miércoles, 25 de septiembre de 2013

LA DESORIENTACIÓN DE LA IZQUIERDA ANTE EL RETO SOBERANISTA. ¿FEDERALISMO O SOLIDARIDAD?


              

Espero se me perdone la osadía de intentar sintetizar en una breve y sencilla fórmula la solución al reto planteado por el soberanismo catalán. Reto que trae de cabeza no solo a los grandes partidos, hechos pedazos tanto a nivel ideológico como electoral, sino a toda la ciudadanía, sea española o catalana, envuelta en un laberinto del que no parece posible escapar sin incurrir en un proceso altamente traumático, similar al que se espera de dos trenes que incrementan progresivamente su velocidad en dirección contraria.
La fórmula a la que me refiero pretende ser imparcial frente a las expectativas de ambos nacionalismos, el español y el catalán, por lo que su vocación sería servir de criterio, vara de medir, en la disputa, al menos para un interlocutor razonable afincado en cualquiera de ambos territorios.
Dice así: tanto autogobierno como sea compatible con la igualdad de derechos políticos, sociales y económicos de todos los ciudadanos. Lejos de un esquema vacío, el principio coordina dos valores positivos, el federalismo y la justicia, generando entre ambos armonía.
Pongámoslo en ejercicio. Si un territorio X reivindica mayoritariamente el derecho a establecer libremente sus instituciones políticas, planteando incluso la secesión respecto a un Estado previo, nada se le podría reprochar, salvo que el resultado supusiera un aumento significativo de la desigualdad en derechos y deberes de los ciudadanos del Estado naciente respecto a los del Estado con el que anteriormente formaba una unidad.
 Dicho en roman paladino, si la secesión de Cataluña o cualquier otro territorio tiene como consecuencia que los desempleados, jubilados, enfermos  o trabajadores de Andalucía o Extremadura vivan peor que los desempleados, jubilados, enfermos o trabajadores de Cataluña, esta secesión es, al menos parcialmente,  ilegítima. Resulta incomprensible que partidos como PSC, I.U. o Ezquerra Republicana, de tradición obrerista e internacionalista, se posicionen sin matices a favor de una consulta cuya consecuencia pudiera dar lugar a que la distribución de los derechos sociales y económicos primaran la pertenencia nacional a la social, el ser miembro de una comunidad a  ser miembro de una clase, la vinculación a un territorio a la condición de persona.
Ahora bien, supongamos que Cataluña o cualquier otra nación, región o territorio quiere incrementar aún más sus competencias para determinar de un modo diferente al resto de territorios cuestiones que no implican un menoscabo de la igualdad en la cuota de bienestar social de sus ciudadanos, como la eutanasia, la legalización de las drogas, el sistema penal, el aborto, la regulación del matrimonio, la gestión de la sanidad y educación o la organización territorial, nada habría que objetar. Por el contrario, la diversidad incrementaría la riqueza y pluralidad del estado, sea este autonómico, federal o confederal.  
Y por si algún nacionalista catalán considera sesgado hacia el lado español el principio propuesto, la prueba de su imparcialidad radica en que en el supuesto de que en un futuro próximo España quisiera mediante referéndum salirse de la unión europea para zafarse de contribuir fiscalmente al desarrollo de países desaventajados como Grecia o Portugal, lo juzgaría igualmente ilegítimo. La insolidaridad entre los pueblos, la desigualdad entre los ciudadanos no pueden jamás formar parte del derecho a decidir.