viernes, 22 de noviembre de 2013

DONDE HABITE EL OLVIDO


Donde habite el olvido,

Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti. 
                                                                       John Donne,

Nada perturba más mi ánimo que visitar un cementerio, encontrarme de frente, sin subterfugios, con el espantoso silencio que acabará devorando cuanto amo. Pero hoy, soleado día de noviembre,  he decidido vencer esta cobarde aversión y ponerme al alcance de su tacto gélido, ser testigo de la despiadada masacre del tiempo.
Uno a uno he recorrido los nichos de la parte nueva, los humildes sepulcros que sellan a la mirada los restos  de mis convecinos, reconociendo con añoranza sus rostros cercanos, a veces ingenuos, posando ante la cámara con ignorancia de que precisamente esa fotografía, tomada en una boda o un cumpleaños, evocaría su recuerdo cuando ya no estuvieran.  
Sentía que sus vidas pasadas me asaltaban en tropel, alargando sus dedos hacia mí como tristes fantasmas sedientos de memoria: todos querían recordarme lo vivido, por pequeño que fuera: un saludo amable, una preocupación compartida, un concierto, un sueño hermoso, una cerveza, un paseo por la feria.
Solitario, ante la indiferencia del cielo y de los pájaros, estallé en un sollozo eternamente largo y sentido,  hasta tal punto me desbordaba la piedad por esos pobres seres, por sus momentos finales, por el fatal desamparo al que se habrían tenido que enfrentar hasta ser  demolidos.
También lloraba por mí, porque ahora nadie más que yo podría acreditar que un día me los crucé por la calle,  que un día compartí con ellos  mirada, broma, vino o abrazo. Comprendía de pronto lo que esos tristes difuntos, en aquel soleado día de noviembre, me querían trasmitir con impaciencia: que más allá del pequeño yo, orgulloso y distante, formábamos un solo tapiz de innumerables almas, que nuestras vidas estaban extrañamente entretejidas, que era yo mismo quien descansaba parcialmente en esas sepulturas.
Cuando regresé al lugar de los vivos me sentía desorientado y confuso. El contacto con la muerte nunca nos deja intactos. Al cruzarme con algún anciano, con alguna señora, joven o niño, de nuevo me saltaban las lágrimas, anticipando sus rostros junto a un nicho vacío. Suerte que una fuerza mayor, la de la vida, creció en mí hasta hacerme estallar en un mar de ternura. Cada uno de esos hombres y mujeres, rebosantes todavía de luz y de esperanza, brillaban para mí como un milagro único. Era la vida, no podía ser otra, la que me decía: no dejes, jamás, para mañana lo que puedas amar hoy.

lunes, 28 de octubre de 2013

EL DIOS DE UN ATEO

 

En lo que el hombre santo hace, vive y ama, no se muestra Dios en sombras, ni cubierto por un velo, sino en su propia vida inmediata y enérgica

                                             Fichte
     
Si hubiera un Dios, el principio que nos exige respetar a los seres libres y cuidar a los vulnerables sería su mandato. Lo que significa,  en primer lugar, que no podemos representarnos un Dios cuyos mandamientos prescribieran,  por ejemplo, el asesinato, la violación o la pederastia.  Un ser así, aun cuando tuviera el poder de crear y destruir mundos, o manejar a su antojo las leyes naturales, sería temido, más no podría ser estimado ni, en consecuencia amado, pues no se puede amar lo que se desprecia.
Siendo  por tanto la racionalidad moral la que nos permite identificar a un determinado ente como Dios, ha de concluirse, en segundo lugar,  que el respeto y el cuidado universal que ella ordena de manera incondicional ha de formar parte de la esencia divina, pues ninguna ley podría limitar externamente, desde fuera, a un ser absolutamente perfecto en el supuesto de que existiera.  
Es preciso señalar en este punto que no ocurre lo mismo con las leyes  que gobiernan la materia, ya que cabe pensar en multitud de universos con leyes y  constantes físicas diversas al actual, lo que implica que la conexión entre el creador y la naturaleza es contingente, no necesaria. Dios podría haber creado sin contradicción universos donde, por ejemplo, hubieran cinco fuerzas y no cuatro, o donde la atracción entre las masas no fuera inversamente proporcional al cuadrado, sino al cubo, de la distancia que las separa. Pero no podría, sin embargo, haber creado un mundo donde fuera moralmente correcto que los hijos ultrajaran a sus padres o  los débiles fueran explotados sin piedad hasta morir.
En tercer lugar, la hipotética inexistencia de un ente supremo no resta validez al imperativo moral, ya que no es su existencia la que justifica el imperativo, sino el imperativo quien hace justificable –que no necesaria–, su existencia. La moralidad es condición de la religión y no a la inversa como tradicionalmente se ha pensado.
 Por el contrario, la posibilidad, e incluso certeza, de su inexistencia para el ateo, otorga una absoluta pureza a las acciones del justo, al excluir de su motivación cualquier referencia interesada a premios o castigos eternos. El hombre honrado cumple la ley sin esperar nada a cambio. Más la convicción íntima de que si existiera una divinidad, una voluntad moralmente perfecta –santa–,   esta se reconocería necesariamente en sus acciones, ha de despertar en él un sentimiento de íntima conformidad,  amorosa gratitud y dulce bienaventuranza. Solo a través de este sentimiento participa el hombre en la esfera sagrada.
En cuarto lugar, y puesto que el principio que exige respetarnos y cuidarnos mutuamente es conforme al concepto de un Dios,  y descansa exclusivamente en el poder de los seres racionales llevarlo a la práctica,  cada acción que incrementa la libertad en el mundo o libera a los seres del sufrimiento, realiza lo divino,  hace brillar su luz ideal, aun solo un instante, en  la indiferencia cósmica. Pues un Dios infinitamente bueno pero impotente, por carecer de realidad, no tendría otras manos que las nuestras para sanar a los hombres.

