Permitidme que ceda por una vez la
palabra a mis vísceras, que también entienden de cuestiones de justicia, tanto
o más que la razón, aun cuando su modo de expresión resulte más áspero, rudo,
enojoso y desabrido que aquélla. Pero es que estoy hasta las gónadas -¿a que suena mejor que cojones?- de escuchar
una y otra vez el mantra de la pobre cajera coaccionada por esos viles y
arrogantes sindicalistas.
Esa proclama ñoña y sentimental con
la que la sociedad del espectáculo, donde una imagen vale más que mil palabras,
ha logrado neutralizar una acción de protesta que pretendía hacer visible la
extrema necesidad en que se encuentra una parte de la población. Pero la
población es dulcemente compasiva, siente escrúpulos ante el más mínimo conato
de embate físico, ya sea un empujón, una colleja o una mirada rabiosa. La
sensibilidad del espectador es tierna, protectora y pulcra, detesta con
desagrado cualquier expresión que denote furia o cólera, salvo cuando proviene
de porras autorizadas. Nada debe perturbar la dulce mansedumbre del cuerpo
social mientras su enorme y pacífico trasero es horadado sin tregua por una
mafia organizada de políticos y banqueros.
Pero esa misma población, a la que
hiere un empujón televisado, rebosa
ínclito reconocimiento cuando los medios le presentan a Juan Roig, presidente de Mercadona, envaneciéndose
de que en el 2011 tuvo record de beneficios, nada menos que 484 millones de
euros, lo que implica matemáticamente que ha engañado y robado a sus clientes,
trabajadores y proveedores, vendiendo ostensiblemente de forma más cara de lo
que le era necesario y de lo que habían sido sus costes reales.
No, ya lo sé, me corregirá la
cohorte de loros semánticamente amaestrados, que utilizan el lenguaje con más
peligro que los guardias sus pistolas, eso no es robo, se llama beneficio
empresarial, como la acción del SAT no es expropiación alimentaria,
desobediencia civil o redistribución de la riqueza, sino robo, asalto con intimidación, hurto con
violencia.
Lo que no será jamás violencia para
ese espectador hipersensible es que este ricachón, tras presumir de lo que ha birlado
mediante sus astutas tretas comerciales, se permita dar públicas lecciones de
moral a ciudadanos parados, angustiados, empobrecidos y desamparados, que han
visto cómo en poco tiempo sus propios gobernantes, siguiendo las órdenes de
minorías pudientes como él, arrojaban por la borda sus derechos y protecciones
tan arduamente conquistados.
Tampoco lo será que este cínico se
atreva a proponer los bazares chinos como ejemplo de lo que debieran ser las
relaciones laborales en España, que nos reconvenga desde su estatus de
triunfador a pensar más en nuestros deberes que en nuestros derechos, que recomiende
al gobierno recortar la prestación a los parados para así incitarlos a
trabajar, que propugne perseguir con más severidad el absentismo, acabar con
los puentes laborales y disputar a los
inmigrantes la recogida del tomate y la fresa como homenaje a la cultura del
esfuerzo.
Pero por desgracia muy pocos se
escandalizan de esa violencia de guante blanco, la del político corrupto, la
del ejecutivo temerario, la del especulador financiero, la del defraudador fiscal,
la del banquero usurero, la del cazador de Botswana, la del empresario
explotador, la del acaparador inmobiliario, cuando todos ellos, por su
insaciable codicia, convertirán a nuestros hijos en ignorantes, a nuestros
trabajadores en parados, a nuestros parados en mendigos, a nuestros enfermos en
cadáveres y a nuestros jubilados y viudas en pobres de solemnidad.
Esa panda de hijos de puta –ya se me
empieza a calentar la boca– que nos roban el futuro, que mientras nosotros
sufrimos en silencio los recortes se deleitan en confortables mansiones de lujo
al pie de un acantilado, que mientras rebuscamos en contenedores de basura degustan en ostentosos restaurantes paté de
foie deconstruido, que mientras nos agotamos de trabajar hasta los 67 años se
follan por dinero a las jovencitas más lindas del planeta –que es
su forma de entender la globalización–, que mientras nos aterra la subida del
gasoil surcan los océanos en suntuosos yates cuyo mantenimiento es mayor que el
de nuestros hospitales, que mientras nos alcanza la enfermedad son atendidos en
sus resfriados con más medios que en nuestros infartos.
Pero eso lo admitimos, diría más, lo
envidiamos y admiramos. Eso no nos duele, ellos son los triunfadores, están por
encima de pobres mortales como nosotros. Lo que nos duele es el empujón a la
pobre cajera de Mercadona, cuando se interponía heroica ante el pillaje de esos
sindicalistas parásitos y holgazanes, tan solo para defender el negocio de su
amo, quien la utiliza y desprecia, quien no conoce su nombre ni le importa,
cuya mesa, yate o avión privado jamás compartirá por ser ella una paria, una nómina anónima de las 70.000 que generaron
esos 484 millones de beneficio, la más barata que permite el mercado.
Llamadme violento si os place, pero
dejadme que me cague, al menos una vez, en todos los Juan Roig del país, en todas las cajeras serviles y en todos los cándidos ignorantes
que tienen a bien devolver besos por espadas. Dejadme que honre la imagen del
Che en pie, nunca de rodillas, mil veces antes que la del Cristo crucificado, con la mejilla sangrando, en carne viva, de tanto ofrecerla a los canallas.