jueves, 19 de octubre de 2017

DICCIONARIO INDEPENDENTISTA

Artículo 155: Restauración forzosa de la autonomía, toda vez que el Govern la había rechazado para instalarse en la independencia, ambiguamente declarada para mantener la imagen de que Puigdemont no fue el primero en disparar.

Catalán que se siente español: Enemigo del pueblo. Paria de la futura república catalana que convivirá como ciudadano de segunda con los brahmanes independentistas.

Defensores de un referéndum pero en contra de la independencia: Lobos soberanistas con piel de cordero español (ejemplo Ada Colau y Pablo Iglesias). Disposición a negociar con los separatistas la integridad del territorio y la soberanía nacional.

Diálogo: Invitación amable al estado para que elija entre dos únicas opciones: la independencia pactada o la independencia unilateral.

Derecho a decidir: Derecho a privar del derecho a decidir al conjunto del pueblo español para que decidan en exclusiva los ciudadanos de Cataluña.

Democracia: Apropiación del derecho al voto de 47 millones por parte de una minoría de 2 millones.

Desobediencia pacífica. Forma de resistencia basada en la creencia de que con un clavel y una sonrisa todo independentista tiene derecho a violar la ley.

DUI. Declaración unilateral de independencia. Chantaje interruptus al estado español bajo la amenaza de dar validez a un referéndum sin garantías si se niega a aceptar un referéndum pactado.

Educar: Deber patriótico de inculcar a las nuevas generaciones el odio al estado opresor y la lealtad al credo independentista.

España: Conjunto de palurdos reaccionarios con sede en Madrid que históricamente han negado su soberanía a un pueblo pacífico y laborioso muy superior a ellos.

Facha: Dícese de quien se opone con razón o sin ella al derecho de secesión de Cataluña.

Guardia civil y policía nacional: Fuerzas de ocupación cuyo fin es reprimir la libertad del pueblo catalán, una parte del cual tiene derecho a saltarse, por su condición independentista, las leyes y resoluciones judiciales sin esperar más resistencia que felicitaciones y abrazos (véase Mossos).

“Hay que dialogar…” Habitualmente soberanista -solo Cataluña tiene derecho a decidir- que no ha salido del armario.

Herido: Imagen fotográfica impactante para mostrar al mundo la brutalidad del estado español y hacerlo afín a la causa independentista.

Huida masiva de empresas: Operación de presión y propaganda del estado opresor sin ningún impacto en la economía catalana.

Izquierda radical: La que utiliza su capital electoral para, en vez de socorrer a los trece millones de españoles en riesgo de pobreza, defender el derecho de las comunidades ricas a no contribuir al bienestar de las comunidades pobres.

Mediación internacional: Estrategia propagandística que, a través del victimismo y la crispación social, busca que la comunidad internacional fuerce al estado español a sentarse con la Generalitat en dos sillones con el mismo respaldo para celebrar un referéndum de autodeterminación (ver dialogo).

Nacionalismo: Peligroso virus social del siglo XIX que se creía extinguido, de naturaleza violenta e insaciable, cuyo síntoma más evidente es considerar que la soberanía y los derechos pertenecen a los territorios y no a los individuos. Muy contagioso, ya hay al menos dos millones de infectados.

No judicializar la política: Partidario de la negociación bilateral de la independencia de Cataluña entre el gobierno de España y el Govern, por encima y al margen del estado de derecho.

Preso político: Expresión utilizada con la intención de coaccionar a los jueces para que traten con más benevolencia el incumplimiento de la ley por parte de un independentista que del resto de ciudadanos.

 Referéndum pactado: Obligación de consentir, para no ser tildados de franquistas, que Cataluña, y no el conjunto del pueblo español, es el único depositario de la soberanía.

República independiente de Cataluña: estado de plenitud social donde al fin dejaremos de contribuir a las comunidades pobres y ociosas del estado español y tocaremos a más. Mundo idílico en el que veremos a la burguesía de Puigdemont y a las masas proletarias de Anna Gabriel retozar felices y unidas en el huerto solidario mientras suena a lo lejos El segadors.

miércoles, 11 de octubre de 2017

¿ES POSIBLE EL DIÁLOGO?