domingo, 20 de octubre de 2013

LA FUERZA DEL CONTEXTO. HISTORIAS DE CORALIE


Nunca fui persona singularmente celosa o posesiva, pero sí susceptible al incumplimiento de los códigos de cortesía. De modo que en las ocasiones en que acudía con Coralie a discotecas o bares de copas podían llegar a irritarme, con inusitada intensidad, las miradas fijamente ávidas de algunos varones, posadas impertinentemente sobre sus ojos u otras zonas de su anatomía – en las que creía advertir, por cierto, una motivación más gastronómica que científica.
Y no es que pensara que el cuerpo de Coralie fuera una suerte de colorida petunia que me perteneciera en exclusividad, y del que los otros pretendían libar a distancia una diminuta fracción de polen, atentando así contra los derechos del floricultor, por seguir con la metáfora. Eso sería tan estúpido por mi parte como tratar de impedir las espontáneas sinergias que surgen entre fauna y flora en las promiscuas tardes de primavera o, dicho con el peculiar rigor del lenguaje coloquial, “poner puertas al campo”. La afrenta radicaba en el ninguneo que dejaba entrever la tenacidad ocular del mirón o la elevación del tono en que se formulaba la grosería, cuando estas expresiones llegaban a ser perfectamente visibles o audibles para un espectador imparcial.
Por el contrario, la mirada de soslayo a los ceñidos vaqueros de Coralie o el disimulado gorgojeo de lasciva exaltación que suscitaba la imaginación de las posibilidades de placer que ellos contenían, la honraban a ella y me honraban a mí de forma indivisible, dado que ambos éramos tenidos en cuenta: ella con deseo, yo con odio.
En cualquier caso, ya pueda interpretarse que mi capacidad para ser ofendido se hallaba en el límite difuso entre la dignidad y el orgullo, entre lo honorable y lo paranoico, lo que nunca dejó de asombrarme era el modo en que reaccionaba mi organismo cuando en alguna rara ocasión visitamos los llamados clubes liberales o clubes de intercambio de parejas; singulares espacios que trataban de resolver, con herramientas poco matemáticas, la cuadratura del círculo sentimental, al cultivar sin pudor el sedentarismo afectivo y el nomadismo sexual.
Recuerdo cierto día, cuando nada más atravesar el hall de entrada, que con colores fosforescentes y una pobre iluminación  trataba  en vano de crear una sugerente penumbra, un chico apuesto y con modales ceremoniosamente taurinos –lo que espero se entienda más como una metáfora audaz que como un lapsus linguae– se nos acercó y, levantando suavemente la mano de Coralie, mientras iniciaba un lento y  reverente paseo visual por todos y cada uno de los accidentes de su geografía, desde la base de los tacones hasta el chakra Sahasrara, que según los hindúes se asienta en una zona invisible, una cuarta por encima de la coronilla, me dijo: sí señor, puede sentirse orgulloso, una auténtica preciosidad, nada me gustaría más que poder compartir con ella y con usted, si ambos lo desean, un poco de intimidad a lo largo de la noche.
Y, por extraño que parezca, en vez de un rabioso deseo de golpear a aquel truhán por su osadía, brotaba de la zona de mi amígdala, donde según los neurólogos  se asienta, vivo y palpitante, el arcaico cerebro  de los mamíferos,  una expresión de orgullo y abierta gratitud hacia el desconocido, que solicitaba, con tan exquisitos modales, acostarse con Coralie. No es la naturaleza la que sanciona la posesión, me decía a mí mismo, sino el insidioso poder de los contextos. 

miércoles, 25 de septiembre de 2013

LA DESORIENTACIÓN DE LA IZQUIERDA ANTE EL RETO SOBERANISTA. ¿FEDERALISMO O SOLIDARIDAD?


