA PARA FRENAR LOS DESHAUCIOS



                                                 I
Aparte de las intervenciones puntuales que se vienen realizando en cada barrio para frenar los desahucios, estimo que ha llegado el momento de que la ciudadanía legisle directamente a gran escala sobre el particular. Estos serían en mi opinión los pasos a seguir:
                
1)                          Convocar una asamblea urgente a la que asistan todos los colectivos sociales que se oponen a la práctica del desahucio: sindicatos, asociaciones, jueces, partidos, movimientos, ciudadanos independientes, etc.
2)                          Establecer de forma consensuada un conjunto de medidas justas y eficaces para poner fin a este drama: dación en pago, moratoria a las personas que no puedan pagar por carecer de recursos, obligación de ofrecer en régimen de alquiler asequible las viviendas hipotecadas a las familias, etc.
3)                          Enviar a todos los bancos con sede en el territorio nacional un comunicado con la orden cívica que los conmina a implementarlas, así como la consecuencias que se derivarían de su incumplimiento, concediéndoles el plazo máximo de un mes para que notifiquen su disposición al respecto.
4)                          Dar la máxima difusión a una lista pública con los bancos que no están dispuestos a respetar las medidas aprobadas  y de los grupos políticos que no están dispuestos a convertirlas en ley. 
5)                          Proceder a partir del día convenido al desahucio de dichas entidades financieras y de los grupos políticos que les sirven de cobertura: sacar de ellos nuestros ahorros, nuestras nóminas,  nuestras prestaciones por desempleo, nuestras pensiones, nuestras hipotecas sin riesgo, nuestros impuestos y nuestros votos y llevémoslos a aquéllos que se comprometan de manera fehaciente a respetar las medidas aprobadas. A partir de un número crítico de fondos retirados los bancos rebeldes cederán  por propio interés. 

                                               II
 LOS UNOS Y LOS OTROS, ESPECULADORES Y MORADORES.

Para unos la vivienda es un frío valor mercantil, un bien inmobiliario que puede cuantificarse en unidades de euro; para otros es una prolongación del cuerpo, un nido, una madre.
 Para unos la humana necesidad de cobijo, el no poder resistir a la intemperie es una segura oportunidad para lucrarse, la expectativa de un pingüe beneficio; para otros es tan solo una razón para estar juntos, la aspiración de fundar un hogar donde  existir sin inclemencias cuando llega la noche.  
 Para unos toda casa tiene precio; para otros, solo valor.
  Para unos la vivienda es un agregado de materiales inertes cuya venta genera plusvalías; para otros es una delicada piel que nos envuelve en otoño, cuando la lluvia golpea a través del cristal.
Para unos la casa es un inmueble susceptible de ser  intercambiado, tasado, vendido, hipotecado; para otros es un jeroglífico de besos firmados,   de aromas con patente, de risas con autor.
 Para unos las casas son de cemento, solo tienen cuerpo; para otros son construcciones de luz y de palabra, disponen de memoria, gozan de intimidad.
Desahuciar a una persona es para unos compensar una deuda, cumplir una amenaza; para otros, desollarla viva, como arrojar el cuerpo de un niño en el áspero invierno, abandonarla a su suerte, violar su humanidad.

                         
 En homenaje a Amaya, que cuando salió por última vez de su casa encontró que solo había vacío.
















                          


















                           

jueves, 25 de octubre de 2012

La peligrosa distracción del independentismo


El órdago soberanista planteado por el Presidente de la Generalitat, Artur Mas, con el apoyo de buena parte de la sociedad catalana, al gobierno español, ha añadido una enorme dosis de inquietud a un panorama ya suficientemente sombrío por el efecto de los recortes. Sin entrar a valorar la  legitimidad de la pretensión independentista ni su viabilidad –me considero defensor de un modelo de federalismo solidario–, no puedo sino censurar su lamentable inoportunidad.

1.- Distrae la atención del verdadero conflicto que la crisis plantea, que no es el del autogobierno nacional sino el del autogobierno social, es decir, el de si el Estado  ha de servir al interés de los ciudadanos o al de los mercados, y no el de cuántos Estados sería justo constituir. La primera cuestión es políticamente más esencial que la segunda y creo ser honesto al afirmar que preferiría ser un ciudadano con derechos y protecciones  plenas en un estado extranjero que desempleado y súbdito en el propio.

2.- La urgencia de las reivindicaciones soberanistas solo podría estar justificada cuando la parte presuntamente ocupada estuviera en grave inferioridad de derechos, libertades y prosperidad respecto a la parte ocupante. Si tenemos en cuenta que la renta per capita en Cataluña en el 2011 fue de 27,300 euros frente a la media nacional cifrada en 23,271, y a los 16.149 de Extremadura, surge la sospecha de que la verdadera motivación de la urgencia no sea la romántica sublevación de la colonia contra la metrópoli,  sino el desnudo interés económico: el deseo de la parte rica de reducir su contribución a la parte pobre. 


3.- El debate identitario hace que el conflicto vertical entre élites financieras y ciudadanos oprimidos se soslaye en beneficio del choque horizontal entre catalanes pobres y españoles pobres, que la indignación por las injusticias sociales se sublime en odio patriótico, que la transformación social se sustituya por la confrontación nacional, que la lucha contra el desmantelamiento del estado de bienestar se convierte en agria disputa entre las víctimas de dicho desmantelamiento.

4.- La rivalidad nacionalista, lejos de debilitar a los gobiernos conservadores que la provocan, tanto de España como de Cataluña, responsables de los recortes y rehenes de los mercados, les dará cohesión y legitimidad. Dada la visceralidad  que involucra este tipo de conflictos, todos, ciudadanos de izquierdas y derechas, cerraremos previsiblemente filas en torno a nuestros respectivos comandantes en jefe, sea Rajoy o Artur Mas. Nuestra procedencia será más importante que nuestra condición. De este modo los efectos devastadores de las políticas neoliberales dejarán de ocasionar el merecido desgaste a sus gestores -esa ha sido precisamente la astuta estrategia de Artur Mas.  