Cientos de miles de ciudadanos bienintencionados se han manifestado estos días reclamando que el conflicto catalán se resuelva por la vía del diálogo y no de la coerción. Pero, sin ánimo de ser aguafiestas ¿es posible un diálogo entre los partidarios de respetar el orden constitucional y los partidarios del soberanismo?

Desde mi punto de vista y por desgracia no lo es, y debemos prepararnos para lo peor. La razón es muy sencilla. Lo que está en juego no es negociable porque no es un contenido donde quepa establecer un más o un menos, una cesión mutua de las partes. Lo que está en juego es mucho más profundo, último y radical: la discrepancia afecta a la determinación de quién es el titular de la soberanía, ¿el pretendido pueblo de Cataluña, como reclaman los soberanistas, o el pueblo español en su conjunto, como establece la Constitución?

Basta con entender lo que significa soberanía, es decir, poder supremo sobre un territorio, para darse cuenta de que no pueden coexistir dos poderes supremos en un mismo territorio, promulgando ambos leyes de obligado cumplimiento.

En la guerra de la propaganda cada parte se arroga la voluntad exclusiva de diálogo, diciendo que es el momento de la política o invocando interesadamente el derecho a decidir. De ese modo se omite que lo que está en cuestión no es la democracia ni el derecho a decidir sino quién es el titular de ese derecho, quién es el verdadero pueblo soberano ¿exclusivamente los catalanes o la totalidad de los españoles? Decisión que es previa al diálogo y que no admite mediación posible salvo la renuncia a su soberanía de una de las partes.

Los defensores del soberanismo no admiten más diálogo que el de negociar las condiciones de un referéndum pactado con el estado en el que una de las opciones sea la independencia. Por mucho que Puigdemont suspendiera ayer la declaración de independencia por táctica más que por voluntad de diálogo, jamás volverá a aceptar el actual estatus quo de Cataluña como comunidad autónoma. Se invoca a Escocia y a Quebec, pero no se dice que en estos casos había consenso para celebrar el referéndum con sus respectivos estados. Siempre se descartó la vía unilateral.

El estado español por su parte no admitirá otro diálogo que aquel que se desarrolle en el marco de la constitución, pues no puede actuar en contra de sus propias leyes, sería abdicar de su soberanía. Y porque no sería viable un estado que fuera sometido a la amenaza constante de que cada comunidad autónoma pudiera declarar periódica y unilateralmente  su independencia si se abriera la vía constitucional del referéndum.

Hoy los partidos constitucionalistas han abierto la puerta a una reforma de la constitución donde se podría plantear, entre otras propuestas como la federalización del estado o la financiación autonómica, la cuestión del referéndum pactado, propuesta legítima sin duda pero siempre que no se cuestione que es el conjunto del pueblo español y no solo Cataluña los que tendrían que aprobarla.

Pero no  nos engañemos por las apariencias, las diferencias son a día de hoy irreconciliables. Unos piden diálogo para negociar la integración de Cataluña en España, los otros para negociar su desconexión. Los diputados de ERC, y doy por descontada la CUP, ya han afirmado que no participarán en esa comisión de estudio. La pretensión del soberanismo nacionalista, seamos claros, es ponerse en frente del estado español como un interlocutor del mismo nivel, de igual a igual, de sujeto soberano a sujeto soberano.

Llegados a este punto me temo, y creo que hay que dejarse de eufemismos, solo cabe esperar el enfrentamiento progresivo de los litigantes. Pues si bien es cierto que la fuerza no hace el derecho también lo es que no hay derecho sin fuerza. Por mucho que Puigdemon haya parado máquinas, más por táctica que por voluntad de diálogo, no percibo signos de que renunciará a la soberanía de Cataluña, al derecho a poder constituir una república independiente.

 Cada cual utiliza y utilizará sus armas en la batalla.  El independentismo, al carecer de ejército, la desobediencia civil, la huelga indefinida y la presión en la calle. El bloque constitucionalista, la maquinaria del estado -leyes, tribunales y fuerzas de seguridad- el aval de la comunidad internacional y la complicidad de los mercados al amparo de la Unión europea.