              

Espero se me perdone la osadía de intentar sintetizar en una breve y sencilla fórmula la solución al reto planteado por el soberanismo catalán. Reto que trae de cabeza no solo a los grandes partidos, hechos pedazos tanto a nivel ideológico como electoral, sino a toda la ciudadanía, sea española o catalana, envuelta en un laberinto del que no parece posible escapar sin incurrir en un proceso altamente traumático, similar al que se espera de dos trenes que incrementan progresivamente su velocidad en dirección contraria.
La fórmula a la que me refiero pretende ser imparcial frente a las expectativas de ambos nacionalismos, el español y el catalán, por lo que su vocación sería servir de criterio, vara de medir, en la disputa, al menos para un interlocutor razonable afincado en cualquiera de ambos territorios.
Dice así: tanto autogobierno como sea compatible con la igualdad de derechos políticos, sociales y económicos de todos los ciudadanos. Lejos de un esquema vacío, el principio coordina dos valores positivos, el federalismo y la justicia, generando entre ambos armonía.
Pongámoslo en ejercicio. Si un territorio X reivindica mayoritariamente el derecho a establecer libremente sus instituciones políticas, planteando incluso la secesión respecto a un Estado previo, nada se le podría reprochar, salvo que el resultado supusiera un aumento significativo de la desigualdad en derechos y deberes de los ciudadanos del Estado naciente respecto a los del Estado con el que anteriormente formaba una unidad.
 Dicho en roman paladino, si la secesión de Cataluña o cualquier otro territorio tiene como consecuencia que los desempleados, jubilados, enfermos  o trabajadores de Andalucía o Extremadura vivan peor que los desempleados, jubilados, enfermos o trabajadores de Cataluña, esta secesión es, al menos parcialmente,  ilegítima. Resulta incomprensible que partidos como PSC, I.U. o Ezquerra Republicana, de tradición obrerista e internacionalista, se posicionen sin matices a favor de una consulta cuya consecuencia pudiera dar lugar a que la distribución de los derechos sociales y económicos primaran la pertenencia nacional a la social, el ser miembro de una comunidad a  ser miembro de una clase, la vinculación a un territorio a la condición de persona.
Ahora bien, supongamos que Cataluña o cualquier otra nación, región o territorio quiere incrementar aún más sus competencias para determinar de un modo diferente al resto de territorios cuestiones que no implican un menoscabo de la igualdad en la cuota de bienestar social de sus ciudadanos, como la eutanasia, la legalización de las drogas, el sistema penal, el aborto, la regulación del matrimonio, la gestión de la sanidad y educación o la organización territorial, nada habría que objetar. Por el contrario, la diversidad incrementaría la riqueza y pluralidad del estado, sea este autonómico, federal o confederal.  
Y por si algún nacionalista catalán considera sesgado hacia el lado español el principio propuesto, la prueba de su imparcialidad radica en que en el supuesto de que en un futuro próximo España quisiera mediante referéndum salirse de la unión europea para zafarse de contribuir fiscalmente al desarrollo de países desaventajados como Grecia o Portugal, lo juzgaría igualmente ilegítimo. La insolidaridad entre los pueblos, la desigualdad entre los ciudadanos no pueden jamás formar parte del derecho a decidir.  