5.- El conflicto nacionalista, por su propia naturaleza no puede ser dirimido por medio de un referéndum de autodeterminación, ya que tendría que ser deslindado previamente cuál es el ámbito en el que éste debe realizarse, Cataluña o España. ¿Corresponde el título de pueblo soberano al territorio que reclama la secesión o al que se considera con potestad para otorgarla? Dilema irresoluble en términos estrictamente democráticos -la democracia confiere legitimidad a la mayoría de las respuestas, pero no establece quién, el todo o la parte que quiere ser el todo, tiene legítimamente derecho a la pregunta-, por lo que corre el riesgo de desembocar en un estallido de violencia. 

     6.- Es ingenuo pensar, y éste es tan solo un argumento pragmático, que el nacionalismo español cederá pacíficamente, en términos económicos o policiales, a una declaración unilateral de independencia por parte del nacionalismo catalán. No olvidemos que lo que define a un estado en último término, como indicó Max Weber, es el monopolio de la fuerza; que será probablemente utilizada con firme convicción, si llega el caso, al amparo de la constitución de 1978, provocando una herida que costará décadas restañar. Y Artur Mas lo sabe, o debería saberlo. Lo que lo convierte en un necio o un irresponsable o ambas cosas a la vez.
   

jueves, 18 de octubre de 2012

Idiocracia, Rajoy y la mayoría silenciosa




A pesar del revuelo que en los ámbitos de la izquierda más comprometida produjeron las palabras de Rajoy, ensalzando a la mayoría silenciosa tras el 25 S, será mi intención defender en este artículo, sin que sirva de precedente, la incuestionable verdad que contenía la intervención del Presidente del gobierno.

Primera premisa: Se están efectuando severos recortes en pilares básicos del estado de bienestar, como la sanidad y la educación, cuyo impacto se deja sentir, bien que de manera desigual, sobre el conjunto de la ciudadanía, aproximándose el número de parados a los seis millones, al tiempo que las condiciones de quienes trabajan han empeorado ostensiblemente como consecuencia de la reforma laboral.

Segunda premisa: La magnitud del fraude fiscal en España, según el Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda, asciende a 90.000 millones de euros anuales,  de los que el 72% corresponde a grandes empresas y  patrimonios. Si dicho fraude se hubiera reducido tan solo a la mitad, los anteriores recortes  no hubieran sido necesarios. De donde se desprende matemáticamente que el interés lucrativo del 1% de la población tiene prioridad, para los sucesivos gobiernos, sobre las necesidades básicas del 99% restante.

 Respuesta del pueblo soberano: Votar por mayoría absoluta a un partido de ideología neoliberal -receloso de lo público y defensor a ultranza de un mercado descontrolado. Las huelgas convocadas para oponerse después a sus lesivas disposiciones apenas han sido secundadas por un 50%, y las manifestaciones rara vez han logrado superar el millón de participantes. Si la parálisis hubiera afectado al 80% del aparato productivo o tan solo cinco millones de personas –de los cuarenta y siete censados– hubieran salido a la calle en una sola ocasión, el gobierno se habría visto obligado probablemente a modificar su programa de reformas.

Conclusión: La culpa del progresivo desmantelamiento del estado de bienestar no la tienen los banqueros, que velan celosamente por sus intereses; ni los políticos, que administran los intereses de aquéllos; ni los antidisturbios, que amoratan las costillas de los manifestantes; ni la ley electoral, promulgada para impedir una alternativa al bipartidismo; ni los sindicatos, instituidos para garantizar una relativa desigualdad a cambio de una relativa seguridad.
No, la culpa es del PUEBLO que lo refrenda y consiente, de esa mayoría silenciosa de la que habla Rajoy, que prefiere quedarse en casa antes que salir a defender sus mermados derechos,  que se abstiene de hacer huelga antes que perder el salario de un día,  que se culpa a sí misma de la crisis antes que a la usura de los especuladores financieros, que se solaza con programas de cotilleo antes que informarse de forma veraz, que se guía por los sermones de la conferencia episcopal antes que por los dictados de su propia conciencia, que sostiene con fervor los mecanismos que la oprimen antes que reivindicar su amenazada libertad, que sigue dócilmente las consignas de charlatanes mediáticos antes que atreverse a pensar por sí misma, que apuesta cobardemente a lo malo conocido antes que a lo bueno por conocer. 
Mas la responsabilidad de tan generalizada minoría de edad no es una incapacidad congénita de nuestro intelecto, como reconociera Kant hace ya más de dos siglos, sino la pereza culpable por la que decidimos renunciar a nuestra autonomía personal y al honrado esfuerzo de defender y conquistar nuestra dignidad cada día.
 Despertemos de una vez de los mitos, empezando por aquél según el cual nuestro régimen de gobierno es una democracia, un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. En el estado español, y tal vez en todos los estados conocidos, el número de los súbditos supera con creces al de los ciudadanos. El sufragio universal, que legitima numéricamente nuestra dominación, habría sido abolido a la fuerza hace años si existiera el mínimo riesgo de que los ciudadanos pudiéramos llegar a ser mayoría.
Llamemos pues a las cosas por su nombre y disminuirá el nivel de nuestra frustración. Vivimos en una plutocracia, un gobierno de los ricos, por los ricos y para los ricos, cuyo reverso y colaborador necesario es una idiocracia, un gobierno de los necios, de los esquiroles, de los serviles, de los cobardes, de los perezosos, de los idiotas. ¿Sería eso lo que quería decir Rajoy al referirse a la mayoría silenciosa?