 Me temo que las expectativas creadas entre la población por parte del independentismo ya no pueden detenerse. Ninguna mediación nacional o internacional es posible pues ni siquiera en eso puede haber acuerdo. La Generalitat la reclama para situarse en pie de igualdad con el estado español. El estado español la rechaza porque sería renegar de su superior autoridad sobre el oponente.

Hoy no invocaré razones de principios sino pragmáticas para abordar el conflicto. El soberanismo perderá su batalla contra el Estado español, jamás constituirá un Estado viable contra él,  y lo más sensato sería que renunciara a declarar unilateralmente la independencia para ahorrarnos a todos, y principalmente a Cataluña, un sufrimiento innecesario. Al Estado le pido magnanimidad para integrar al soberanismo en un nuevo marco constitucional sin que se sienta humillado. 

En esta versión posmoderna de la guerra civil cada ciudadano se ve obligado a decantarse por uno de los bandos. El que pierda tendrá que rendirse. El que gane impondrá el marco de diálogo. Habrá vencedores y vencidos y todo será tan absurdo y esperpéntico como puede serlo que una sociedad del siglo XXI se convierta en el enésimo capitulo de Juego de Tronos.


domingo, 8 de octubre de 2017

Falacias del independentismo y sus antídotos

Las fronteras son las cicatrices que la historia ha dejado grabadas en la piel de la tierra. Grabadas a sangre y fuego. ¡No levantemos más!
                                Josep Borrell                                                  

La ofensiva separatista contra el estado constitucional tiene tres frentes: en las instituciones, mediante el control de la Generalitat; en las calles, mediante organizaciones como la CUP, Omnium cultural y la Asamblea Nacional Catalana; y en las mentes, mediante un  poderoso sistema  de propaganda que inunda las redes sociales. Nada tengo contra el nacionalismo, como cualquier otra religión es inofensivo cuando solo es una creencia personal, pero es terriblemente peligroso cuando se convierte en voluntad política excluyente y por encima de la ley. Estos son algunos de sus virus y algunos de los antídotos para combatirlos.

1. “Solo buscamos la democracia, el derecho a decidir de los catalanes”. Este es el virus mental más peligroso de todos y sobre el que pilota todo el relato independentista. Pues lógicamente quien se opone al derecho a decidir es juzgado como  persona autoritaria y antidemocrática. Vamos, que es un facha recalcitrante si no vive en Cataluña y un súbdito, un traidor a la patria, si vive en ella.

A)                Si derecho a decidir significara automáticamente democracia, en el supuesto de que todos aquellos ciudadanos  que ganan más de un millón de euros se asociaran para reclamar su derecho a decidir  pagar o no pagar impuestos, un demócrata debería aceptarlo y convocar un referéndum de millonarios,  eso sí pactado  y con garantías.

B)                El conflicto no está en reconocer el derecho a decidir sino en establecer quién es el legítimo titular de ese derecho: los ciudadanos catalanes en exclusiva o todos los ciudadanos del estado español.  Y esto no se puede resolver mediante un referéndum, dado que habría que decidir previamente quien tendría que votar en ese referéndum. Si es fascista negar el derecho a decidir de Cataluña por la misma razón sería fascista negar el derecho a decidir al conjunto de ciudadanos del estado español.  

C)                Si es evidentemente justo reconocer el derecho preferente a decidir sobre los asuntos propios a los miembros de una comunidad -lo que vale para  una comunidad de vecinos, un pueblo, una región o un país-, no es igual de evidentemente justo que los miembros de esa comunidad tengan derecho a decidir su independencia de forma exclusiva y excluyente del resto de comunidades.  ¿Por qué habría de reconocerse el derecho a decidir su independencia a Cataluña y no a todas y cada una de sus ciudades, pueblos, barrios, comarcas, familias y comunidades de vecinos que lo soliciten? Si bien es indiscutible que Cataluña tiene un derecho político inalienable a expresar el modo en que quiere ser encajada en el marco constitucional, esa es la función del estatut , no lo es que goce del derecho a crear su propio estado.

