domingo, 27 de mayo de 2012

1ª Asamblea de la cooperativa integral. La utopía tuvo hora (18h) y lugar (Museo de alfarería)



Hoy es uno de los días más felices de mi vida. El entusiasmo, ese fuego celeste que nos eleva en ocasiones por encima de nuestra condición mortal, vuelve a juguetear con mi alma como en aquellos años de juventud. Un numeroso grupo de personas, de ciudadanos corrientes, al que probablemente se unirán otros más, en una modesta comarca manchega, hemos decidido ponernos en marcha en dirección a utopía, llevar a la práctica la sociedad con la que siempre soñamos, dando de ese modo un cauce creativo, y no solo amargo, a nuestra indignación.
Aunque pasen muchos años, el 26 de mayo de 2012 tendrá siempre el privilegio en mi memoria de ser el día de la primera asamblea de la cooperativa integral. En ella se discutieron y aprobaron por unanimidad los principios fundacionales, los cimientos de un nuevo orden justo y sostenible, con arreglo a los cuales realizaremos de inmediato un proyecto económico viable: un supermercado ecológico que permita simultáneamente ejercer un consumo crítico y generar iniciativas de empleo para los socios.
Somos conscientes de que han sido muchos los crímenes cometidos a lo largo de la historia en nombre de grandes ideales. Pero no hay mayor crimen que ahogar, por renunciar a ellos, la esperanza legítima de los pueblos de labrar un futuro mejor, desconfiar ciegamente de nuestro poder para transformar lo existente.

Estos son los principios aprobados de forma asamblearia. Definen las bases de un modelo económico justo, del que la cooperativa integral sería su unidad básica de producción y consumo. Dicha cooperativa es una entidad soberana, no vinculada a partido o sindicato alguno, sino tan solo a sus principios y estatutos.

1. Los ingresos deben ser proporcionales al trabajo realizado y no al capital invertido.

2. Quien trabaja debe determinar de forma significativa sus condiciones laborales y el destino de lo producido.

3.  Las únicas formas legítimas de llevar a cabo una iniciativa económica son mediante cooperación con otras personas o de forma autónoma, nunca a través del trabajo de terceros. 

4.  Lo que se consume ha de ser compatible con la preservación del medio ambiente y los derechos de las futuras generaciones.

5. La felicidad no se basa en el nivel de consumo sino en el desarrollo de las capacidades humanas. 

6. El fin de la economía es satisfacer las necesidades de las personas de forma justa y eficiente, no aumentar la tasa de beneficio.

7. En una sociedad madura una parte creciente de los intercambios escapan al mercado, es decir, se basan en la economía del don, donde cada cual aporta lo que puede y recibe lo que necesita.

8. Los derechos de seres vivos y animales deben ser respetados.

9.  Todos los trabajos socialmente necesarios son equivalentes en valor, siendo la asamblea quien determine los contenidos concretos de esta equivalencia (tiempo, calidad, rapidez, compensación de cargas, etc.). 

10. Los bienes y servicios producidos deben poseer la máxima calidad y duración técnicamente posible.

11. La publicidad debe ser sustituida por una información crítica y veraz que no pretenda manipular ni inducir al consumo.

12.  Las necesidades básicas deben están cubiertas para todos de un modo público y gratuito.

13.  Los créditos para financiar una iniciativa económica han de obtenerse en función de su viabilidad económica e interés social y no exclusivamente por los avales de que se dispone. 

14. Las relaciones entre las personas deben ser prioritariamente de cooperación y no de competencia.

15. Es un deber de todos evitar los intercambios desesperados, basados en la necesidad.

16. El trabajo ha de repartirse, no debiendo ocupar más de treinta y cinco horas semanales, para hacer posible tanto la conciliación familiar como el ocio creativo.

17. No se deben adquirir bienes en cuya producción haya concurrido explotación de seres humanos o daño al entorno natural. Tampoco los que generen riesgo para la salud.

18. La identidad sexual no debe condicionar el tipo de actividad a desarrollar ni la cuantía de las recompensas obtenidas.

19. Nadie debe ser excluido por no tener un trabajo remunerado, la pertenencia social se adquiere por la condición de personas y ciudadanos.