jueves, 27 de septiembre de 2012

TOMATEAR EL CONGRESO



 
La decisión del alcalde de Buñol de cobrar cinco euros a los turistas que asistan masivamente a la tomatina, televisada en el noticiario del mediodía unos instantes después de los altercados del 25 S, ha suscitado en mí un proyecto insurreccional de largo alcance que paso a exponer:
Diré como base política previa a la exposición de la técnica defensiva  que intento promover, que lejos de una visión roussoniana del mundo, según la cual el ser humano es bondadoso por naturaleza, desde hace  tiempo estoy convencido de que la libertad no puede subsistir sin el uso organizado de la fuerza. Por desgracia sospecho que siempre habrá una minoría que pretenderá ejercer  dominación sobre sus semejantes, sea por codicia,  vanidad o cualquier otro motivo. Amarga certeza que me ha llevado a respetar escrupulosamente a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, a los que juzgo, frente a posiciones anarquistas,  como ejecutores de una misión antipática pero socialmente necesaria: la de velar, a mamporrazos proporcionados,  por  nuestros derechos y libertades.
Lo que nunca pude imaginar es que esa minoría pudiente, de cuya codicia debían protegernos, lograría controlar, mediante sutiles mecanismos financieros, las altas instituciones del Estado en perjuicio de los ciudadanos corrientes –aunque buena parte de éstos, por interés, manipulación, temor o ignorancia, sigan creyéndose representados.
La neutralidad de policía y guardia civil, subordinada a autoridades civiles y no militares, que constituye el éxito indiscutible de la transición, suscita en este momento, por las circunstancias señaladas, una terrible paradoja: las fuerzas del orden, al obedecer a un gobierno secuestrado por los mercados, acaban convirtiéndose, tal vez a su pesar, en fuerzas represivas, que lejos de garantizar nuestras libertades apuntalan nuestro sometimiento, que lejos de defender la democracia impiden su rescate, que lejos de servir al pueblo soberano colaboran de forma  leal en su tiranía. Pero ¿qué tiene que ver esto con la tomatina?
Si estas convicciones son ciertas, el problema no solo es de índole política sino táctica, estratégica ¿Cómo pueden ciudadanos inermes enfrentarse a cuerpos armados de una forma efectiva y  pacífica, cuando estimen que limitan de un modo abusivo sus acciones de protesta, sin generar lesiones ni incurrir en dolosas consecuencias penales? La solución está en un arma química ancestral conocida como Solanum lycopersicum: el tomate.
Una multitud indignada, cada uno de cuyos miembros fuera provisto de un cestillo de tomates, podría enfrentarse con éxito a un pelotón de antidisturbios.  La infantería de lanzadores de esta jugosa baya bañaría en pocos segundos en caldo rojo los cristalinos cascos de sus oponentes armados, impidiendo su visibilidad y ralentizando sus cargas a ritmo de cine cómico, por el riesgo de resbalar en una superficie gigante de pisto manchego.
Tal vez no se conseguirían tras el primer mojete  los objetivos políticos previstos, pero el terapéutico disfrute de los asistentes estaría asegurado, los indignados podríamos al menos descargar nuestra ira y no venirnos a casa humillados y cabizbajos por las cargas policiales. La dimensión de la mancha roja permitiría determinar aproximadamente el número de participantes de forma más certera que la empleada por la delegación del gobierno.
Todos serían ventajas. Las propiedades químicas de esta autóctona herramienta bélica impiden que se generen suciedades estables en las paredes de los edificios y se retira con relativa comodidad del asfalto. Los tomates no tienen punta ni dureza, son armas blandas, casi lánguidas, que se despanzurrarían generosamente contra la pétrea consistencia de los cascos, porras, perros, caballos y escudos de los antidisturbios. Además de representar, por su esfericidad, la sociedad perfecta, y por su color rojo, al noble movimiento obrero. Nadie podría acusarnos de militarizar las revueltas, al no ser un general sino un chef quien comandaría la resistencia tomatada.
Con el afán punitivo que lo caracteriza, el PP y su ministro Gallardón  modificarían a buen seguro en el próximo consejo de ministros el código penal, ajustando las penas al grado de madurez del tomate. Los tomates verdes solo deberían usarse en caso de extrema necesidad, por ejemplo frente al lanzamiento de pelotas de goma de similares dimensiones o ante personalidades de mollera dura, como Cospedal, Esperanza Aguirre o José Ignacio Wert, que repelerían el impacto.
Sé que no soy original en mi planteamiento ni creo estar pervirtiendo la naturaleza esencial de esta hortaliza. No debemos olvidar que además del interés gastronómico, el tomate ha tenido siempre una función sociopolítica fundamental. No por casualidad cuando los actores representaban mal la comedia eran tomateados sin piedad por el público, que se erigía de ese modo en verdadero pueblo soberano.
Si unimos todas las piezas con el 25 S ¿Por qué no asistir masivamente, siguiendo esa venerable tradición arrojadiza, al congreso de los diputados a proyectar una tonelada de tomates      –pochos– contra esos pésimos actores que nos gobiernan? Por menos de los cinco euros que nos quiere cobrar el alcalde de Buñol les mostraríamos de forma ácida nuestra repulsa. Compañeros indignados, enfrentemos la dominación con el residuo carnoso de un gazpacho andaluz.