2.                 “Hagamos un referéndum pactado. Se trata de democracia, no de independencia. Los que quieran pueden votar quedarse en el estado español. Se trata de reconocer el derecho a decidir, no la independencia”  Se trata de una falacia muy sutil porque da por válido desde el principio lo que es objeto de controversia, es decir el derecho de Cataluña a ser independiente al margen de lo que opine el conjunto del estado. Digo falacia porque en cierto modo quien goza del  poder de elegir su independencia ya es por ello mismo independiente.
Lo ilustraré con el caso de un esclavo -que no es precisamente el caso de Cataluña- al que se le reconociera el derecho a elegir su libertad o seguir siendo esclavo. Aunque eligiera seguir siendo esclavo, por el mero hecho de elegir ya sería libre. En este cebo han mordido una parte de los no independentistas tipo Ada Colau,  que solicitan la celebración de un referéndum pactado sin demostrar por qué Cataluña, más allá de un acto de fe nacionalista, es un sujeto soberano equiparable al pueblo español en su conjunto.

3.                 Defender la unidad del estado español es de derechas, de fachas, mientras que defender el derecho de secesión de Cataluña es de izquierdas.  Lo que ha calado fácilmente en la cultura izquierdista al ser el PP quien ostenta el gobierno de la nación. Quien se pone a favor de la unidad del estado y del orden constitucional, se dice,  es que está  a favor del PP y del nacionalismo español.

A) Es la derecha catalana, la antigua CIU corrupta del 3%, quien lidera el procés.

 B) Si bien el derecho de autodeterminación es unánimemente reconocido por la comunidad internacional cuando lo reclaman  países colonizados, es decir, explotados y oprimidos por una potencia colonial, es claramente injusto e insolidario cuando lo reclama una comunidad que goza de los mismos derechos jurídicos y mayor prosperidad  que el resto de comunidades del estado. Extraña colonización esta donde las víctimas viven mejor que sus verdugos. Por desgracia cabe pensar que uno de los motivos más fuertes de la independencia es la promesa de no tener que contribuir fiscalmente al bienestar del resto de España. ¿Cómo puede ser de izquierdas apoyar el derecho de los ricos a separarse de los pobres?

C) La izquierda es históricamente internacionalista, dado que el nacionalismo, que provocó  las dos guerras mundiales, sacrifica la identidad de  clase en beneficio de la identidad nacional. El nacionalismo suprime las clases sociales.  La prueba es el hermanamiento de la extrema izquierda de la CUP y la burguesía catalana del PDeCAT; en el procés. En la borrachera nacionalista se confunden las sudaderas rupturistas de Anna Gabriel con el impecable traje negro de Puigdemon.

D) Rajoy no es España ni el estado español, que es el que quedaría liquidado con la DIU, declaración unilateral de independencia. De hecho lo que habrá conseguido el  independentismo radical, por un principio de acción-reacción, es activar en el resto de España el nacionalismo español, dando un balón de oxígeno a los grupos de la extrema derecha. Eso, unido al derroche del capital político de la izquierda emergente, que naufragará en este mar convulso tal vez para siempre,  es la herencia que nos dejará este viaje a ninguna parte.

E) La idea de que todo vale contra Rajoy, a quien nadie más que yo desearía derrotar en elecciones, es tan absurdamente adolescente como sostener que dado por ejemplo que el partido popular está a favor de la libertad de prensa la izquierda tiene que estar a favor de conculcar ese derecho.  O de que si Rajoy afirma que dos y dos son cuatro una persona de izquierdas en coherencia tiene que sostener que son tres.

4 “Cataluña es una mujer que se quiere divorciar y España un marido que le pega para que no lo haga””Cataluña es como un hijo mayor de edad al que sus padres no le permiten irse de casa”. Este tipo de ejemplos tratan de operar de modo tóxico sobre las emociones haciendo visible el relato soberanista en sus propios términos. A través de estos ejemplos nada inocentes logra atraer hacia su causa la simpatía hacia las mujeres maltratadas y el rechazo al machismo posesivo de los maltratadores, que seríamos quienes no aceptamos la secesión.

A) Si es claro que todo ser humano individual debe ser reconocido como libre e  independiente, lo que justifica el derecho al divorcio de esa mujer y a la emancipación de ese joven, no es igual de claro que toda comunidad o grupo humano tenga un derecho absoluto a ser independiente como traté de demostrar.