20. Los servicios libremente ofrecidos deben realizarse con la máxima calidad y rapidez, y el mínimo coste para el cliente.

21. No es lícita la especulación, es decir obtener un beneficio mediante la mera compraventa de bienes de cualquier tipo (financieros, inmuebles, etc.) sin la mediación de un trabajo.

22. Se ha de buscar el consenso antes que la mayoría.

23. La asamblea es la depositaria del poder legítimo de la cooperativa, debiendo minimizarse hasta donde sea posible el poder de los cargos representativos, que tendrán el carácter de portavocías con mandatos específicos, revocables en todo momento.

Nos declaramos utópicos pero no ilusos, gestionaremos nuestro viaje a Ítaca con prudencia y humildad. El futuro no está escrito y  a buen seguro deparará errores y fracasos. Asumimos anticipadamente la responsabilidad de todos los fracasos, la autoría de todos los errores, pero nada ni nadie podrá sofocar nuestra amorosa determinación de mejorar el mundo que nos ha tocado en suerte.


                        "La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar."                                       
                                                           Eduardo Galeano 

sábado, 19 de mayo de 2012

¿Pureza o eficacia en la cooperativa integral? La perpetua escisión de la izquierda


 
El conflicto surgido en el seno del movimiento 15 M sobre la oportunidad o no de articularlo institucionalmente, o dentro de la federación andaluza de I.U. entre el alcalde de Marinaleda, J. M. Sánchez Gordillo, y su coordinador Diego Valderas, en torno a los acuerdos alcanzados con el partido socialista para gobernar la autonomía, vuelve urgente una reflexión sobre un tema en el que los politólogos han pasado, hasta la fecha, de puntillas.
          Y es que uno de los dilemas que siempre surgirá en una organización que aspira a mejorar el mundo es el que se produce entre pragmáticos e idealistas. Y eso, aun admitiendo que ambas posiciones respeten los mismos principios como punto de partida y llegada de su proyecto político.  No habrá modo de eludir una permanente disputa en cuanto al grado, la forma, la rapidez y las alianzas necesarias para su aplicación en el presente.
La cooperativa integral, como maqueta de la sociedad perfecta, no estará exenta de reflejar dicha polaridad entre radicales y moderados. Nombrarla es por tanto una forma de exorcizar sus peligros. Por poner solo un ejemplo de lo que digo, el hecho de tratarse de una empresa que actúa dentro de un espacio de relaciones mercantiles condicionará en cierto modo su funcionamiento, del mismo modo que ser un dispositivo de trasformación social, con vistas a fines ética y políticamente superiores, ha de hacerla inconmensurable con las relaciones capitalistas. 
El litigio entre puristas y pragmáticos sucederá aun cuando los contrincantes compartan de buena fe idénticos ideales. Es precisamente sobre el fondo de ese consenso como resalta con mayor nitidez la predisposición de toda organización altruista a graduar su posición en más o menos, dejando entrever la polaridad inherente a la conquista del ideal. Porque si el ideal es simple su realización es necesariamente compleja, dual, taoísta; no es concebible el yin sin el yang, la noche sin el día, lo eficiente sin lo justo, Sancho sin Quijote.
¿Rentabilidad o utopía? ¿Cuál debe ser la apuesta de la cooperativa integral? Sin rentabilidad no es viable, sin utopía no tiene sentido. La búsqueda obsesiva de la primera es propia de mentalidades instrumentales, con escasa sensibilidad a los valores; la búsqueda obsesiva de la segunda es propia de almas bellas –en sentido despectivo–, que renuncian a actuar para no mancillarse con la suciedad del mundo. Huelga decir que en mi opinión el verdadero activista ha de buscar el equilibrio entre ambos polos, confiriendo legitimidad a la contraparte y presuponiendo buena fe a quienes se inclinan por una opción diferente a la suya.
El proyecto puede fracasar por falta de audacia moral o por falta de realismo. Si no se mantiene la unidad en medio de la divergencia, la cooperativa se escindirá una y otra vez entre ortodoxos y herejes, como ha ocurrido siempre que  una agrupación humana se propuso actuar por ideales. Unos se considerarán a sí mismos los puros, cayendo en la tentación de juzgar a sus oponentes como mediocres, pedestres y tibios. Los otros se adjetivarán de prudentes, y acusarán a los otros de fanáticos, utópicos e insensatos.
La historia del movimiento obrero es la historia de esta mal resuelta polaridad, de la impotencia humana para mantenerse en el filo sin decantarse hacia uno u otro lado de forma excluyente. Los anarquistas han imputado tradicionalmente a los comunistas que su estrategia de tomar el poder para cambiar el mundo los convertía justamente en rehenes de las instituciones que pretendían ocupar, trocándolos en deterministas, burócratas y autoritarios, mientras que los comunistas acusaban a los anarquistas de voluntaristas y utópicos, por querer cambiar el mundo sin tomar el poder, es decir, sin disponer previamente de los resortes institucionales para hacerlo.
 Idéntico debate se ha producido entre comunistas y socialdemócratas, entre corrientes y sensibilidades dentro de cada uno de estos grupos e, incluso, en el seno de cada militante, adquiriendo en ocasiones una ferocidad aún más salvaje que la destilada frente al enemigo común. Mantener viva la polaridad, la tensión entre realismo e idealismo, sin acabar en ruptura ni homogeneidad, remontarse a lo mejor sin perder el horizonte de lo posible, combatir las facciones sin ignorar las pasiones, es el mayor reto a que se enfrentan los nuevos movimientos sociales.
Tal vez se me pueda reprochar un excesivo carácter conciliador, lo que me hace fácilmente reo a la crítica de  ambas posiciones en su versión extrema, las cuales, ignorando la complejidad de lo real se atienen a la lógica simplista y excluyente del dictamen: quien no está conmigo está contra mí. Estoy convencido de que vivir la utopía no consiste en disfrutar colectivamente de un estado de humana perfección, que nos investiría de un podium de pureza desde el que juzgar y avasallar a nuestros compañeros de viaje. Antes bien, el estado de utopía se alcanza con la voluntad consciente de ser cada día menos imperfectos.

