Cómo prescindir de ti
Dios de la noche, vino primaveral
destilado en el lujurioso fermento de mil soles.
Sin embriaguez nada es auténtico.
Escoria óntica somos.
Y en tu risa hay algo
que nos insta a traicionar el tiempo,
amancebado precariamente con la forma,
en un rapto de divina beatitud.
Pero amamos las sombras demasiado,
y existe, no sé cómo decirte, una tristeza,
que no solo es apego,
que nos impulsa a salvarlas,
aunque hayan sido declaradas culpables.
Permítenos, por tanto,
levantar también templos a Apolo,
el que tañe con nuestros corazones
un himno de loa a lo celeste,
que si un Dios como tú pudiera oír
no dejaría de entonar.
Y que no consintamos, aunque haya en ello sacrilegio,
entregarnos, como apretadas uvas,
a la impune ebriedad de tu canto.
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