lunes, 24 de septiembre de 2012

YO TAMBIÉN EXIJO LA DISOLUCIÓN DE LAS CORTES





                    Probablemente el mayor argumento contra el llamamiento a la ocupación o acordonamiento del congreso el día 25 sea la falta de una mayoría social que lo respalde. Sin esa mayoría su legitimidad es ética pero no democrática, es decir, son justos los principios que invoca, sólidos los argumentos que plantea, insoslayables las causas que lo motivan, pero se carece aún de un sujeto político articulado capaz de operar esa mutación radical del sistema.
A lo que habría que añadir el riesgo de confrontación civil que supondría el éxito de la iniciativa sin un consenso previo entre las diferentes fuerzas y sensibilidades que conforman la realidad social española. Por desgracia, aunque somos el 99% frente al 1%, tan solo el 15 o 20% se han dado cuenta de ello. El PP, a día de hoy, según las últimas encuestas, y a pesar de una importante caída en la intención de voto, seguiría siendo la opción política más votada. Lo que significa que en el vacío constituyente las reglas del juego podrían incluso modificarse aún más a la derecha. Dicho esto:
¿Por qué no tiene derecho a entender una multitud de ciudadanos que las reglas del juego de las que un día nos dotamos, es decir, la constitución, se ha quedado vacía de contenido y ya no responde a las expectativas legítimas a que debió su origen?
¿Por qué no vamos a tener derecho a pensar que el sistema político español se convierte gradualmente en una inmensa farsa, donde, bajo la apariencia de democracia, se oculta –cada vez menos– una perversa dictadura de los mercados?
¿Hasta qué punto puede exigirse a un elevado número de ciudadanos, progresivamente excluidos del amparo público, del empleo, de los servicios sociales, de las oportunidades,  lealtad a las instituciones responsables de dicho desamparo?
¿Por qué no tienen los ciudadanos, agentes de la soberanía, derecho a pensar que las instituciones políticas han dejado de representarles en beneficio de minorías pudientes y de estructuras parásitas y, en consecuencia, a reclamar la disolución del  poder constituido?
¿Por qué no se va a poder demandar la apertura de un proceso constituyente capaz de instaurar un ordenamiento jurídico más acorde con los principios de una democracia real?
Y si tenemos derecho a entenderlo ¿por qué no vamos a tener derecho a expresarlo de una forma pacífica del modo que creamos conveniente, sea rodeando el congreso,  ocupando las plazas o batiendo cacerolas?
 El mayor argumento de los promotores del 25 S es paradójicamente la feroz represión de la que están siendo objeto. La falta de legitimidad social es suplida por la vergonzosa criminalización de la protesta; la incapacidad de satisfacer las expectativas de los cerebros, por el bochornoso amordazamiento de las bocas; la ausencia de argumentos válidos por la vejatoria administración del miedo. Nos causan dolor y nos prohíben gritar.
El sistema se hunde, y un ansia irreprimible de revolución, no de alternancia sino de alternativa, comienza a generalizarse ante la incapacidad del orden constitucional, y de los dos grandes partidos que lo gestionan, para dar una respuesta que alivie el intolerable sufrimiento que nos aflige. El 25 S ocurrirá, ya se ven racimos dorados tras las primeras pámpanas.

domingo, 9 de septiembre de 2012

EL DULCE TORMENTO DE SAN SEBASTIÁN


                                              Cuando oigo a hombres curtidos de Mota, a los que escuchaba de niño decir la palabra maricón con desprecio, decir ahora la palabra gay con respeto, siento hasta qué punto este pequeño pueblo que me vio nacer se ha vuelto amable y tolerante. Dedicado a todos aquellos que pagan un precio por atreverse a ser ellos mismos.

Son multitud las representaciones del martirio de San Sebastián, aunque ninguna tiene el poder de agotar el espacio numinoso del mito. Pero si buscáramos un denominador común a todas ellas siempre nos toparíamos con dos significados, uno más aceptable e ilustrado, el otro más impertinente y posmoderno.
La imagen simboliza en primer lugar el sacrificio del héroe que  da la vida por sus principios, la persona íntegra que decide asumir sin cálculo el coste de su libertad. San Sebastián, general romano convertido al cristianismo, fue ejecutado por negarse a obedecer la orden del emperador Diocleciano que le exigía abjurar de su fe. Encarna pues al idealista, la fuerza invencible de la conciencia frente a las exigencias del mundo.
Pero al mismo tiempo y por una suerte de broma sagrada, el martirio de San Sebastián, desviándose de la intención original de sus promotores eclesiásticos, que pretendían utilizar los suplicios como prueba pública de la verdad cristiana, pasó a convertirse en la sombra misma del cristianismo triunfante, represivo y homófobo: en un icono de la comunidad gay.
A lo que ayudó no solo la coherencia extrema del santo, sino la belleza y sensualidad de su figura masculina, su provocativa desnudez, así como la actitud pasiva, marcadamente femenina, de su expresión, que antes que a casta devoción invitaba al solaz desenfreno, a la dulce concupiscencia, permitiendo a los fieles         –clérigos incluidos– orar sin culpa, en medio de un pecaminoso cosquilleo.
Al igual que el éxtasis de Santa Teresa de Bernini, los elementos espirituales de la imagen dejan entrever un erotismo soterrado que bulle y palpita en su interior. Piedra de escándalo para una fe mojigata y puritana, que sataniza el cuerpo y penaliza el disfrute. Sin saber que lo prohibido acaba siempre por desbordar los tristes cauces que lo censuran, en este caso para fundirse con el dolor extremo.
En San Sebastián el martirio se transforma en éxtasis, el ascesis en preámbulo de la entrega carnal. Tal vez por ello la expresión del santo, herido y humillado por íntimo amor a Cristo, es de gozo, como si las saetas que penetran su carne, la exhibición de su cuerpo desnudo ante los verdugos, el rito voluptuoso de la sangre  pudieran hacer visible el paso orgásmico al paraíso.
Pero el idealista y el icono gay que el mito relata, lejos de contradecirse, son la luz y la sombra del proyecto cristiano, que es en cierto modo la historia misma de occidente. El hombre íntegro es el cristiano perseguido, la comunidad de las víctimas, la iglesia de las catacumbas, la religión del amor. El homosexual herido y saeteado señala, al contrario, al cristianismo perseguidor, la ferocidad del poder, la administración del miedo, la iglesia de Roma. San Sebastián sintetiza como ningún otro símbolo al cristiano reprimido por su fe y el gay reprimido por los cristianos. 
Extraña y sugerente paradoja que esta fotografía tiene el valor de ilustrar, tal vez con el ambicioso propósito de hacerla desaparecer de un universo social sobre el que sigue planeando  el prejuicio y la intolerancia. La presencia a la vez incómoda y cautivadora de la imagen, entregada sin ironía ni ánimo irreverente al dulce tormento, nos recuerda que no hay salida al dilema: o somos San Sebastián o somos sus verdugos.

lunes, 3 de septiembre de 2012

RETIRO BUDISTA EN LAS ALPUJARRAS


Dedicado a mis compañeros de retiro, quienes compartieron conmigo la plenitud del silencio. 