lunes, 14 de mayo de 2012

La siesta



La siesta, de Felice Casorati es una declaración de tregua con el mundo, el momento en que la mujer se diluye, serena, en el paisaje. El punteado difuso de los colores y su intensidad cromática provoca esa sensación de indistinción entre la muchacha que duerme y el frenesí floral. Una exuberancia de verdes, de lilas salpicada, la recoge con amorosa dulzura, mientras los perfiles de las cosas se licuan como los tonos de un tapiz en el que no hubiera más que primavera.

        Racimos violetas velan el sueño de la joven cual celosos guardianes, combados, también ellos, como el cuerpo, por la acolchada atracción de la hierba. La posición fetal de la figura, hendida a la altura de los pies por densos atolones de flores, irradia entrega confiada, incontenible candor. En  silenciosa quietud la mujer se rinde plácida al instante, sin oponer resistencia.  

lunes, 7 de mayo de 2012

Diálogo entre el inmigrante Habyarimana y Ana Mato, ministra de sanidad.



 La prueba del carácter imaginario, aunque verosímil, de esta conversación es que jamás un ministro concedería audiencia a un ciudadano, menos a uno de segunda categoría.

Con rostro enjuto, piel cobriza y gesto extraordinariamente tímido se acercó el peón Habyarimana al Ministerio de sanidad, dispuesto a hablar personalmente con la Ministra. Tras forcejear con los escoltas y gracias a que el gerente de una importante constructora, que se encontraba casualmente allí, lo había reconocido, logró acceder a su despacho.
– Perdone, Sra. Ministra, mi nombre es Habyarimana, y tengo necesidad imperiosa de hablar con usted.
– ¿Qué se le ofrece señor Habarimana? –contestó desde su confortable sillón provenzal Ana Mato, molesta por la dificultad endiablada de pronunciar aquel nombre–. Le ruego sea breve, aún me queda por despachar una multitud de asuntos.
– Le reitero mis disculpas, no es mi intención hacerle perder el tiempo, iré al grano. Tengo el VIH desde hace dos años y estoy en tratamiento de antirretrovirales. Gracias a ellos aún me conservo con vida.
– ¿Y cuál es el problema?
– Que no encuentro trabajo por más que busco y me es imposible darme de alta en la seguridad social. Aunque estoy empadronado en un pueblecito de Murcia, donde trabajé durante más de cinco años de peón de albañil para una constructora, PROMOCIONES MEDITARRANEAS S.A., el doctor Martínez se niega a atenderme y le echa la culpa a usted. Me dice algo de un decreto según el cual con empadronarse no sería suficiente para obtener la tarjeta sanitaria. Estoy seguro de que me miente ese matasanos. Necesito Sra. Ministra ese tratamiento o moriré -y el verbo gimió en el aire como una sentencia.
– Pues me temo que le ha dicho la verdad. Comprendo su preocupación señor Habarimana, pero habrá oído en los noticiarios que tenemos un enorme déficit público y gracias a esa medida pretendemos ahorrar 500 millones de euros.
– Si no le importa -precisó con determinación no exenta de humildad- es Habyarimana, que significa "el engendrado de Dios" en mi idioma. Perdone mi atrevimiento, pero según cálculos de expertos citados en el diario el País -en mis ratos libres me gusta leer en su idioma- en la hipótesis más favorable para usted el ahorro sería de 240 millones, menos de la mitad.
