jueves, 27 de septiembre de 2012

TOMATEAR EL CONGRESO



 
La decisión del alcalde de Buñol de cobrar cinco euros a los turistas que asistan masivamente a la tomatina, televisada en el noticiario del mediodía unos instantes después de los altercados del 25 S, ha suscitado en mí un proyecto insurreccional de largo alcance que paso a exponer:
Diré como base política previa a la exposición de la técnica defensiva  que intento promover, que lejos de una visión roussoniana del mundo, según la cual el ser humano es bondadoso por naturaleza, desde hace  tiempo estoy convencido de que la libertad no puede subsistir sin el uso organizado de la fuerza. Por desgracia sospecho que siempre habrá una minoría que pretenderá ejercer  dominación sobre sus semejantes, sea por codicia,  vanidad o cualquier otro motivo. Amarga certeza que me ha llevado a respetar escrupulosamente a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, a los que juzgo, frente a posiciones anarquistas,  como ejecutores de una misión antipática pero socialmente necesaria: la de velar, a mamporrazos proporcionados,  por  nuestros derechos y libertades.
Lo que nunca pude imaginar es que esa minoría pudiente, de cuya codicia debían protegernos, lograría controlar, mediante sutiles mecanismos financieros, las altas instituciones del Estado en perjuicio de los ciudadanos corrientes –aunque buena parte de éstos, por interés, manipulación, temor o ignorancia, sigan creyéndose representados.
La neutralidad de policía y guardia civil, subordinada a autoridades civiles y no militares, que constituye el éxito indiscutible de la transición, suscita en este momento, por las circunstancias señaladas, una terrible paradoja: las fuerzas del orden, al obedecer a un gobierno secuestrado por los mercados, acaban convirtiéndose, tal vez a su pesar, en fuerzas represivas, que lejos de garantizar nuestras libertades apuntalan nuestro sometimiento, que lejos de defender la democracia impiden su rescate, que lejos de servir al pueblo soberano colaboran de forma  leal en su tiranía. Pero ¿qué tiene que ver esto con la tomatina?
Si estas convicciones son ciertas, el problema no solo es de índole política sino táctica, estratégica ¿Cómo pueden ciudadanos inermes enfrentarse a cuerpos armados de una forma efectiva y  pacífica, cuando estimen que limitan de un modo abusivo sus acciones de protesta, sin generar lesiones ni incurrir en dolosas consecuencias penales? La solución está en un arma química ancestral conocida como Solanum lycopersicum: el tomate.
Una multitud indignada, cada uno de cuyos miembros fuera provisto de un cestillo de tomates, podría enfrentarse con éxito a un pelotón de antidisturbios.  La infantería de lanzadores de esta jugosa baya bañaría en pocos segundos en caldo rojo los cristalinos cascos de sus oponentes armados, impidiendo su visibilidad y ralentizando sus cargas a ritmo de cine cómico, por el riesgo de resbalar en una superficie gigante de pisto manchego.
Tal vez no se conseguirían tras el primer mojete  los objetivos políticos previstos, pero el terapéutico disfrute de los asistentes estaría asegurado, los indignados podríamos al menos descargar nuestra ira y no venirnos a casa humillados y cabizbajos por las cargas policiales. La dimensión de la mancha roja permitiría determinar aproximadamente el número de participantes de forma más certera que la empleada por la delegación del gobierno.
Todos serían ventajas. Las propiedades químicas de esta autóctona herramienta bélica impiden que se generen suciedades estables en las paredes de los edificios y se retira con relativa comodidad del asfalto. Los tomates no tienen punta ni dureza, son armas blandas, casi lánguidas, que se despanzurrarían generosamente contra la pétrea consistencia de los cascos, porras, perros, caballos y escudos de los antidisturbios. Además de representar, por su esfericidad, la sociedad perfecta, y por su color rojo, al noble movimiento obrero. Nadie podría acusarnos de militarizar las revueltas, al no ser un general sino un chef quien comandaría la resistencia tomatada.
Con el afán punitivo que lo caracteriza, el PP y su ministro Gallardón  modificarían a buen seguro en el próximo consejo de ministros el código penal, ajustando las penas al grado de madurez del tomate. Los tomates verdes solo deberían usarse en caso de extrema necesidad, por ejemplo frente al lanzamiento de pelotas de goma de similares dimensiones o ante personalidades de mollera dura, como Cospedal, Esperanza Aguirre o José Ignacio Wert, que repelerían el impacto.
Sé que no soy original en mi planteamiento ni creo estar pervirtiendo la naturaleza esencial de esta hortaliza. No debemos olvidar que además del interés gastronómico, el tomate ha tenido siempre una función sociopolítica fundamental. No por casualidad cuando los actores representaban mal la comedia eran tomateados sin piedad por el público, que se erigía de ese modo en verdadero pueblo soberano.
Si unimos todas las piezas con el 25 S ¿Por qué no asistir masivamente, siguiendo esa venerable tradición arrojadiza, al congreso de los diputados a proyectar una tonelada de tomates      –pochos– contra esos pésimos actores que nos gobiernan? Por menos de los cinco euros que nos quiere cobrar el alcalde de Buñol les mostraríamos de forma ácida nuestra repulsa. Compañeros indignados, enfrentemos la dominación con el residuo carnoso de un gazpacho andaluz.