domingo, 14 de julio de 2013

PRIMERA FIESTA DEL ORGULLO GAY (O DE LA TOLERANCIA) EN MOTA DEL CUERVO



Hace tan solo unos días un anciano curtido de esos que siempre se han creído muy hombres, se preguntaba en un bar, en voz alta y con un matiz de irónica censura, qué significaba “orgullo gay”. Aquel pobre intolerante había llegado a la vejez sin entender nada, con el mismo grado de estupidez adquirida que se nos había inculcado a todos en una época oscura, que tuve mucho gusto en ayudarle a recordar.
Si hubiera de destacar, –le dije– una de las cosas más terribles y crueles de mi adolescencia, allá por los ochenta, elegiría sin duda el modo en que la sociedad trataba, o mejor dicho: maltrataba, a sus homosexuales.
Desde la escuela a la familia, desde la pandilla al trabajo, desde la iglesia al Estado, toda una inmensa guillotina de medias palabras, de ofensivos silencios, de burlas, de patéticas fanfarronadas, de chistes de mal gusto, de angustia reflejada en los rostros de tus seres queridos, nos precavía a todos del terrible riesgo que suponía encontrarte un día con que tú eras uno de esos, un innombrable: un maricón.
Maricón, que en el lenguaje de esas mentes sádicas y reprimidas significaba depravado, digno de vergüenza y escarnio público, error de la naturaleza, cosa ridícula a la que se puede, e incluso debe, despreciar abiertamente, engendro obsceno y nauseabundo del que había que guardarse o quitar del medio, golpear si fuera necesario, porque no merecía ni si quiera la categoría de persona.
No puedo mirar atrás sin sentir dolor, incluso sin experimentar un punto de remordimiento –porque todos éramos a la vez víctimas y verdugos de aquella siniestra persecución– por tanta amargura innecesaria, por tantos seres de nuestro entorno: colegas, compañeros, amigos, en algún caso hijos, tal vez padres, que tuvieron que esconder su identidad sexual por culpa de esa ideología enferma de machos inseguros y acomplejados, que odiaban a la mujer hasta dentro de ellos mismos, de sacerdotes hipócritas que satanizaban la homosexualidad travestídos de sotana, de maestros, médicos y psiquiatras que pretendían definir la normalidad y la salud sin reconocer que los incapacitaba para el oficio el terrible trastorno de homofobia que padecían –porque no hay mayor trastorno que el de tratar de impedir a otros seres humanos que sean fieles a sus inclinaciones naturales. 
Es por ello que el sábado 20 de julio de 2013, la primera fiesta del orgullo gay en Mota del Cuervo, será recordado como un día verdaderamente grande, tan grande como pueda serlo la semana santa, la traída o el corpus para otras mentalidades, porque será el día en que una nueva generación de jóvenes, crecida al amparo de la tolerancia y el respeto, proclamará de un modo público y festivo que todas las orientaciones sexuales son igualmente legítimas, que solo los intolerantes están fuera de lugar y que nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a poner puertas al amor.

martes, 18 de junio de 2013

INOPORTUNOS FALLECIMIENTOS





Ahora resulta que la culpa de la creciente miseria que se cierne como un funesto buitre sobre nosotros no la tienen los políticos corruptos,  que consienten unas reglas del juego diseñadas por y para las minorías, que se lucran impúdicos a costa del erario público, ni la camada de especuladores financieros que parasitan la sangre del cuerpo social hasta desecarlo.
No, la culpa ya tiene autores y un motivo concreto a juicio de D. José de la Cavada, responsable del Departamento de Relaciones Laborales de la CEOE. Es obra de los indolentes asalariados que prolongan injustificadamente el duelo por sus seres queridos, que abusan de las lágrimas en detrimento de la productividad, que tardan en recomponer su corazón por la muerte cercana sin atender a las exigencias de la fábrica, la escuela, el taller o la mina, que utilizan la defunción de sus hermanos, hijos, padres y parientes como astuta coartada para escaquearse del trabajo.
Si solo se tratara del juicio anecdótico y desafortunado de un infame personaje con antecedentes de maltrato a sus subordinados, no tendría mayor importancia. Lo terrible es la revelación de una verdad áspera que una inmensa parte de la ciudadanía se sigue negando a reconocer. Verdad según la cual bajo la fantasía liberal de un modelo concertado de relaciones laborales, un contrato entre iguales, late la siniestra realidad de la esclavitud encubierta. En el sistema capitalista, en todas y cada una de sus versiones, el trabajador no ha sido jamás considerado una persona, un ser con vida propia, libertad, aspiraciones o sentimientos legítimos, sino tan solo un útil sometido a ritmos crecientes de producción y consumo, un coste productivo que ha de ser domesticado y abaratado en favor de los beneficios empresariales.
Un indicio más que revela sin subterfugios el sentido último del momento presente: la irrupción sin complejos de una elite global dispuesta a negar la humanidad a la inmensa mayoría de la población. El estatuto de los trabajadores, ese pobre blindaje de la dignidad obrera está a punto de ser dinamitado, relegado al desván de la historia junto a la sanidad y educación públicas, las pensiones o las prestaciones sociales. En su lugar se establecerá solemnemente un único artículo: "queda terminantemente prohibido para todo trabajador por cuenta ajena enfermar, cuidar de su familia, ser instruido, pensar, descansar, rebelarse, asociarse, envejecer, llorar o morir. En caso de fallecimiento de un allegado éste se producirá necesariamente en horario festivo o vacaciones, quedando obligado el doliente a compensar a la empresa por los daños derivados de su tristeza y decaimiento emocional."