Todas las tradiciones espirituales tienen algo que enseñarnos,  principalmente a los que no podemos creer en la existencia de un ser superior. Cristianos, budistas, musulmanes, judíos o paganos, por diferentes caminos, y a pesar de todo el fanatismo y adulteración que legítimamente podamos reprocharles, conservan en algunos casos el poder de ponernos en contacto con algo misterioso y profundo que late en nuestro interior. Y que tal vez no sea otra cosa que nuestra propia conciencia desnuda.  
Con celo de ateo tolerante decidí pasar los últimos días de agosto en un centro de budismo tibetano a fin de profundizar en el significado de mi propia muerte, a 1600 metros sobre el nivel del mar, en la ladera sur de Sierra Nevada. He de decir que desde aquella privilegiada atalaya podía percibirse, a medio camino entre el pasmo y la fascinación, la majestuosa silueta de las masas rocosas, en cuyo regazo blanqueaban los pueblecitos de la Alpujarra granadina cual pequeños rebaños  urdidos en la roca.
Pero no es aquella inhóspita y desolada belleza del paisaje, ni la sensación de estar exiliado del mundo, ajeno a los avatares que componen la trágicómica urdimbre de la vida, lo que destacaré, sino el modo en que aquel  clima de silencio y compasión ha trastocado, siquiera momentáneamente,  mi percepción de la vida y de las cosas.
Es preciso para ello entender previamente que la razón de tan extraordinario aislamiento no es otra que aprender a captar en silencio, con la mente atenta pero relajada, todo aquello con lo que  los participantes llegáramos a entrar en contacto durante nuestra estancia, desde fregar los platos hasta subir las escaleras o beber un vaso de agua. Es lo que los anglosajones llaman Mindfulness, la practica de la atención plena, que implica ser capaces de estar inmersos, con todo nuestro ser en cada actividad por insignificante que sea, en cada persona por poco estimulante que nos resulte, en cada momento, sin permitir que la preocupación o los remordimientos nos resten un gramo de entrega a lo único real: el aquí y el ahora.
Bruno Ricci, el ex–monje budista que impartía el taller, nos mostró durante los seis días del retiro las principales creencias de esta ancestral sabiduría en torno al vacío y la impermanencia, así como el secreto de su práctica más potente: la meditación. No negaré que algunas de estas creencias pueden resultar discutibles, pese a lo cual he sido conmovido, hasta un punto difícil de expresar, por la calidad humana de este  sabio budista. Su rostro era más bello aún que el paisaje y en él se reflejaba una síntesis inusual de  serenidad, modestia y ternura. Pocas veces he presenciado una sonrisa tan limpia y profunda, que expresara tan incondicional aceptación. Al recibirla no podía dejar de sentirme colmado.
Distanciándome de mi entorno habitual, recogido en una cumbre consagrada al silencio, he llegado a comprender con horror cuánto ruido –físico y emocional– nos asola, cuán poco nos escuchamos los unos a los otros, qué hambrientos estamos en medio de la abundancia, cuán hostil es la pesadilla que construimos cada día con nuestros codiciosos afanes.
Tras mi regreso a Mota del Cuervo hace tan solo 24 horas mi espíritu sigue tan poroso y despierto que apenas reconozco mi casa, mi familia, mis amigos, mis compañeros o a Coralie. Es como si pudiera mirarlos de otro modo, sin el estúpido velo de mi humano egocentrismo. Me hace feliz estar plenamente presente en el ahora y siento que mi corazón es considerablemente mas ancho que cuando me fui. Incluso las personas que hace siete días me resultaban antipáticas y desagradables, hacia las que guardaba mezquinos rencores, las experimento ahora con una misteriosa suerte de indulgencia, sabiendo que es el sufrimiento lo que les hace obrar así y que si fueran plenamente dichosas jamás habrían tenido la tentación de hacerme daño.
No por ello ignoro que el mundo está lleno de injusticia e incluso me hiere aún más contemplar el insensato dolor que nos infligimos mutuamente. Pero ese dolor no me destruye, ni me hace recelar de la bondad del mundo ni me vuelve cínico. Al contrario, tan solo me despierta una profunda compasión en la que subyace un poso de inexplicable alegría.
Sé que en unos días el ruido del mundo, su infatigable tormento me volverá a reclamar. Y que aún no estoy preparado para habitar en esta felicidad tranquila. Pero me siento tan sereno que ni siquiera eso me preocupa. Porque también sé que este paraíso que hoy siento es auténtico, no se basa en drogas, personas o bienes externos a mi ser, sino en la conexión con un centro oculto en mi interior que de mí depende volver a reencontrar. Mi mente se ha vuelto clara y mi corazón compasivo. No perdurará. Pero ya sé que es posible.