B) Podría contraponerse, lo que también resultará mezquino en sentido contrario, que los independentistas actuarían como el hermano rico de la familia que pretende renunciar a sus apellidos para no tener que ayudar a sus hermanos más pobres.

C) Pongamos que cuatro socios -las comunidades autónomas- abren un negocio con un capital indivisible –en la constitución se aprueba la unidad indisoluble del pueblo español con el voto favorable de Cataluña- , hasta que un día uno de esos socios quiere dejar el negocio –Cataluña-, exigiendo llevarse  una parte del capital en contra de lo  pactado, poniendo en grave riesgo el interés común de esa sociedad. Habrá que convenir en que solo sería justo marcharse si fuera consentido por los otros tres.

D)Puestos a inventar contraejemplos sería como decir que los independentistas catalanes actúan como un joven que quiere irse de casa pero exige a sus padres, España, que le dejen llevarse  con él su habitación, su videoconsola y se hagan cargo de la hipoteca de su coche, valorada en 52.000 millones de euros.


miércoles, 4 de octubre de 2017

UNA VISIÓN PROPIA DEL CONFLICTO CATALÁN



Identificar sin más democracia y derecho a decidir es una tremenda simplificación y una falacia que está impidiendo reconocer la raíz del problema. Pues si bien nadie puede negar que democracia significa derecho a decidir, el problema comienza a la hora de determinar quién es el titular de ese derecho. Y en caso de que no haya acuerdo el problema no puede ser resuelto por medio del voto, por la obvia razón de que habría que determinar primero quién tendría derecho a votar. La estrategia exitosa de los partidos soberanistas ha consistido en hacer creer a la gente que lo que está en juego es la democracia y no la independencia. Simplificación en la que ha caído buena parte de la izquierda.

Me explicaré. Existen en este histórico conflicto dos visiones opuestas de quién es el titular legítimo del derecho a decidir. Por un lado el nacionalismo español, para el que la  nación coincide con los márgenes de lo que hoy llamamos España y que engloba de forma indisoluble a Cataluña. Por otra el nacionalismo catalán, para el que Cataluña debe ser considerada una nación, un sujeto soberano de pleno derecho con capacidad para conformar su propio Estado o decidir su integración en otro ya existente. Ambas opciones cuentan con su propio relato y podrían invocar argumentos históricos, políticos y jurídicos para defenderlo. Aunque más importante que la dudosa verdad del relato es la fuerza del sentimiento de pertenencia que despierta. 

La Constitucion del 78, con todos sus defectos que soy el primero en reconocer, resolvió este conflicto propiciando un pacto de convivencia mediante el cual el nacionalismo español, de carácter más centralista, aceptaba su descentralización cediendo una parte más que significativa de autogobierno a las diferentes comunidades, satisfaciendo de ese modo parte de las aspiraciones del nacionalismo catalán y vasco. A cambio estos aceptarían la integridad territorial del Estado. El acuerdo se cerró con el apoyo masivo a la constitución tanto en España como Cataluña.

Lo más importante e irrenunciable del acuerdo con todo radica en establecer que es el marco jurídico compartido y no la procedencia étnica, cultural, nacional o lingüística de la persona el motivo para obtener la ciudadanía. Para ser ciudadano no hace falta más que pagar impuestos y cumplir las normas.  Luego, cada cual en su fuero interno puede tener la identidad que desee: catalana, española, vasca, inglesa, cosmopolita, marciana o todas a la vez.

Pero por desgracia y por razones de sobra conocidas a las que no me referiré, y de las que cabe culpar a ambas partes, el acuerdo constitucional del 78 ha saltado por los aires y las cuestiones nacionales han vuelto a aparecer como una peligrosa locura colectiva que va camino de la catástrofe.

Soy pesimista en la posibilidad de llegar a un acuerdo, que tendría que pasar por una reforma de la actual Constitución en dirección a un Estado federal y solidario, que reconociera la singularidad de las comunidades históricas y redefiniera la espinosa cuestión de la financiación. Reforma y pacto de convivencia que debería ser votado en referéndum por todos los ciudadanos tanto de España como de Cataluña. Solo si este fuera rechazado en Cataluña o en el resto de España podrían plantearse otras opciones.