lunes, 15 de abril de 2013

HABLANDO CLARO SOBRE LOS ESCRACHES



           Vamos a dejarnos de gilipolleces –perdón por la expresión– pero la histeria del tea party en torno al tema de los escraches ha acabado colmando mi paciencia. Si a mí me echan de mi casa, y lo que es peor, a mis hijos, una entidad cuyo razón de ser es la especulación financiera, y mis representantes, en vez de socorrerme, se ponen del lado de quienes me desahucian, me voy a vivir debajo de su casa, vuvucela en mano, y les destrozo los oídos hasta que entren en razón.
Y que no me hablen de coacciones, ni de intimidaciones, ni de presiones. ¡Qué sensibles se vuelven cuando son mínimamente perjudicados esa panda de políticos serviles, lacayos de una minoría pudiente, que no necesita gritarles ni señalarles públicamente para doblegar su voluntad, resultando bastante más persuasivas las prebendas y regalos en la sombra!
Y yo pobre padre de familia, que no tengo dinero ni influencia, ni recursos para pagar la tasas de Gallardón, no me queda más poder ciudadano que el de dar por culo a quien me ha jodido, a quien me desprecia y ningunea, a quien me niega y me viola con sus hechos. ¿Sus hijos?, ¿Y los míos? Ni eso me produciría resquemor, que se enteren ya desde pequeños los hijos de quienes nos gobiernan que tienen unos padres indecentes y despiadados, capaces de consentir el sufrimiento de sus compañeros de cole sin que eso les reste fervor en la misa del domingo por la mañana.
¿Que son los métodos que los nazis empleaban con los judíos? Pero cómo se puede ser tan cínicos para confundir un acto de víctimas desesperadas con las estrategias que utilizaban verdugos genocidas. Yo diría más bien, dándole la vuelta al argumento, que los escraches son las técnicas de legítima defensa que los judíos debían haber empleado contra los dirigentes nazis para evitar el holocausto mientras todavía era posible. 

viernes, 22 de marzo de 2013

ACABAR CON LOS ACTUALES AGENTES ECONÓMICOS: EMPRESARIOS, OBREROS Y FUNCIONARIOS



Hay un tópico entre las gentes de izquierda según el cuál la figura del empresario representa a un codicioso explotador sediento de beneficio, una miserable sanguijuela que exprime sin piedad a los obreros bajo su cargo, mientras que el asalariado es una  pobre víctima repleta de dignidad a la que aquél priva de sus derechos legítimos, y de una gran parte de la riqueza que  produce con incalculable sudor.
 El tópico contrario es sostenido por la derecha, para quien el empresario, al que eufemísticamente llama emprendedor,  es poco menos que un héroe social que arriesga su dinero y compromete su tranquilidad a fin de generar riqueza y puestos de trabajo. A su lado el trabajador es un ser temeroso y comodón que no para de reclamar derechos y más derechos, que escatima el esfuerzo si no está bajo vigilancia y cuyo único objetivo es vivir seguro a sus expensas.
Pues bien, ambos tópicos contienen por desgracia gran parte de verdad, sobre todo en sus aspectos negativos, entre otras cosas porque se trata de roles complementarios: no hay empresarios sin asalariados y viceversa, ambas  figuras son secretamente cómplices. El empresario codicioso y el trabajador acomodaticio son dos caras, igualmente patéticas y despreciables, de la misma moneda. Mi propuesta sería prohibir ambas por ley, aunque me llevara por delante el día del trabajo –lástima siendo mi cumpleaños– y el día de san Botín, instituyendo un solo tipo de agente económico, el de autónomo, si se trata de una sola persona, y el de socio cooperativo si son varias. 
De ese modo quien quiera emprender una actividad económica no podrá beneficiarse del esfuerzo de un tercero, al que cosifica excluyendo de la gestión de su actividad y de los beneficios que ésta procura en el mercado; y quien quiere tener un empleo digno tendrá que asumir el riesgo financiero que comporta, las cargas de gestionarlo y la pericia de hacerlo viable, renunciando al confort del sueldecillo seguro a fin de mes y de la calma chica cuando llega a  casa. Fin de la codicia y la ambición, fin de la pereza y el miedo.
Esta es mi particular versión de cómo acabar con la lucha de clases sin derramamiento de sangre: vincular trabajo y capital, esfuerzo y riesgo, producción y gestión en la misma clase, en la misma persona y en el mismo agente. El objetivo de la patronal y de los sindicatos según este punto de vista no debiera ser otro que estudiar el modo de disolverse y desaparecer, abolir la condición de patrón y obrero en vez de fortalecerlas mutuamente.
Por último quiero denostar la tercera figura de nuestro conglomerado jurídico laboral, el funcionario, al que aseguraría una base salarial mínima que garantice la independencia de su función, pero cuya estabilidad  y satisfacción salarial condicionaría al cumplimiento de objetivos asignados y a la evaluación permanente de la ciudadanía. Un servidor público no puede estar blindado de por vida al control de los ciudadanos a los que sirve. Y lo digo yo que soy funcionario.
Basta pues de vivir a costa del Estado, del trabajador o de la empresa. Una nueva economía exige una red de trabajadores públicos y productores autónomos, nutridos por una gran banca social, que cooperan entre sí desde la igualdad, capaces de invertir con eficiencia los ahorros de las familias y de asumir honradamente el esfuerzo y riesgo que conlleva.    