sábado, 11 de agosto de 2012

LA CAJERA SERVIL, HISTORIAS DE JUAN ROIG Y MERCADONA



 
Permitidme que ceda por una vez la palabra a mis vísceras, que también entienden de cuestiones de justicia, tanto o más que la razón, aun cuando su modo de expresión resulte más áspero, rudo, enojoso y desabrido que aquélla. Pero es que estoy hasta las gónadas -¿a que suena mejor que cojones?-  de escuchar una y otra vez el mantra de la pobre cajera coaccionada por esos viles y arrogantes sindicalistas.
Esa proclama ñoña y sentimental con la que la sociedad del espectáculo, donde una imagen vale más que mil palabras, ha logrado neutralizar una acción de protesta que pretendía hacer visible la extrema necesidad en que se encuentra una parte de la población. Pero la población es dulcemente compasiva, siente escrúpulos ante el más mínimo conato de embate físico, ya sea un empujón, una colleja o una mirada rabiosa. La sensibilidad del espectador es tierna, protectora y pulcra, detesta con desagrado cualquier expresión que denote furia o cólera, salvo cuando proviene de porras autorizadas. Nada debe perturbar la dulce mansedumbre del cuerpo social mientras su enorme y pacífico trasero es horadado sin tregua por una mafia organizada de políticos y banqueros.  
Pero esa misma población, a la que hiere un empujón televisado,  rebosa ínclito reconocimiento cuando los medios le presentan a  Juan Roig, presidente de Mercadona, envaneciéndose de que en el 2011 tuvo record de beneficios, nada menos que 484 millones de euros, lo que implica matemáticamente que ha engañado y robado a sus clientes, trabajadores y proveedores, vendiendo ostensiblemente de forma más cara de lo que le era necesario y de lo que habían sido sus costes reales.
No, ya lo sé, me corregirá la cohorte de loros semánticamente amaestrados, que utilizan el lenguaje con más peligro que los guardias sus pistolas, eso no es robo, se llama beneficio empresarial, como la acción del SAT no es expropiación alimentaria, desobediencia civil o redistribución de la riqueza,  sino robo, asalto con intimidación, hurto con violencia.
Lo que no será jamás violencia para ese espectador hipersensible es que este ricachón, tras presumir de lo que ha birlado mediante sus astutas tretas comerciales, se permita dar públicas lecciones de moral a ciudadanos parados, angustiados, empobrecidos y desamparados, que han visto cómo en poco tiempo sus propios gobernantes, siguiendo las órdenes de minorías pudientes como él, arrojaban por la borda sus derechos y protecciones tan arduamente conquistados.
Tampoco lo será que este cínico se atreva a proponer los bazares chinos como ejemplo de lo que debieran ser las relaciones laborales en España, que nos reconvenga desde su estatus de triunfador a pensar más en nuestros deberes que en nuestros derechos, que recomiende al gobierno recortar la prestación a los parados para así incitarlos a trabajar, que propugne perseguir con más severidad el absentismo, acabar con los puentes laborales y  disputar a los inmigrantes la recogida del tomate y la fresa como homenaje a la cultura del esfuerzo.
Pero por desgracia muy pocos se escandalizan de esa violencia de guante blanco, la del político corrupto, la del ejecutivo temerario, la del especulador financiero, la del defraudador fiscal, la del banquero usurero, la del cazador de Botswana, la del empresario explotador, la del acaparador inmobiliario, cuando todos ellos, por su insaciable codicia, convertirán a nuestros hijos en ignorantes, a nuestros trabajadores en parados, a nuestros parados en mendigos, a nuestros enfermos en cadáveres y a nuestros jubilados y viudas en pobres de solemnidad.
Esa panda de hijos de puta –ya se me empieza a calentar la boca– que nos roban el futuro, que mientras nosotros sufrimos en silencio los recortes se deleitan en confortables mansiones de lujo al pie de un acantilado, que mientras rebuscamos en contenedores  de basura degustan en ostentosos restaurantes paté de foie deconstruido, que mientras nos agotamos de trabajar hasta los 67 años se follan por dinero a las jovencitas más lindas del planeta –que es su forma de entender la globalización–, que mientras nos aterra la subida del gasoil surcan los océanos en suntuosos yates cuyo mantenimiento es mayor que el de nuestros hospitales, que mientras nos alcanza la enfermedad son atendidos en sus resfriados con más medios que en nuestros infartos.
Pero eso lo admitimos, diría más, lo envidiamos y admiramos. Eso no nos duele, ellos son los triunfadores, están por encima de pobres mortales como nosotros. Lo que nos duele es el empujón a la pobre cajera de Mercadona, cuando se interponía heroica ante el pillaje de esos sindicalistas parásitos y holgazanes, tan solo para defender el negocio de su amo, quien la utiliza y desprecia, quien no conoce su nombre ni le importa, cuya mesa, yate o avión privado jamás compartirá por ser ella una paria,  una nómina anónima de las 70.000 que generaron esos 484 millones de beneficio, la más barata que permite el mercado.
Llamadme violento si os place, pero dejadme que me cague, al menos una vez, en todos los Juan Roig del país, en todas las cajeras serviles y en todos los cándidos ignorantes que tienen a bien devolver besos por espadas. Dejadme que honre la imagen del Che en pie, nunca de rodillas, mil veces antes que la del Cristo crucificado, con la mejilla sangrando, en carne viva, de tanto ofrecerla a los canallas.  


jueves, 9 de agosto de 2012

Robin Hood en Mercadona. ¿Robo o recaudación?



