martes, 24 de julio de 2012

GALLARDÓN, EL GRAN INQUISIDOR.

Gallardón puede presumir de haber sido el único, o de los pocos líderes de la derecha, capaces de suscitar una simpatía sin complejos en la izquierda.  A lo que contribuía sin duda, como confirmación, el odio de que era y es objeto por parte de sus compañeros de filas. He de reconocer, con cierto pudor -si tenemos en cuenta sus últimas actuaciones-, que cuando era testigo de su dicción profusa y elocuente, de su talante moderado y liberal, da igual sobre el tema que fuere, dejaba que se diluyera mi conciencia crítica, esa voz sabia e impertinente que me prevenía con terquedad de la verdadera naturaleza del personaje. La razón de mi obstinación en salvar esa figura resuelta y trajeada era la muy humana vanidad, es decir, lo bien que queda la propia imagen cuando se es capaz de reconocer públicamente alguna virtud del adversario político.
Ingrata decepción. Tan pronto logró pisar tierra firme en sus ambiciones políticas y hacerse querer, incluso mimar, por Rajoy,  empezó a demostrar el intenso azul de su pelaje. Lo que en las zonas rurales, con mucha más perspicacia que poesía, significa que tiene “la grama honda”. Libre pues de autocensuras dejaré que mi voz interior refiera en su propia wikipedia, sin cortapisas, el término Gallardón: “ministro de Justicia ególatra y charlatán, con aires de empollón y delirios de grandeza; apariencia liberal en salsa de obispo meapilas, más papista que el papa, y para quien escucharse es una masturbación auditiva, tal vez la única forma de placer que ha conocido hasta la fecha.” Trataré de justificar ahora el porqué de mis calificaciones.
Y es que nuestro ínclito Ministro, como un madrileño San Antonio en perpetua querella con sus tentaciones, vive obsesionado con el tema del aborto, al igual que su padre, y del mismo modo que aquél es incapaz de comprender la complejidad ética y jurídica que envuelve este controvertido debate. En él se dirime no solo en qué momento del desarrollo biológico puede decirse de modo cabal y absoluto que estamos ante una persona y un sujeto de pleno derecho, sino quién tiene derecho a tomar esa decisión en el caso de que subsista una mínima incertidumbre. Cuestión ésta, si se me permite, que no puede resolverse de un modo completamente objetivo,  ni siquiera por mediación de la  ciencia, porque ni el concepto de persona ni el de ciudadano son conceptos científicos, sino éticos y jurídicos, siendo por tanto susceptibles al menos de un cierto grado de arbitrariedad e incertidumbre en su definición.
Es cierto que el embrión debe ser protegido, porque está llamado a ser una persona, lo que lo convierte en más valioso que una simple cosa e incluso que un animal, pero si está llamado a ser una persona es porque todavía no lo es plenamente, del mismo modo que el huevo fecundado de una cigüeña, a pesar de ser una cigüeña en potencia, todavía no es una cigüeña en acto, por utilizar  una jerga aristotélica de uso común. Lo que a nivel ético implica, por ejemplo, que a nadie en su sano juicio le repugnará moralmente lo mismo dar muerte a ese entrañable animal en su edad adulta que hacerse una tortilla con sus huevos, aun siendo lo segundo un aborto gastronómico.