domingo, 3 de marzo de 2013

Itaca, cooperativa integral, un sueño en marcha.




No es una cooperativa integral, sino un vivero de utopía donde semilleros de ideales crecen en suelo propicio.
 No somos simples desencantados  de una sociedad que agoniza entre violentos estertores de miseria, somos anónimos héroes que combaten por sueños radicalmente hermosos.
 No es el fin socorrernos mutuamente ni mejorar nuestro nivel de ingresos; es más bien elevar la vida nuestro reto, dar la mayor densidad posible a nuestro gozo.
 Nuestro motor no es el afán de acumular dinero, es el amor que franquea fronteras a fuerza de abundancia.
 No son un negocio nuestros bancales, sino altares en los que  celebramos la fidelidad a la tierra, fecunda por la luz, el agua y el trabajo.
No son los estatutos nuestra ley, expresión torpe  de una verdad primera, sino una ancestral proclama que exige respeto y cuidado para todos. 
No son nuestras fiestas viejas tradiciones de dioses hace mucho perecidos, ni huérfanos paseos por las vastas superficies del consumo. Nuestra fiesta es más bien la primavera, el rito sagrado donde la vida celebra su anual cortejo, cuando  las abejas y las flores, el viento y la amapola, la abubilla y la mañana  enloquecen de gozo en presencia de un pueblo que camina.
No somos súbditos de ningún gobierno, ni endeudados clientes que producen para tramposos amos, somos ciudadanos de un mundo que alborea, y que desde el centro de la asamblea se abre paso.

martes, 19 de febrero de 2013

Aurelia y el bombero





¿Quién es Aurelia Rey? Aurelia no es una anciana menuda de ochenta y cinco años, inquilina en la Coruña, con una humilde pensión de 356 euros, que iba a ser desahuciada por impago de dos meses de alquiler. Aurelia es el rostro frágil de todos los que sufren, de todos los pobres, de todos los parados, de todos los excluidos, de todos los enfermos, de todos los que registran cada noche la basura a pie de contenedor. 


¿Quién es el bombero desconocido? Nunca o no solo el que se negó a colaborar con el cruel destacamento, el que se puso de parte del tallo y no del hacha, el que prefirió ser expedientado a cómplice, el que entendió que su lugar estaba junto al pueblo y no contra él. 
Es el poder del tornado que arranca lo podrido,  la rabia purificadora de la indignación, la amorosa fuerza que mueve montañas, la fe que resucita difuntos, la generosidad que burla todo cálculo, la voz de un nuevo comienzo, la sabia que alienta la vida, el horno que cuece el pan común, el corazón en el que juntos podemos, el gesto que desahucia la impotencia, el único modo en que todavía, en un mundo de ignominia, es posible deletrear la dignidad.