– Da igual –respondió bruscamente sin poder disimular el malestar que le causaba que un irregular se atreviera a contradecirla–  son muchos millones en cualquier caso. Aunque no lo entienda, este tipo de medidas tranquilizan a los mercados.
– Pero estamos hablando de mi vida Sra. Ministra y de la de 150.000 personas.  ¿Me está tratando de decir que un país democrático, que reconoce los derechos humanos en su constitución y que ha firmado todos los tratados internacionales nos dejará desamparados ante la enfermedad tan solo para disminuir la prima de riesgo?
– No crea que para mí es un plato de gusto, pero comprenda que la situación económica lo requiere. Es una cuestión de responsabilidad –concluyó taxativa.
– No quisiera parecer insolente Sra. Ministra, pero ustedes, en Abril del 2012, votaron en contra de instaurar un impuesto a las grandes fortunas, del que se habrían recaudado mucho más de 500 millones de euros. ¿Quiere decir que liberar a los más ricos de una pequeña carga le importa más que la salud de 150.000 personas?, ¿le parece mejor rescatar a los bancos de una quiebra merecida que a sus víctimas, los más pobres, de una muerte no merecida?
– La ministra, entre aturdida  y violenta por la osadía de aquel joven inmigrante le espetó iracunda: ¡pero ellos crean riqueza y ustedes no!
– No sé si le dije antes que he sido albañil desde que llegué a España. ¿Quién cree Sra. Ministra que ha construido las miles de viviendas, naves, escuelas, chalets y  hospitales en los años de bonanza sino gente miserable como yo? Y si no es bastante con la contribución de nuestro esfuerzo, sepa que soy de Rwanda –y al decir Rwanda una mueca de sutil orgullo iluminó sus ojos.
– ¿Qué tiene que ver Rwanda en todo esto?
– Que parte de la riqueza de mi tierra, una tierra colmada de minerales, está en países como el suyo. El ordenador que reposa sobre su mesa y el móvil que tiene en su bolso se fabrican con coltán de las minas de mi país. Y son las grandes corporaciones las que lo explotan a cambio de un pequeño porcentaje que ofrecen como soborno a mi gobierno. Si los ingresos retornaran allí no tendría que estar ahora suplicándole que me ayudara.
– Eso dígaselo a su gobierno corrupto, no a mí.
– Sus empresas hablan con mi gobierno, yo no. No se enoje conmigo ni crea que he venido a discutir con usted. Pero, ya que me dice que es una cuestión de contabilidad, ¿ha tenido en cuenta que esta medida saturará las urgencias, donde el coste por paciente es mayor y es más frecuente la hospitalización?, ¿ha calculado el valor económico y el riesgo para la salud pública que representarán enfermedades infecciosas, como la tuberculosis o la malaria, si quedan fuera de control sanitario?
 Ana Mato ya no aguantaba más a aquel ilegal impertinente y haciendo honor a su apellido le espetó con sequedad: –No le corresponde a usted gobernar, sino a nosotros, señor como se llame.
– Jamás vendría a molestarla con mi charla, pero es que me estoy muriendo -al decirlo todo el terror y la angustia largo tiempo contenida se precipitaron en su rostro-. ¿Comprende lo que eso significa? ¡Mire mis manos, las manchas de mi piel, tengo llagas en la boca, un simple resfriado se puede convertir en neumonía...!
– Le repito que lo lamento, no está regularizado y la gente  como usted suele abusar de la sanidad pública. Han convertido la sanidad en turismo. Tiene suerte de que lo escuche y no lo mande deportar en este mismo instante.