          De esta innegable diferencia se desprende que no tiene por qué ser idéntico el nivel de protección jurídica de que goce el embrión de una semana que el de un feto de ocho meses, completamente formado y biológicamente autónomo. Lo que deja abierta la posibilidad de contrapesar el valor de concluir el embarazo con ciertas situaciones terribles que lo desaconsejan, como, por ejemplo, cuando es el fruto de la violación de una niña brasileña de 9 años a cargo de su ex -padrastro, situaciones excepcionales que pueden llegar a justificar la interrupción como un mal menor. Lo que puede ser fácilmente aceptado por una conciencia moralmente madura, ajena a las mentalidades fundamentalistas, como las que decidieron excomulgar a la niña y a los médicos que le practicaron el aborto.
 Y en cualquier caso, quién es Gallardón para usurpar la responsabilidad de ese complejo dilema moral a los afectados y, sobre todo, a las afectadas, robando pesos y platillos a la diosa Dike como el electricista el códice Calixtino a la catedral de Santiago. Y por si no tuviéramos bastante con la infalible autocomplacencia de sus argumentos, que mirados con detenimiento no son más que falacias de perverso y amañado sofista, el muy cretino, en un alarde de inédito cinismo, se declara más feminista que las propias mujeres, y se erige,  en un acto de desvergüenza sin precedentes, en el defensor y adalid de la maternidad frente a la, según él, "violencia estructural de género contra la mujer a propósito del embarazo".
Y algo de razón no le falta, pues no existe entorno más hostil a la familia y a la maternidad que el que promueve y tolera el partido popular: el riesgo de despido que se cierne sobre la mujer-madre tras la reforma laboral,  la imposibilidad de conciliar la vida familiar, los escasos salarios que obligan a trabajar a ambos cónyuges a tiempo completo, los desahucios que dejan a los niños en una situación de precariedad,  la eliminación de las becas al transporte para escolares, la supresión de ludotecas, guarderías y escuelas rurales, el paro juvenil que fuerza a los jóvenes a vivir con sus padres y hasta la subida de las tasas de la universidad,  hacen inviable, casi heroico, ser madre o padre en la actual coyuntura. Pero a ellos, como al santo Padre y a los grupos autodenominados pro-vida, solo les importa que vengan al mundo los hijos de Dios, pero se desentienden tan pronto como estos pobres desgraciados han puesto un pie en él.
 Y ahora nos sale el muy ministro, ver para creer, con la amenaza de excluir la malformación del feto como supuesto legítimo para la interrupción del embarazo, generando un debate hace décadas zanjado en la sociedad española –salvo en pequeños reductos de católicos integristas- y que afecta tan solo al 2,7 de los casos, mientras el muy hipócrita deja sin fondos la ley de dependencia, con la que se dotaba de una mínima cobertura económica a los padres que habían decidido asumir amorosamente la tremenda carga de una discapacidad congénita. Amén de dejar a la mujeres pobres, las más débiles de la sociedad, a merced de prácticas clandestinas de alto riesgo.
No puedo sentir mayor respeto y compasión por las personas aquejadas de espantosos males de origen genético, pero no seré yo quien se atreva a juzgar a aquellos padres que se planteen si merecería la pena traer al mundo a niños con graves anomalías fetales, que los condenarán a llevar una vida severamente limitada. Dejémonos de hipocresía. Nadie querría, si pudiera evitarlo, venir al mundo con graves malformaciones. Y si no lo quiere para él es legítimo que no lo quiera para los que ama. Lo que no implica condenar como indigna la vida de los ya nacidos, sean cualesquiera sus circunstancias, como tampoco la de aquellos que son hijos de un violador o han ocasionado, a su pesar, la muerte de su madre.  Se trata tan solo de dar libertad -y en ello radica el auténtico liberalismo-, a los padres para que juzguen, en conciencia, según sus propios criterios, estas cuestiones polémicas. A fin de cuentas serán ellos y no el gran inquisidor Gallardón quienes soportarán durante el resto de su vida las consecuencias de su decisión.
Lo peor de todo es que, si mi olfato psicológico no me engaña, ningún argumento hará recapacitar al personaje, preocupado exclusivamente del relieve y fortuna que adquiere su descomunal ego en el inmenso plató de la vida pública. Más terrible que el error político es para él pasar inadvertido. No le importa la ideología sino la pose, el ávido deseo de ser protagonista de todos los eventos, titular de todas las portadas, en competitivo parangón con otras celebridades, cual José Bono, Coto Matamamoros o Andrés Pajares.

sábado, 21 de julio de 2012

LAS MANDÍBULAS DEL PITBULL Y LA OKUPACIÓN DEL CONGRESO

                                                               


                                                              
No se hace digno de la libertad y de la vida sino aquel que tiene que conquistarlas cada día.