La leyenda del héroe montaraz que vive en los bosques al margen de la ley, pero con una moralidad más pura que la ley que lo incrimina, ha vuelto a entrar en escena por la mediación de un grupo de sindicalistas, que han decidido expropiar unos cuantos alimentos de Mercadona en beneficio de ciudadanos empobrecidos. La pregunta no es desde mi punto de vista si tenían razones para obrar de ese modo, sino por qué ese tipo de actos de protesta no se generaliza cuando hay sobradas razones para ello. ¿Tienen los ciudadanos el deber de respetar las leyes sobre la propiedad cuando la gran propiedad no respeta las leyes que garantizan su dignidad y sustento?
Cuando una multitud de seres consiente en sufrir antes que lanzarse a la calle a destruir violentamente todo cuanto encuentra a su paso es porque de algún modo reconoce una mínima legitimidad al orden vigente.
Esta difícil palabreja, legitimidad, tan manida por politólogos, filósofos y sociólogos, y que no es otra cosa que el crédito moral que quienes obedecen una norma conceden a quienes la promulgan, es la que sostiene la cohesión social y preserva a la sociedad de caer en la barbarie. Crédito, nunca ilimitado, que se funda en al menos tres poderosas creencias compartidas: que el orden social, aunque imperfecto, es razonablemente justo; que los gobernantes, aunque nos disgusten, representan el sentir de la mayoría; y que, aunque existan puntuales tropiezos, solo cabe esperar en el corto y medio plazo un progresivo mejoramiento en los niveles de justicia y bienestar social. 
Pues bien, estas tres creencias fundamentales se están derrumbando  por efecto de la crisis y del modo en que está siendo gestionada por los sucesivos gobiernos defensores del       establishment, los únicos que, no por casualidad, han condenado sin paliativos la acción sindical.
En su lugar se están imponiendo tres poderosas evidencias que laminan el eje de flotación del modelo social vigente: la crisis y los ajustes golpean sobre todo a los sectores más débiles de la sociedad mientras la clase alta queda intacta, lo que destruye la primera creencia; los gobernantes representan a los mercados antes que a los ciudadanos, lo que erosiona la segunda; el horizonte solo presagia un progresivo empeoramiento en los niveles de empleo, igualdad y protección social, lo que da al traste con la tercera.  
A medida que estas tres evidencias se extiendan por el cuerpo social los individuos tendrán menos razones para respetar las leyes y las instituciones, entre ellas la propiedad privada, a las que habrán retirado todo crédito. Situación de alto riesgo, en la que el fascismo acecha a la par que los legítimos deseos de construir un mundo mejor. Ambas opciones, autoritarismo y revolución, una vez perdida la confianza social que funda el orden público, empiezan a ser consideradas como alternativas. La prueba de que hemos entrado en una preocupante crisis de legitimidad es el incremento de la represión policial para contener el descontento. El siguiente paso puede ser declarar el estado de excepción. Y es que cuanto menos legítima es una autoridad más necesidad tiene de recurrir a la intimidación para sostenerse en el poder.
Si la acción simbólica de numerosos sindicalistas, extrayendo de las grandes superficies productos básicos para atender las necesidades de ciudadanos depauperados, ha tenido semejante repercusión mediática es, en primer lugar, porque ataca el núcleo mismo del que emana toda la violencia que padecemos: la desigual distribución de la riqueza. En segundo, porque testimonia que el crédito de una parte importante de la sociedad, que se siente abandonada a su suerte, humillada y desesperada, está prácticamente agotado. Lo que ha lanzado todas las alarmas de los defensores del desorden establecido, que han desplegado una ofensiva mediática sin precedentes para un hecho tan insignificante desde el punto de vista penal como un hurto famélico. Lo que contrasta con la tolerancia a la corrupción, el fraude fiscal, la evasión de capitales, las primas abusivas y la especulación financiera, infinitamente más dolosos.
El Estado está en bancarrota, pero no solo económica, sino sobre todo política y moral. Y las consecuencias pueden ser imprevisibles y devastadoras. La acción, atribuida a Sánchez Gordillo, por su carácter público, social, pacífico y simbólico es a pesar de todo ejemplar y va en la buena dirección -lo que no quiere decir que ello implique aceptar de forma general el derecho de cualquiera a disponer de los bienes de otro, lo que corresponde, para no incurrir en arbitrariedad, a una autoridad legítima de la que carecemos en la actualidad. Lo importante es sin embargo el mensaje: cuando el Estado tolera el saqueo de los poderosos e incumple su función de gravar a los ricos para socorrer a los menos desfavorecidos, tienen que ser éstos quienes los recauden directamente.
       Si nuestros gobernantes y las oligarquías a quienes sirven no saben interpretar el gesto corren el riesgo de enfrentarse a un poder más irresistible que la Troika: el del propio pueblo soberano o el de un improvisado salvapatrias.  Y es que mientras buena parte de los ciudadanos sean condenados a la exclusión no debe haber paz para los malvados.

martes, 24 de julio de 2012

GALLARDÓN, EL GRAN INQUISIDOR.

Gallardón puede presumir de haber sido el único, o de los pocos líderes de la derecha, capaces de suscitar una simpatía sin complejos en la izquierda.  A lo que contribuía sin duda, como confirmación, el odio de que era y es objeto por parte de sus compañeros de filas. He de reconocer, con cierto pudor -si tenemos en cuenta sus últimas actuaciones-, que cuando era testigo de su dicción profusa y elocuente, de su talante moderado y liberal, da igual sobre el tema que fuere, dejaba que se diluyera mi conciencia crítica, esa voz sabia e impertinente que me prevenía con terquedad de la verdadera naturaleza del personaje. La razón de mi obstinación en salvar esa figura resuelta y trajeada era la muy humana vanidad, es decir, lo bien que queda la propia imagen cuando se es capaz de reconocer públicamente alguna virtud del adversario político.
Ingrata decepción. Tan pronto logró pisar tierra firme en sus ambiciones políticas y hacerse querer, incluso mimar, por Rajoy,  empezó a demostrar el intenso azul de su pelaje. Lo que en las zonas rurales, con mucha más perspicacia que poesía, significa que tiene “la grama honda”. Libre pues de autocensuras dejaré que mi voz interior refiera en su propia wikipedia, sin cortapisas, el término Gallardón: “ministro de Justicia ególatra y charlatán, con aires de empollón y delirios de grandeza; apariencia liberal en salsa de obispo meapilas, más papista que el papa, y para quien escucharse es una masturbación auditiva, tal vez la única forma de placer que ha conocido hasta la fecha.” Trataré de justificar ahora el porqué de mis calificaciones.
Y es que nuestro ínclito Ministro, como un madrileño San Antonio en perpetua querella con sus tentaciones, vive obsesionado con el tema del aborto, al igual que su padre, y del mismo modo que aquél es incapaz de comprender la complejidad ética y jurídica que envuelve este controvertido debate. En él se dirime no solo en qué momento del desarrollo biológico puede decirse de modo cabal y absoluto que estamos ante una persona y un sujeto de pleno derecho, sino quién tiene derecho a tomar esa decisión en el caso de que subsista una mínima incertidumbre. Cuestión ésta, si se me permite, que no puede resolverse de un modo completamente objetivo,  ni siquiera por mediación de la  ciencia, porque ni el concepto de persona ni el de ciudadano son conceptos científicos, sino éticos y jurídicos, siendo por tanto susceptibles al menos de un cierto grado de arbitrariedad e incertidumbre en su definición.
Es cierto que el embrión debe ser protegido, porque está llamado a ser una persona, lo que lo convierte en más valioso que una simple cosa e incluso que un animal, pero si está llamado a ser una persona es porque todavía no lo es plenamente, del mismo modo que el huevo fecundado de una cigüeña, a pesar de ser una cigüeña en potencia, todavía no es una cigüeña en acto, por utilizar  una jerga aristotélica de uso común. Lo que a nivel ético implica, por ejemplo, que a nadie en su sano juicio le repugnará moralmente lo mismo dar muerte a ese entrañable animal en su edad adulta que hacerse una tortilla con sus huevos, aun siendo lo segundo un aborto gastronómico.