 Pero  pensar que puede resolverse mediante un referéndum pactado y con garantías      -menos aun unilateral y sin ellas-, en el que solo votarían los ciudadanos de Cataluña y no la totalidad de ciudadanos del Estado español, como plantea tanto Unidos Podemos como los partidos nacionalistas, es desconocer la realidad de que el nacionalismo español jamás permitirá que se cuestione la integridad del territorio. Entre otras cosas porque después de Cataluña vendría el País Vasco, Galicia y no sé cuantos más. Desconocimiento que para  un partido de corte estatal como Podemos –a quienes por cierto voté en las pasadas elecciones por sus planteamientos sociales- puede suponer un suicidio político, corriendo el riesgo de convertirse en marginal por su apoyo incondicional a las pretensiones soberanistas del nacionalismo catalán, que será difícilmente perdonado por una parte importante de sus votantes que se sienten españoles, lo que dicho sea de paso es tan legítimo y digno como sentirse catalán.

No puede discutirse el derecho preferente de una comunidad a decidir sobre sus propios asuntos -de ahí que siempre sean legítimas las demandas de  mayor autogobierno- pero afirmar que la mayoría de los habitantes de un territorio tengan derecho a decidir en exclusiva y de forma absolutamente independiente sobre él, es cuanto menos discutible y anacrónico, impropio de un momento histórico en el que se impone una sociedad cosmopolita y globalizada, que exige más unión que fragmentación de los Estados. Es tan inconsistente ese planteamiento que, de ser correcto, todos los pueblos, ciudades y barrios de Cataluña que votaran en ese referéndum a favor de pertenecer a España, u optaran por tener su propia república o reino, deberían ser excluidos de la república catalana por el mismo principio de derecho a decidir invocado.

Por razones históricas,  y no lógicas ni ideológicas,  la izquierda simpatiza más con el nacionalismo catalán, de corte más urbano y progresista; y la derecha con el español, de corte más conservador y rural.  A lo que se suma la confusión interesada de España con el gobierno de Rajoy, dando la apariencia de que el objetivo no es liquidar el estado sino echar al PP.  Entender que posicionarse en este conflicto de una u otra forma es de izquierdas o derechas es tan absurdo que despierta hilaridad, pues ser de  derechas o izquierdas poco tiene que ver con la distribución del territorio sino con la distribución equitativa de  derechos, poder y riqueza. 

La prueba de la falsedad de este extendido prejuicio izquierdista es el encendido apoyo de la extrema derecha europea a las posiciones secesionistas defendidas por grupos de extrema izquierda como la CUP. Lo cual debería dar que pensar a quienes con ligereza descalifican de facha a quien no acepta el derecho de secesión. De hecho la izquierda debería estar contra toda forma de nacionalismo, lleva en su ADN el internacionalismo, privilegiando la identidad de clase sobre la identidad nacional. El modelo más afín a la izquierda no puede ser otro que el federalismo solidario, es decir el que propicia la cesión progresiva de soberanía en beneficio de unidades cada vez mayores y exige a los territorios más ricos colaboración con los más pobres. La independencia, y menos la de Cataluña, no es federal ni solidaria, es un muro y no un puente para la única república que merece constituirse: la república global cosmopolita.

Para acabar, una declaración unilateral de independencia por parte de la Generalitat, el órdago del todo o nada, no es solo una violación del estado  constitucional que invalida las reglas mínimas desde las que es posible abordar la discrepancia, sino una declaración de guerra al nacionalismo español de consecuencias imprevisibles. La última se saldó con el aplastamiento de la rebelión separatista y el encarcelamiento de Companys por parte de la república en 1934. No puede descartarse que si sale victorioso el bando secesionista pueda lograr su soñada independencia, pero si no es así lo más probable es, tras la suspensión inmediata de la Generalitat por aplicación del artículo 155, la limitación a largo plazo de su autogobierno actual en materias tan sensibles como educación, televisión pública o seguridad. Es decir la recentralización del Estado. 

La historia dirá si recorrer este peligroso camino hacia la arcadia feliz de una Cataluña independiente, fuera del euro, de Europa e internamente herida y fracturada, ha merecido la pena.