                                             Johann W. Goethe


         
Odio la violencia, pero ello no me impidió hace tres años  golpear con una gruesa piedra la cabeza de un pitbull que  apresaba, asesina y rabiosa, el cuello de mi perro. Ninguna medida resultaba ya eficaz para detener el ataque, y la ferocidad del pitbull me hizo temer seriamente por la vida de Xandro. Guardo desde entonces, junto a la satisfacción del  deber cumplido,  el orgullo de que el nerviosismo de la escena no me hicieran perder el sentido de la proporción, garante de la justicia del acto. Lo que en términos prácticos significó que los golpes sucesivos que le infligí al can agresor llevaban un orden in crecendo, de menor a mayor contundencia, hasta que en uno de ellos logré por fin desasir su mandíbula de mi mascota, sin que el resultado fuera fatal para ninguno de los dos animales.
Visto con mirada retrospectiva, lo sucedido fue tan solo un impertinente presagio, una caprichosa alegoría del estado en que al día de hoy se encontrarían nuestros derechos y protecciones colectivas, más apreciadas aún que mi perro,  con respecto a la jauría de peligrosos pitbull -llámense mercados, Troika, Merkel o gobierno popular-  que los mantienen aherrojados por el cuello, al borde de la asfixia, con despechada ferocidad. El carácter insaciable del estrangulamiento y su inutilidad -cuanto más recortes más se eleva la prima de riesgo y más se agrava la recesión, que exigen a su vez nuevos recortes y así, sucesivamente, en un círculo sin fin- nos hace temer lo peor: la expiración de la víctima, es decir,  de la democracia como gobierno del pueblo y del estado de bienestar, que con tanto esfuerzo hemos logrado entre todos.
El principal problema político del presente radica en encontrar una piedra lo suficientemente fuerte, compacta y afilada para golpear con eficacia la cabeza del pitbull. Denuncias, concentraciones, manifestaciones, libelos, por muy secundados que fueren se muestran insuficientes para ello. Con razas menos agresivas bastaba hasta la fecha el riesgo de un derrumbamiento electoral en los siguientes comicios para suscitar una reacción favorable. Pero ya no -el gobierno de Zapatero, con manso perfil de perro labrador, es prueba de ello-, lo que complica extraordinariamente las cosas: durante tres años más Rajoy y sus ministros gozarán no solo de impunidad democrática, sino de mayoría absoluta para culminar mortalmente su dentellada. Y, lo que es peor, parece más que probable que nuestra desesperación nos lleve a votar al Psoe en las próximas elecciones, implorando un alivio siquiera momentáneo a la brutal agresión que padecemos, lo que nos precipitará de nuevo en las fauces de un depredador tal vez menos fiero en el corto plazo, pero igualmente letal.
 En esta tesitura, mi punto de vista es que hay que asestar el golpe definitivo en la cabeza misma de la fiera, o al menos a la única de sus múltiples cabezas que nos es accesible, y que no es otra que el congreso de los diputados. Es ahí, en la sede de la soberanía nacional, en un tiempo prefijado que algunos anuncian para el 24 de septiembre de 2012, donde deben confluir todas las fuerzas del cambio, todas las corrientes de la indignación colectiva, todos los agentes de la nueva sociedad. Es ahí, porque es ahí, en ese punto estratégico de la geografía, donde se reúnen nuestros presuntos representantes para quebrantar y violar nuestros derechos en nuestro nombre.
Uno de los pocos actos que tienen todavía sentido lo constituiría el masivo e indefinido acordonamiento del parlamento por el pueblo, exigiendo la convocatoria inmediata de un referéndum para refrendar o rechazar las medidas del gobierno, junto al compromiso de que su resultado sea vinculante, genere la disolución de las cortes y el inicio de un proceso constituyente que dé a luz una nueva constitución. Constitución cuyas normas garanticen con la máxima eficacia jurídica la protección de los derechos y libertades fundamentales de la población, actualmente convertidos en moneda de cambio de la usura.
Donde se establezcan, por ejemplo, los porcentajes mínimos del PIB que deberán destinarse a sanidad y educación, la obligatoriedad de instituir una banca pública, las bases de una ley electoral justa y proporcional, los criterios para una regulación de la clase política que remedie sus actuales privilegios y, sobre todo, nos dote de mecanismos de control que impidan que cualquier gobierno en el futuro haya de ser soportado durante cuatro años cuando incumpla sus compromisos electorales o realice políticas lesivas para sus representados. Erigir en suma los cimientos de una sociedad justa y ordenada donde el crecimiento de su riqueza sea igualitario y sostenible en el tiempo.
Simultáneo a este proceso constituyente se exigiría un juicio al más alto nivel de todos los responsables de la crisis, ya sea por acción u omisión, a la par que una auditoría de la deuda del Estado  que señale cuál es realmente su dimensión legítima -no odiosa-, sus beneficiarios, el modo más justo de saldarla y los plazos razonables en que puede ser satisfecha.
Sitiar de forma masiva, pacífica e indefinida el congreso, en coincidencia con una huelga general también indefinida, mostraría de forma inequívoca que no nos conformamos con un cambio de gobierno, sino que exigimos una modificación de las normas fundamentales que rigen nuestra convivencia, un cambio en el modelo de Estado.   
La imagen pública y heroica de un pueblo soberano, único depositario del poder legítimo, reclamando de forma multitudinaria la disolución del parlamento, al que acusa de haberse convertido en comando de la traición y la impostura, ofrecería al mundo un retrato simbólico incontestable de lo que está en juego en este conflicto. Si dicho referéndum no se celebrara se impondría, es decir, se celebraría al margen de la legalidad vigente.
No cabe respuesta menos audaz a lo que sucede y nada de lo propuesto es imposible como revela el caso de Islandia, actualmente en fase de crecimiento.   Sólo una piedra de semejante grosor  puede hacer todavía mella en la mandíbula del pitbull y acabar dignamente con la pesadilla que nos asola.

viernes, 13 de julio de 2012

¡RAJOY, TORERO, RECÓRTANOS EL SUELDO ENTERO!


