sábado, 26 de enero de 2013

Sobre-cojo, sobre-suelto, sobre-sueldo.



El escándalo de los sobre–cogedores, que confirma la inquietante existencia de una siniestra confabulación, que vincula de forma organizada y sostenida –durante nada menos que 20 años–, al poder económico y al poder político, pone de manifiesto, con obscena evidencia, lo que los ciudadanos más atentos nunca han dejado de intuir bajo los diferentes gobiernos: que bajo la pulcra epidermis de los rituales democráticos se esconde una abyecta y nauseabunda plutocracia, un gobierno de los ricos, de los pudientes, de los acaudalados, que manejan a su antojo las riendas del país en turbio contubernio con los grandes partidos.
Atrevámonos pues a enfrentar la realidad con valentía, realicemos la biopsia política a las células de la Gürtel, clones de la antigua Filesa, aunque solo sea para constatar con dolor el insalvable abismo entre representantes y representados -mejor morir lúcido que vivir gilipollas ¿Quién puñetas manda aquí?¿Componen el sujeto soberano los 46 millones de ciudadanos corrientes, esos que cada día se dejan el pellejo en la oficina, la zanja, la escuela, el asfalto, la mina, la cadena de montaje o las filas del INEM, para que el mundo siga luciendo cada día? ¡Nooooooooooooooooooooo! –perdón por esta prolongación descontrolada de la “o”, que debe ser la deformación que produce el wsap en mis neuronas.
 El auténtico soberano, el rostro pérfido bajo el disfraz democrático es una mafia de alevosos canallas trajeados, que controlan simultáneamente los grandes emporios productivos, el capital financiero y las instituciones políticas –dentro de poco también los servicios públicos. Un sórdido pijo–club formado por patéticos snoopys gangosos, estrafalarios bigotes,  incompetentes economistas, evasores fiscales, taimados tesoreros,  empresarios tramposos, abogados chupa pollas –caras–, ingenieros financieros, magnates mediáticos,  banqueros exprimidores, ostentosos señoritingos y jueces soplagaitas.
 Una plaga de  sociópatas capaces de imponer un estado de excepción política y de emergencia económica, mientras ellos,  ensimismados en su burbuja social exclusiva, más admirada que denostada por aquellos que la padecen, se revuelcan en el orgiástico lodo del caviar ruso, de las suntuosas mansiones baleáricas, de los apartamentos en Manhattan, de los flamantes deportivos descapotables, de la flotilla de lujosos yates a todo confort, con los que escapan al hedor de la chusma, amortizados con oscuras cuentas en paraísos fiscales.
Nuestro sudor común, el esfuerzo de nuestros padres y la desesperación laboral de nuestros hijos, puestos al servicio de una vida plana, cínica, estéril y estúpida, de felicidad blanca en  nariz, diamantes tallados en ketchup y dulces folleteos con putas de alto standing, eso sí, todo servido y brindado en honor de las grandes palabras, esas que pronuncian con ruidoso sarcasmo entre erupto y erupto de Vega Sicilia: Dios, trabajo, patria y familia, justo esas por las que un pueblo dócil e incauto les concedió no hace mucho la mayoría absoluta.
                                      

viernes, 4 de enero de 2013

EL ANTIHUMANISMO DE RAJOY



               El discurso de Rajoy tras el primer año de legislatura, reiterando con solemne cinismo alguno de los tópicos urdidos por sus asesores para justificar su ignominioso gobierno, a saber, el de que los recortes que están propiciando el desmantelamiento del estado de bienestar y sumiendo en el desamparo a buena parte de la población son un producto inexorable de las circunstancias -cuya premisa perenne es la herencia recibida-, y que cualquier otra respuesta alternativa hubiera sido peor, supone nada menos que certificar una vez más, por parte de un mandatario europeo, el fin de la política, es decir, de aquella actividad pública nacida en Atenas hace 2500 años, destinada a resolver de manera justa y eficaz los problemas comunes.
Asumir en directo y ante las cámaras, que no podemos hacer otra cosa que sufrir con resignación las veleidades de los mercados y sus agentes, que somos fatales rehenes de estructuras de carácter mercantil que escapan al poder del demos, del pueblo soberano, las cuales se autorregularían de forma automática como las selvas o los mares,  y de las que depende nuestra supervivencia como sociedad, más que un gesto de gallardía política, más que un desprecio a la naturaleza de la democracia, que lo es, constituye un ataque a lo que desde la Ilustración se ha considerado el sentido mismo de lo humano, la base filosófica de nuestra dignidad como especie y, correlativamente, el núcleo duro de lo que puede denominarse, con orgullo, Europa. Me refiero a la creencia en el poder de hombres y mujeres, como agentes libres, para dirigir, tanto en su vida personal como colectiva, su propio destino.
La radical y sistemática puesta en cuestión de este relato fundacional de Occidente, denominado humanismo, `puede precipitar en el abismo de la barbarie -de la que la tecnocracia, el gobierno de los expertos, no es precisamente su expresión más benévola- a los ciudadanos europeos. Lo que prueba que el riesgo que  estamos asumiendo en esta crisis es aún más grave de lo que pudiera parecer a simple vista. No estamos hablando de izquierdas o derechas, de neoliberalismo o de keynesianismo, sino de si sigue teniendo significado en palabras de Rajoy –y de aquellos a quienes  sostiene y representa– la palabra “humano”.