lunes, 24 de septiembre de 2012

YO TAMBIÉN EXIJO LA DISOLUCIÓN DE LAS CORTES





                    Probablemente el mayor argumento contra el llamamiento a la ocupación o acordonamiento del congreso el día 25 sea la falta de una mayoría social que lo respalde. Sin esa mayoría su legitimidad es ética pero no democrática, es decir, son justos los principios que invoca, sólidos los argumentos que plantea, insoslayables las causas que lo motivan, pero se carece aún de un sujeto político articulado capaz de operar esa mutación radical del sistema.
A lo que habría que añadir el riesgo de confrontación civil que supondría el éxito de la iniciativa sin un consenso previo entre las diferentes fuerzas y sensibilidades que conforman la realidad social española. Por desgracia, aunque somos el 99% frente al 1%, tan solo el 15 o 20% se han dado cuenta de ello. El PP, a día de hoy, según las últimas encuestas, y a pesar de una importante caída en la intención de voto, seguiría siendo la opción política más votada. Lo que significa que en el vacío constituyente las reglas del juego podrían incluso modificarse aún más a la derecha. Dicho esto:
¿Por qué no tiene derecho a entender una multitud de ciudadanos que las reglas del juego de las que un día nos dotamos, es decir, la constitución, se ha quedado vacía de contenido y ya no responde a las expectativas legítimas a que debió su origen?
¿Por qué no vamos a tener derecho a pensar que el sistema político español se convierte gradualmente en una inmensa farsa, donde, bajo la apariencia de democracia, se oculta –cada vez menos– una perversa dictadura de los mercados?
¿Hasta qué punto puede exigirse a un elevado número de ciudadanos, progresivamente excluidos del amparo público, del empleo, de los servicios sociales, de las oportunidades,  lealtad a las instituciones responsables de dicho desamparo?
¿Por qué no tienen los ciudadanos, agentes de la soberanía, derecho a pensar que las instituciones políticas han dejado de representarles en beneficio de minorías pudientes y de estructuras parásitas y, en consecuencia, a reclamar la disolución del  poder constituido?
¿Por qué no se va a poder demandar la apertura de un proceso constituyente capaz de instaurar un ordenamiento jurídico más acorde con los principios de una democracia real?
Y si tenemos derecho a entenderlo ¿por qué no vamos a tener derecho a expresarlo de una forma pacífica del modo que creamos conveniente, sea rodeando el congreso,  ocupando las plazas o batiendo cacerolas?
 El mayor argumento de los promotores del 25 S es paradójicamente la feroz represión de la que están siendo objeto. La falta de legitimidad social es suplida por la vergonzosa criminalización de la protesta; la incapacidad de satisfacer las expectativas de los cerebros, por el bochornoso amordazamiento de las bocas; la ausencia de argumentos válidos por la vejatoria administración del miedo. Nos causan dolor y nos prohíben gritar.
El sistema se hunde, y un ansia irreprimible de revolución, no de alternancia sino de alternativa, comienza a generalizarse ante la incapacidad del orden constitucional, y de los dos grandes partidos que lo gestionan, para dar una respuesta que alivie el intolerable sufrimiento que nos aflige. El 25 S ocurrirá, ya se ven racimos dorados tras las primeras pámpanas.

domingo, 9 de septiembre de 2012

EL DULCE TORMENTO DE SAN SEBASTIÁN


                                              Cuando oigo a hombres curtidos de Mota, a los que escuchaba de niño decir la palabra maricón con desprecio, decir ahora la palabra gay con respeto, siento hasta qué punto este pequeño pueblo que me vio nacer se ha vuelto amable y tolerante. Dedicado a todos aquellos que pagan un precio por atreverse a ser ellos mismos.