domingo, 17 de febrero de 2013

¡SÍ SE PUEDE! Se empieza a ver la luz al final del tunel



El pueblo ha vencido el último pulso entre el 1% y el 99%  de la población. Admitir a trámite la iniciativa legislativa popular contra los desahucios es un éxito histórico de las clases populares, y esto aunque fuera finalmente rechazada, ya que por vez primera la mayoría consciente ha logrado atravesar las puertas del parlamento, sede de su soberanía usurpada por el 1%.
La ineficaz e injusta gestión de la crisis, la insensibilidad hacia el sufrimiento de las víctimas de desahucios, algunas de las cuales prefieren darse muerte antes que verse fuera de sus hogares, en contraste con la cínica benevolencia que se exhibe hacia sus acreedores bancarios, está llevando a los dos grandes partidos, los que administran las instituciones en beneficio de la minoría,  a una crisis sin precedentes en sus expectativas de voto –entre PP.PSOE no llegarían ni al 40% del censo electoral si se celebraran hoy las elecciones.
Y esto es un hecho terrible y a la vez esperanzador. Donde arrecia el peligro crece lo que nos salva, decía Hölderlin. La miseria creciente de la población junto a la corrupción generalizada de todas las instituciones del estado: monarquía, gobierno, órganos judiciales, partidos políticos, está generando la más profunda crisis de legitimación del sistema democrático desde la transición, abriendo las puertas a un modelo político y económico inédito.
Es el momento del gran cambio, no un cambio de partido sino un cambio de sistema, no un cambio de jugadores sino un cambio en las reglas del juego. Pero no para acabar con la política ni con los partidos, pues no existe otro modo de autogobernarse  46 millones de ciudadanos. El reto es garantizar jurídicamente, al más alto nivel, el control efectivo de las instituciones por parte de la ciudadanía. Lo que exige establecer mecanismos de participación directa y democratizar los partidos, convertidos en estructuras jerarquizadas, corruptas y opacas, sin capacidad de atender la satisfacción de las necesidades colectivas.
La movilización de stop desahucios nos da la clave de la estrategia más eficaz de resistencia y construcción social de la que disponemos, señala uno de los talones de Aquiles del sistema: la movilización popular organizada en torno a unas cuantas propuestas claras y justas, es decir la iniciativa legislativa popular. Iniciativas que hacen visibles la voluntad de la mayoría y desenmascaran la subordinación del gobierno a los poderes fácticos. Los partidos son puestos por ellas en la texitura de mostrar de qué parte están, a quién representan en realidad.
De entre las iniciativas legislativas posibles que habría que llevar a cabo de forma inminente destacaría una: aquella  conformada por un  conjunto de medidas que alcancen el eje de flotación del sistema, haciéndolo oscilar desde un modelo oligárquico como el actual, hecho por y para lo ricos, hacia uno de democracia participativa. Hablo de mecanismos tales como listas abiertas, cambio de la ley electoral, derecho a revocar al gobierno con un número de peticiones, obligación de admitir a trámite una iniciativa legislativa popular, tipificar como delito el incumplimiento grave del programa electoral, prohibición de las donaciones privadas a los partidos, etc. Esta propuesta legislativa, revolucionaria en el mejor sentido de la palabra, debería ser promovida, en aras del consenso, por una plataforma horizontal sin adscripción política y sindical y a la que todas las fuerzas, grupos, asociaciones y ciudadanos independientes se pudieran añadir si lo desean.
Se acerca el tiempo propicio, ya que los grandes partidos, ayunos de apoyo, y cada vez más odiados por los ciudadanos, que empezamos lentamente a despertar de nuestra condición de súbditos, no querrán destacar ante la opinión pública por el rechazo a iniciativas tan numerosamente respaldadas.  Eso hará que se sometan por propio interés a las mismas o verán alzarse nuevos partidos que las apoyen. 
          Dicho esto, opino que no bastará con la iniciativa popular ni con toda la movilización para transformar el sistema. Es condición necesaria pero no suficiente. No podemos renunciar al arma más poderosa de que disponemos para lograr una democracia real de forma pacífica: el sufragio universal -si el PP o el viejo PSOE volvieran a ganar las elecciones nuestro esfuerzo habría sido tan solo un brindis al sol. Solo en las urnas se puede iniciar un proceso constituyente con garantías de éxito. 
         Pero basta ya de reflexión, hartos de malas noticias alcemos, al menos por un día, nuestras copas para celebrar la primera gran victoria. 

sábado, 26 de enero de 2013

Sobre-cojo, sobre-suelto, sobre-sueldo.



