miércoles, 4 de junio de 2014

DEMOCRACIA VERSUS MONARQUÍA



Más allá de los escándalos, costes y corruptelas que se le puedan imputar al caso concreto, o de las simpatías y antipatías que el personaje nos pueda generar, la monarquía es en sí misma un engendro antidemocrático.
·        Plantea que la legitimidad de la jefatura del Estado se trasmite por medio de los genes y no por medio de los votos.
·        Establece el privilegio de una familia sobre el resto de ciudadanos, destruyendo el principio de igualdad que funda una sociedad democrática.
·        Pone a un sujeto por encima del imperio de la ley, vulnerando el estado de derecho. La inviolabilidad del monarca implica que no puede ser juzgado por ningún tribunal ni se le puede imputar delito alguno. Al no estar sometido al código penal podría cometer pedofilia, violación o asesinato sin contraer ninguna responsabilidad.
·        Imprime carácter vitalicio al cargo, impidiendo su saludable renovación cada cuatro años como el resto de poderes del Estado. Todo poder vitalicio acaba generando corrupción.
·        Es machista al privilegiar al heredero varón.
·        Admite el absurdo de dejar la máxima autoridad del estado al albur del azar genético –solo nos queda rezar para que el heredero no sea manifiestamente necio, incompetente o malvado–, violando el principio de elección racional que prima el mérito y la capacidad de los candidatos.

La monarquía es, en suma,  una institución premoderna, un fósil histórico, que prioriza la sangre sobre el sufragio y sanciona jurídicamente el derecho divino de cuya ficción surgieron los Borbones. No discutiré si la monarquía fue necesaria en la transición como modo de conjurar las amenazas del franquismo, el precio que una democracia todavía inmadura y atemorizada por los poderes reaccionarios hubo de pagar para consolidarse, pero no se puede hacer de la necesidad virtud y pretender que en las actuales circunstancias, cuarenta años después, siga teniendo sentido.
Tras la abdicación ha llegado la hora de que el pueblo, en un acto de plena soberanía, liberado del miedo y de la minoría de edad, decida  mediante referéndum el modelo de estado que prefiere. De lo contrario, el rey Juan Carlos –por mediación de sus súbditos parlamentarios–, legitimado por salvar la democracia de un golpe de estado, logrará,  imponiendo la sucesión sin consulta, dar un golpe de estado a la democracia.