Son multitud las representaciones del martirio de San Sebastián, aunque ninguna tiene el poder de agotar el espacio numinoso del mito. Pero si buscáramos un denominador común a todas ellas siempre nos toparíamos con dos significados, uno más aceptable e ilustrado, el otro más impertinente y posmoderno.
La imagen simboliza en primer lugar el sacrificio del héroe que  da la vida por sus principios, la persona íntegra que decide asumir sin cálculo el coste de su libertad. San Sebastián, general romano convertido al cristianismo, fue ejecutado por negarse a obedecer la orden del emperador Diocleciano que le exigía abjurar de su fe. Encarna pues al idealista, la fuerza invencible de la conciencia frente a las exigencias del mundo.
Pero al mismo tiempo y por una suerte de broma sagrada, el martirio de San Sebastián, desviándose de la intención original de sus promotores eclesiásticos, que pretendían utilizar los suplicios como prueba pública de la verdad cristiana, pasó a convertirse en la sombra misma del cristianismo triunfante, represivo y homófobo: en un icono de la comunidad gay.
A lo que ayudó no solo la coherencia extrema del santo, sino la belleza y sensualidad de su figura masculina, su provocativa desnudez, así como la actitud pasiva, marcadamente femenina, de su expresión, que antes que a casta devoción invitaba al solaz desenfreno, a la dulce concupiscencia, permitiendo a los fieles         –clérigos incluidos– orar sin culpa, en medio de un pecaminoso cosquilleo.
Al igual que el éxtasis de Santa Teresa de Bernini, los elementos espirituales de la imagen dejan entrever un erotismo soterrado que bulle y palpita en su interior. Piedra de escándalo para una fe mojigata y puritana, que sataniza el cuerpo y penaliza el disfrute. Sin saber que lo prohibido acaba siempre por desbordar los tristes cauces que lo censuran, en este caso para fundirse con el dolor extremo.
En San Sebastián el martirio se transforma en éxtasis, el ascesis en preámbulo de la entrega carnal. Tal vez por ello la expresión del santo, herido y humillado por íntimo amor a Cristo, es de gozo, como si las saetas que penetran su carne, la exhibición de su cuerpo desnudo ante los verdugos, el rito voluptuoso de la sangre  pudieran hacer visible el paso orgásmico al paraíso.
Pero el idealista y el icono gay que el mito relata, lejos de contradecirse, son la luz y la sombra del proyecto cristiano, que es en cierto modo la historia misma de occidente. El hombre íntegro es el cristiano perseguido, la comunidad de las víctimas, la iglesia de las catacumbas, la religión del amor. El homosexual herido y saeteado señala, al contrario, al cristianismo perseguidor, la ferocidad del poder, la administración del miedo, la iglesia de Roma. San Sebastián sintetiza como ningún otro símbolo al cristiano reprimido por su fe y el gay reprimido por los cristianos. 
Extraña y sugerente paradoja que esta fotografía tiene el valor de ilustrar, tal vez con el ambicioso propósito de hacerla desaparecer de un universo social sobre el que sigue planeando  el prejuicio y la intolerancia. La presencia a la vez incómoda y cautivadora de la imagen, entregada sin ironía ni ánimo irreverente al dulce tormento, nos recuerda que no hay salida al dilema: o somos San Sebastián o somos sus verdugos.

lunes, 3 de septiembre de 2012

RETIRO BUDISTA EN LAS ALPUJARRAS


Dedicado a mis compañeros de retiro, quienes compartieron conmigo la plenitud del silencio. 