– Se equivoca Sra. Ministra -su tono asertivo denotaba un cierto nerviosismo, tal vez debido a la percepción de la falta de compasión de la Ministra-, usted se refiere a quienes vienen de países ricos atraídos por la gratuidad y prestigio de la sanidad española, yo vine en una patera huyendo de la miseria. Los que venimos de África estamos sanos, pues de otro modo moriríamos en el camino. Nos están condenando a muerte con mentiras. Sabe de sobra que según las estadísticas oficiales mientras el 57,7 por ciento de los españoles utilizaron su centro de salud el año pasado sólo el 12 por ciento de los inmigrantes lo hicieron.
– Le ordeno que se marche sr. Habarimana, ya ha podido expresar su opinión. Está empezando a agotar mi paciencia.
– Ayúdeme Sra. Ministra, se lo ruego –una insoportable sensación de impotencia contraía sus facciones y le desgarraba la voz– ¡No lo haga por mí, hágalo por mis hijos!, ¿qué futuro les espera si muero?, ¡hágalo por mi familia en Rwanda!, ¿cómo podrán sobrevivir si no les ayudo?, ¿qué será de  mis padres, de mis amigos, de mis parientes? ¡Hágalo por mi mujer, también está en paro, acabará haciendo la calle si no encuentra otra forma de mantener a los niños! 
– ¡Guardias! ¡Guardias! llévense a este hombre, apártenlo de mi vista y deténganlo, si es necesario, por desacato! 
         Y los policías se llevaron a aquel hombre a la fuerza mientras el eco de su ruego desesperado retumbaba, como un letal repique de tambores, por los pasillos del Ministerio: ¡No me deje morir, por el amor de Dios, soy un ser humano,…!
         Quince meses después de este encuentro, un domingo por la mañana en misa de doce ocurrió algo extraño y ciertamente perturbador mientras la Sra. Ana Mato, católica desde niña, escuchaba el sermón en la catedral de la Almudena. Un chico color caoba, de unos trece años de edad, visiblemente compungido vino hacia el banco donde estaba sentada. Los guardaespaldas trataron de impedirlo pero ella los frenó, no era decoroso en la iglesia protagonizar una escena tan poco edificante como la detención de un niño.
       Cuando lo tuvo delante, tanto su osadía –abordar nada menos que a una Ministra en la iglesia– como la expresión de sus ojos, le hicieron recordar a alguien que hacía mucho tiempo había pasado por su despacho. Era sin duda el hijo de aquel ruandés con sida, el tal Habyarimana.
Por el dolor que se reflejaba en su rostro adivinó el reciente fallecimiento de su padre y se sintió turbada al ver la seriedad de adulto en aquellos ojos adolescentes.
– ¿Qué es lo que quieres de mí muchacho?
Y el muchacho, con mirada afligida y penetrante, le respondió: “Porque tuve hambre y me diste de comer, estaba desnudo y me abrigaste, enfermo y me curaste, sin techo y me alojaste en tu casa. Porque cuanto hiciste con cada uno de estos más débiles, lo hiciste conmigo”  Y Ana Mato, al darse cuenta de quién era el hombre que verdaderamente estuvo en su despacho, lloró amargamente.


Nota: El día 9 del mayo de 2112 Ana Mato, presionada moralmente por la opinión pública, se vio forzada a declarar en la cadena ser que los enfermos de sida y cáncer mantendrán su cobertura sanitaria, frente a sus planteamientos iniciales. Lo que solo es un pequeño paso en la buena dirección, aquella que corresponde a una sociedad madura y democrática que asume el deber de proteger a los más débiles. Pero lo pequeño, aunque insuficiente, es hermoso. Feliciano