Tanto recortar me hace temer por la salud de Rajoy, que  acabará contrayendo una tendinitis en los ligamentos de la muñeca a fuerza de apretar y aflojar la tijera, como por la integridad de nuestros derechos, convertidos a la sazón en una pobre tela desvaída  al alcance de sus decretocuchillos  Pero ¿quién es este señor alto y desgarbado que nos ofrecía  caramelos hace no más un año a la puerta de los colegios electorales y nosotros, desobedeciendo a nuestras madres, como niños ingenuos y voraces los comimos con fruición? ¿Es  un sastrecillo valiente, empeñado en hacer con la piel del toro ibérico un bolso pijo a juego de Ana Mato, o será un aprendiz de cirujano que nos ha tomado, debido a su congénita miopía, por abnegados conejos de laboratorio con los que se permite ensayar las últimas recetas neoliberales para salir de la crisis?
Si he de ser franco es la primera vez que estoy de vacaciones deprimido y malhumorado, ni los contoneos de las bañistas al aplicarse las cremas solares me distraen ya de las pendencias de Barbaazul y su consejo de Ministros. Lo ha conseguido el muy cabrón. Mira que juré no escuchar las noticias sino a través del filtro progre del Gran wyoming. Pero  un fallo, una curiosidad malsana similar a la que convirtió en salazón a la mujer de Lot, me hizo romper la disciplina terapéutica con la que pretendía aislar mi sistema límbico de las gilipolleces de Montoro,  Esperanza y Cospedal, y eché un vistazo al  trailler de  la nueva temporada del Carnicero de las chuches.
Fue como volver a revivir Apocalipsis caníbal en formato institucional. Capítulo primero: Rajoy vestido de segador, con la hoz ensangrentada, pone fin a la paga  extra de los funcionarios, a los que nadie puede acusar de haber vivido por encima de sus posibilidades, ya que sus posibilidades son la únicas que están controladas con precisión prusiana por el Estado, y ninguno recibió, que yo sepa, una tercera paga extra a cuenta de la orgía monetaria del boom del ladrillo. Capítulo segundo: Rajoy, daga en mano, irrumpe en la fila del INEM y  disminuye la prestación a los parados, principales víctimas de la crisis, supongo que para ponerlos al borde de la mendicidad  y estimular con ello las glándulas salivares de algunos emprendedores. Capítulo tercero: Rajoy disfrazado de fallera psicópata sube el IVA a los ciudadanos corrientes, por si no tenían bastante con los recortes a su salario indirecto en sanidad y educación.
Curiosamente aquí se acabó la película, Barbastijeras no anunció ni una sola medida para gravar a los únicos y verdaderos culpables de todo este desbarajuste económico: banqueros y políticos; los primeros por acción de su invencible codicia a corto plazo, los segundos por omisión de su deber de protegernos de la avidez de aquéllos. Por cierto, los políticos serán los únicos sueldos con cargo a los presupuestos del Estado con derecho a cantar  Villancicos en el 2013 con su paga extra en el zurrón, robo-pon-pon, robo-pon-pon.
Y lo peor de todo es saber que tanta amputación de tanto hijo de amputa, además de injusta en sus destinatarios e ilegítima en su procedimiento -no iba incluida ni siquiera en la letra pequeña del contrato electoral-, no servirá para nada, como reconocen los analistas y el sentido común: retirar dinero del mercado, penalizando el consumo y recortando los sueldos, tan solo hace que disminuya el poder adquisitivo de la población y en consecuencia se resienta la demanda. Y sin demanda parece poco probable que nazca o se conserve una actividad económica lucrativa, a excepción de la de Presidente del gobierno.
 Pero en ese caso, volviendo al principio de nuestras pesquisas, si Rajoy no es un cirujano, porque no puede justificar los machetazos infligidos al cuerpo del paciente como un mal necesario a su recuperación, habremos de pensar que bajo su aséptica bata blanca se oculta un torturador social a sueldo de la Merkel, un sicario de los acreedores de deuda soberana, un estúpido sádico investido de autoridad. Ahora entiendo de dónde viene esa patológica exaltación del toreo, erigido en monumento cultural de la derecha española. Estamos gobernados por un hibrido de Manolete y Paquirrín, y nosotros, el pueblo soberano, somos la vaquilla de las fiestas de Lepe. No sé a vosotros, pero a mí se me está empezando a agotar la paciencia.