Todas las tradiciones espirituales tienen algo que enseñarnos,  principalmente a los que no podemos creer en la existencia de un ser superior. Cristianos, budistas, musulmanes, judíos o paganos, por diferentes caminos, y a pesar de todo el fanatismo y adulteración que legítimamente podamos reprocharles, conservan en algunos casos el poder de ponernos en contacto con algo misterioso y profundo que late en nuestro interior. Y que tal vez no sea otra cosa que nuestra propia conciencia desnuda.  
Con celo de ateo tolerante decidí pasar los últimos días de agosto en un centro de budismo tibetano a fin de profundizar en el significado de mi propia muerte, a 1600 metros sobre el nivel del mar, en la ladera sur de Sierra Nevada. He de decir que desde aquella privilegiada atalaya podía percibirse, a medio camino entre el pasmo y la fascinación, la majestuosa silueta de las masas rocosas, en cuyo regazo blanqueaban los pueblecitos de la Alpujarra granadina cual pequeños rebaños  urdidos en la roca.
Pero no es aquella inhóspita y desolada belleza del paisaje, ni la sensación de estar exiliado del mundo, ajeno a los avatares que componen la trágicómica urdimbre de la vida, lo que destacaré, sino el modo en que aquel  clima de silencio y compasión ha trastocado, siquiera momentáneamente,  mi percepción de la vida y de las cosas.
Es preciso para ello entender previamente que la razón de tan extraordinario aislamiento no es otra que aprender a captar en silencio, con la mente atenta pero relajada, todo aquello con lo que  los participantes llegáramos a entrar en contacto durante nuestra estancia, desde fregar los platos hasta subir las escaleras o beber un vaso de agua. Es lo que los anglosajones llaman Mindfulness, la practica de la atención plena, que implica ser capaces de estar inmersos, con todo nuestro ser en cada actividad por insignificante que sea, en cada persona por poco estimulante que nos resulte, en cada momento, sin permitir que la preocupación o los remordimientos nos resten un gramo de entrega a lo único real: el aquí y el ahora.
Bruno Ricci, el ex–monje budista que impartía el taller, nos mostró durante los seis días del retiro las principales creencias de esta ancestral sabiduría en torno al vacío y la impermanencia, así como el secreto de su práctica más potente: la meditación. No negaré que algunas de estas creencias pueden resultar discutibles, pese a lo cual he sido conmovido, hasta un punto difícil de expresar, por la calidad humana de este  sabio budista. Su rostro era más bello aún que el paisaje y en él se reflejaba una síntesis inusual de  serenidad, modestia y ternura. Pocas veces he presenciado una sonrisa tan limpia y profunda, que expresara tan incondicional aceptación. Al recibirla no podía dejar de sentirme colmado.
Distanciándome de mi entorno habitual, recogido en una cumbre consagrada al silencio, he llegado a comprender con horror cuánto ruido –físico y emocional– nos asola, cuán poco nos escuchamos los unos a los otros, qué hambrientos estamos en medio de la abundancia, cuán hostil es la pesadilla que construimos cada día con nuestros codiciosos afanes.
Tras mi regreso a Mota del Cuervo hace tan solo 24 horas mi espíritu sigue tan poroso y despierto que apenas reconozco mi casa, mi familia, mis amigos, mis compañeros o a Coralie. Es como si pudiera mirarlos de otro modo, sin el estúpido velo de mi humano egocentrismo. Me hace feliz estar plenamente presente en el ahora y siento que mi corazón es considerablemente mas ancho que cuando me fui. Incluso las personas que hace siete días me resultaban antipáticas y desagradables, hacia las que guardaba mezquinos rencores, las experimento ahora con una misteriosa suerte de indulgencia, sabiendo que es el sufrimiento lo que les hace obrar así y que si fueran plenamente dichosas jamás habrían tenido la tentación de hacerme daño.
No por ello ignoro que el mundo está lleno de injusticia e incluso me hiere aún más contemplar el insensato dolor que nos infligimos mutuamente. Pero ese dolor no me destruye, ni me hace recelar de la bondad del mundo ni me vuelve cínico. Al contrario, tan solo me despierta una profunda compasión en la que subyace un poso de inexplicable alegría.
Sé que en unos días el ruido del mundo, su infatigable tormento me volverá a reclamar. Y que aún no estoy preparado para habitar en esta felicidad tranquila. Pero me siento tan sereno que ni siquiera eso me preocupa. Porque también sé que este paraíso que hoy siento es auténtico, no se basa en drogas, personas o bienes externos a mi ser, sino en la conexión con un centro oculto en mi interior que de mí depende volver a reencontrar. Mi mente se ha vuelto clara y mi corazón compasivo. No perdurará. Pero ya sé que es posible.