          De esta innegable diferencia se desprende que no tiene por qué ser idéntico el nivel de protección jurídica de que goce el embrión de una semana que el de un feto de ocho meses, completamente formado y biológicamente autónomo. Lo que deja abierta la posibilidad de contrapesar el valor de concluir el embarazo con ciertas situaciones terribles que lo desaconsejan, como, por ejemplo, cuando es el fruto de la violación de una niña brasileña de 9 años a cargo de su ex -padrastro, situaciones excepcionales que pueden llegar a justificar la interrupción como un mal menor. Lo que puede ser fácilmente aceptado por una conciencia moralmente madura, ajena a las mentalidades fundamentalistas, como las que decidieron excomulgar a la niña y a los médicos que le practicaron el aborto.
 Y en cualquier caso, quién es Gallardón para usurpar la responsabilidad de ese complejo dilema moral a los afectados y, sobre todo, a las afectadas, robando pesos y platillos a la diosa Dike como el electricista el códice Calixtino a la catedral de Santiago. Y por si no tuviéramos bastante con la infalible autocomplacencia de sus argumentos, que mirados con detenimiento no son más que falacias de perverso y amañado sofista, el muy cretino, en un alarde de inédito cinismo, se declara más feminista que las propias mujeres, y se erige,  en un acto de desvergüenza sin precedentes, en el defensor y adalid de la maternidad frente a la, según él, "violencia estructural de género contra la mujer a propósito del embarazo".
Y algo de razón no le falta, pues no existe entorno más hostil a la familia y a la maternidad que el que promueve y tolera el partido popular: el riesgo de despido que se cierne sobre la mujer-madre tras la reforma laboral,  la imposibilidad de conciliar la vida familiar, los escasos salarios que obligan a trabajar a ambos cónyuges a tiempo completo, los desahucios que dejan a los niños en una situación de precariedad,  la eliminación de las becas al transporte para escolares, la supresión de ludotecas, guarderías y escuelas rurales, el paro juvenil que fuerza a los jóvenes a vivir con sus padres y hasta la subida de las tasas de la universidad,  hacen inviable, casi heroico, ser madre o padre en la actual coyuntura. Pero a ellos, como al santo Padre y a los grupos autodenominados pro-vida, solo les importa que vengan al mundo los hijos de Dios, pero se desentienden tan pronto como estos pobres desgraciados han puesto un pie en él.
 Y ahora nos sale el muy ministro, ver para creer, con la amenaza de excluir la malformación del feto como supuesto legítimo para la interrupción del embarazo, generando un debate hace décadas zanjado en la sociedad española –salvo en pequeños reductos de católicos integristas- y que afecta tan solo al 2,7 de los casos, mientras el muy hipócrita deja sin fondos la ley de dependencia, con la que se dotaba de una mínima cobertura económica a los padres que habían decidido asumir amorosamente la tremenda carga de una discapacidad congénita. Amén de dejar a la mujeres pobres, las más débiles de la sociedad, a merced de prácticas clandestinas de alto riesgo.
No puedo sentir mayor respeto y compasión por las personas aquejadas de espantosos males de origen genético, pero no seré yo quien se atreva a juzgar a aquellos padres que se planteen si merecería la pena traer al mundo a niños con graves anomalías fetales, que los condenarán a llevar una vida severamente limitada. Dejémonos de hipocresía. Nadie querría, si pudiera evitarlo, venir al mundo con graves malformaciones. Y si no lo quiere para él es legítimo que no lo quiera para los que ama. Lo que no implica condenar como indigna la vida de los ya nacidos, sean cualesquiera sus circunstancias, como tampoco la de aquellos que son hijos de un violador o han ocasionado, a su pesar, la muerte de su madre.  Se trata tan solo de dar libertad -y en ello radica el auténtico liberalismo-, a los padres para que juzguen, en conciencia, según sus propios criterios, estas cuestiones polémicas. A fin de cuentas serán ellos y no el gran inquisidor Gallardón quienes soportarán durante el resto de su vida las consecuencias de su decisión.
Lo peor de todo es que, si mi olfato psicológico no me engaña, ningún argumento hará recapacitar al personaje, preocupado exclusivamente del relieve y fortuna que adquiere su descomunal ego en el inmenso plató de la vida pública. Más terrible que el error político es para él pasar inadvertido. No le importa la ideología sino la pose, el ávido deseo de ser protagonista de todos los eventos, titular de todas las portadas, en competitivo parangón con otras celebridades, cual José Bono, Coto Matamamoros o Andrés Pajares.