El escándalo de los sobre–cogedores, que confirma la inquietante existencia de una siniestra confabulación, que vincula de forma organizada y sostenida –durante nada menos que 20 años–, al poder económico y al poder político, pone de manifiesto, con obscena evidencia, lo que los ciudadanos más atentos nunca han dejado de intuir bajo los diferentes gobiernos: que bajo la pulcra epidermis de los rituales democráticos se esconde una abyecta y nauseabunda plutocracia, un gobierno de los ricos, de los pudientes, de los acaudalados, que manejan a su antojo las riendas del país en turbio contubernio con los grandes partidos.
Atrevámonos pues a enfrentar la realidad con valentía, realicemos la biopsia política a las células de la Gürtel, clones de la antigua Filesa, aunque solo sea para constatar con dolor el insalvable abismo entre representantes y representados -mejor morir lúcido que vivir gilipollas ¿Quién puñetas manda aquí?¿Componen el sujeto soberano los 46 millones de ciudadanos corrientes, esos que cada día se dejan el pellejo en la oficina, la zanja, la escuela, el asfalto, la mina, la cadena de montaje o las filas del INEM, para que el mundo siga luciendo cada día? ¡Nooooooooooooooooooooo! –perdón por esta prolongación descontrolada de la “o”, que debe ser la deformación que produce el wsap en mis neuronas.
 El auténtico soberano, el rostro pérfido bajo el disfraz democrático es una mafia de alevosos canallas trajeados, que controlan simultáneamente los grandes emporios productivos, el capital financiero y las instituciones políticas –dentro de poco también los servicios públicos. Un sórdido pijo–club formado por patéticos snoopys gangosos, estrafalarios bigotes,  incompetentes economistas, evasores fiscales, taimados tesoreros,  empresarios tramposos, abogados chupa pollas –caras–, ingenieros financieros, magnates mediáticos,  banqueros exprimidores, ostentosos señoritingos y jueces soplagaitas.
 Una plaga de  sociópatas capaces de imponer un estado de excepción política y de emergencia económica, mientras ellos,  ensimismados en su burbuja social exclusiva, más admirada que denostada por aquellos que la padecen, se revuelcan en el orgiástico lodo del caviar ruso, de las suntuosas mansiones baleáricas, de los apartamentos en Manhattan, de los flamantes deportivos descapotables, de la flotilla de lujosos yates a todo confort, con los que escapan al hedor de la chusma, amortizados con oscuras cuentas en paraísos fiscales.
Nuestro sudor común, el esfuerzo de nuestros padres y la desesperación laboral de nuestros hijos, puestos al servicio de una vida plana, cínica, estéril y estúpida, de felicidad blanca en  nariz, diamantes tallados en ketchup y dulces folleteos con putas de alto standing, eso sí, todo servido y brindado en honor de las grandes palabras, esas que pronuncian con ruidoso sarcasmo entre erupto y erupto de Vega Sicilia: Dios, trabajo, patria y familia, justo esas por las que un pueblo dócil e incauto les concedió no hace mucho la mayoría absoluta.
                                      

viernes, 4 de enero de 2013

EL ANTIHUMANISMO DE RAJOY



               El discurso de Rajoy tras el primer año de legislatura, reiterando con solemne cinismo alguno de los tópicos urdidos por sus asesores para justificar su ignominioso gobierno, a saber, el de que los recortes que están propiciando el desmantelamiento del estado de bienestar y sumiendo en el desamparo a buena parte de la población son un producto inexorable de las circunstancias -cuya premisa perenne es la herencia recibida-, y que cualquier otra respuesta alternativa hubiera sido peor, supone nada menos que certificar una vez más, por parte de un mandatario europeo, el fin de la política, es decir, de aquella actividad pública nacida en Atenas hace 2500 años, destinada a resolver de manera justa y eficaz los problemas comunes.
Asumir en directo y ante las cámaras, que no podemos hacer otra cosa que sufrir con resignación las veleidades de los mercados y sus agentes, que somos fatales rehenes de estructuras de carácter mercantil que escapan al poder del demos, del pueblo soberano, las cuales se autorregularían de forma automática como las selvas o los mares,  y de las que depende nuestra supervivencia como sociedad, más que un gesto de gallardía política, más que un desprecio a la naturaleza de la democracia, que lo es, constituye un ataque a lo que desde la Ilustración se ha considerado el sentido mismo de lo humano, la base filosófica de nuestra dignidad como especie y, correlativamente, el núcleo duro de lo que puede denominarse, con orgullo, Europa. Me refiero a la creencia en el poder de hombres y mujeres, como agentes libres, para dirigir, tanto en su vida personal como colectiva, su propio destino.
La radical y sistemática puesta en cuestión de este relato fundacional de Occidente, denominado humanismo, `puede precipitar en el abismo de la barbarie -de la que la tecnocracia, el gobierno de los expertos, no es precisamente su expresión más benévola- a los ciudadanos europeos. Lo que prueba que el riesgo que  estamos asumiendo en esta crisis es aún más grave de lo que pudiera parecer a simple vista. No estamos hablando de izquierdas o derechas, de neoliberalismo o de keynesianismo, sino de si sigue teniendo significado en palabras de Rajoy –y de aquellos a quienes  sostiene y representa– la palabra “humano”.