martes, 19 de febrero de 2013

Aurelia y el bombero





¿Quién es Aurelia Rey? Aurelia no es una anciana menuda de ochenta y cinco años, inquilina en la Coruña, con una humilde pensión de 356 euros, que iba a ser desahuciada por impago de dos meses de alquiler. Aurelia es el rostro frágil de todos los que sufren, de todos los pobres, de todos los parados, de todos los excluidos, de todos los enfermos, de todos los que registran cada noche la basura a pie de contenedor. 


¿Quién es el bombero desconocido? Nunca o no solo el que se negó a colaborar con el cruel destacamento, el que se puso de parte del tallo y no del hacha, el que prefirió ser expedientado a cómplice, el que entendió que su lugar estaba junto al pueblo y no contra él. 
Es el poder del tornado que arranca lo podrido,  la rabia purificadora de la indignación, la amorosa fuerza que mueve montañas, la fe que resucita difuntos, la generosidad que burla todo cálculo, la voz de un nuevo comienzo, la sabia que alienta la vida, el horno que cuece el pan común, el corazón en el que juntos podemos, el gesto que desahucia la impotencia, el único modo en que todavía, en un mundo de ignominia, es posible deletrear la dignidad.

domingo, 17 de febrero de 2013

¡SÍ SE PUEDE! Se empieza a ver la luz al final del tunel



El pueblo ha vencido el último pulso entre el 1% y el 99%  de la población. Admitir a trámite la iniciativa legislativa popular contra los desahucios es un éxito histórico de las clases populares, y esto aunque fuera finalmente rechazada, ya que por vez primera la mayoría consciente ha logrado atravesar las puertas del parlamento, sede de su soberanía usurpada por el 1%.
La ineficaz e injusta gestión de la crisis, la insensibilidad hacia el sufrimiento de las víctimas de desahucios, algunas de las cuales prefieren darse muerte antes que verse fuera de sus hogares, en contraste con la cínica benevolencia que se exhibe hacia sus acreedores bancarios, está llevando a los dos grandes partidos, los que administran las instituciones en beneficio de la minoría,  a una crisis sin precedentes en sus expectativas de voto –entre PP.PSOE no llegarían ni al 40% del censo electoral si se celebraran hoy las elecciones.
Y esto es un hecho terrible y a la vez esperanzador. Donde arrecia el peligro crece lo que nos salva, decía Hölderlin. La miseria creciente de la población junto a la corrupción generalizada de todas las instituciones del estado: monarquía, gobierno, órganos judiciales, partidos políticos, está generando la más profunda crisis de legitimación del sistema democrático desde la transición, abriendo las puertas a un modelo político y económico inédito.
Es el momento del gran cambio, no un cambio de partido sino un cambio de sistema, no un cambio de jugadores sino un cambio en las reglas del juego. Pero no para acabar con la política ni con los partidos, pues no existe otro modo de autogobernarse  46 millones de ciudadanos. El reto es garantizar jurídicamente, al más alto nivel, el control efectivo de las instituciones por parte de la ciudadanía. Lo que exige establecer mecanismos de participación directa y democratizar los partidos, convertidos en estructuras jerarquizadas, corruptas y opacas, sin capacidad de atender la satisfacción de las necesidades colectivas.
La movilización de stop desahucios nos da la clave de la estrategia más eficaz de resistencia y construcción social de la que disponemos, señala uno de los talones de Aquiles del sistema: la movilización popular organizada en torno a unas cuantas propuestas claras y justas, es decir la iniciativa legislativa popular. Iniciativas que hacen visibles la voluntad de la mayoría y desenmascaran la subordinación del gobierno a los poderes fácticos. Los partidos son puestos por ellas en la texitura de mostrar de qué parte están, a quién representan en realidad.
De entre las iniciativas legislativas posibles que habría que llevar a cabo de forma inminente destacaría una: aquella  conformada por un  conjunto de medidas que alcancen el eje de flotación del sistema, haciéndolo oscilar desde un modelo oligárquico como el actual, hecho por y para lo ricos, hacia uno de democracia participativa. Hablo de mecanismos tales como listas abiertas, cambio de la ley electoral, derecho a revocar al gobierno con un número de peticiones, obligación de admitir a trámite una iniciativa legislativa popular, tipificar como delito el incumplimiento grave del programa electoral, prohibición de las donaciones privadas a los partidos, etc. Esta propuesta legislativa, revolucionaria en el mejor sentido de la palabra, debería ser promovida, en aras del consenso, por una plataforma horizontal sin adscripción política y sindical y a la que todas las fuerzas, grupos, asociaciones y ciudadanos independientes se pudieran añadir si lo desean.
Se acerca el tiempo propicio, ya que los grandes partidos, ayunos de apoyo, y cada vez más odiados por los ciudadanos, que empezamos lentamente a despertar de nuestra condición de súbditos, no querrán destacar ante la opinión pública por el rechazo a iniciativas tan numerosamente respaldadas.  Eso hará que se sometan por propio interés a las mismas o verán alzarse nuevos partidos que las apoyen. 
          Dicho esto, opino que no bastará con la iniciativa popular ni con toda la movilización para transformar el sistema. Es condición necesaria pero no suficiente. No podemos renunciar al arma más poderosa de que disponemos para lograr una democracia real de forma pacífica: el sufragio universal -si el PP o el viejo PSOE volvieran a ganar las elecciones nuestro esfuerzo habría sido tan solo un brindis al sol. Solo en las urnas se puede iniciar un proceso constituyente con garantías de éxito. 
         Pero basta ya de reflexión, hartos de malas noticias alcemos, al menos por un día, nuestras copas para celebrar la primera gran victoria.