lunes, 29 de agosto de 2011

El huesecillo



Los grupos de personas, cuando se congregaban de modo informal,  le horrorizaban. El riesgo de impertinencia humorística por parte de un aspirante al liderazgo, la puñalada dialéctica de quien la había considerado una rival, o un simple malentendido,  activaban de pronto sus miedos, representados en la forma de voces crueles, descalificadoras, tanto más temidas si, como caballos de Troya, acechaban desde dentro de la propia fortaleza.

Observaba nerviosa la forma en que los integrantes se disputaban la palabra como si fuera un totem, ansiando acaparar para sí la atención del grupo con esa obscena avidez con que los peces de un estanque se lanzan a las migas de pan que les arrojan los niños desde la balaustrada. Reían, discutían, se desnudaban, derrochaban ingenio. Todo salvo escucharse. Como un  racimo de egos tratando inútilmente de escapar de su soledad aferrándose con desesperación  a los oídos ajenos, las intervenciones se sucedían de una forma grotescamente compulsiva. 

Es cierto que le entristecía sentirse excluida de esa orgía lingüística, y que en esos momentos fantaseaba con su soledad y la única presencia de su perro Xandro, pero soportaba mejor el exilio de su timidez cuando comparaba el objeto de su deseo con una jauría de perros compitiendo por un hueso. Sí, por un hueso,  al que ella contribuía con su abnegada escucha, y al que no podía acceder por su incapacidad para afirmarse en medio del ansia febril con la que aquellos chuchos voraces trataban, entre gruñidos y babeos, de convertirse en el centro de atención.

Frustrada y un poco resentida observaba el desplazamiento del hueso de un can a otro al borde mismo de su boca hambrienta,  sin que ninguno se dignara ofrecerle ni siquiera la ilusión de un mordisco.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que disponía de un inadvertido recurso, un auténtico  rottweiler, siguiendo la metáfora canina, por su pericia en adquirir y conservar el delicioso manjar de la atención: Yo. Urdió un plan digno de Rasputín. Recabaría mi ayuda mediante la irónica contraseña de colocar en mi mano, discretamente, un pequeño hueso de porcelana cada vez que tuviera deseos de hablar.

Yo me comprometía a conducir el coloquio de modo que ella tuviera oportunidad de realizar su propia aportación, manteniendo a raya a los demás chupópteros.  La elección y significado de tan sarcástico amuleto no podía ser más evidente: “pásame el huesecillo de la atención, que quiero roerlo un poquito”.

A mí me encantó la idea. En primer lugar porque me parecía descabellada. En segundo, porque  esperaba reparar de ese modo el sentimiento de vergüenza que me producía haber descubierto la egocéntrica avidez con la que me entregaba a aquellos festines sociales. Finalmente, porque la quería y me divertía la idea de incrementar la complicidad entre ambos mediante un juego tan surrealista y rocambolesco.


viernes, 26 de agosto de 2011

Diez razones para compadecer a los ricos

                                    Era tan pobre que no tenía más que no tenía más que dinero           
                                           J. Sabina

Cierto día, mientras desayunaba en un céntrico bar de la localidad, se acercó a mí uno de esos afamados ricachones de voz grave y modales arrogantes. Intercambiamos pocas palabras, se trataba de un encuentro accidental que había que solventar con un poco de cortesía, pero no pude evitar que se me quedara grabada una frase que repitió en varias ocasiones y de la que parecía sentirse especialmente orgulloso. Decía más o menos que la vida puede ser cara o barata y que las vidas baratas no merecen la pena.

La aplicación de conceptos económicos, como caro o barato, a una realidad sagrada como la vida me produjo ganas de vomitar, dándome la medida del grado de estupidez y confusión de aquel pobre fanfarrón. Pero al escándalo sucedió un sentimiento más noble, un sentimiento que enfocaba no la imagen de grandiosidad con la que pretendía impresionar a la audiencia, sino la indigencia interior que a duras penas ocultaba. 

He dicho pobre sin ironía, dándole al término su máxima precisión, lo que resultará chocante para una sociedad donde la envidia es el sentimiento predominante hacia los ricos. Envidia que se tiñe a veces de admiración, otras de indignación y no pocas de odio. En su lugar reivindico la compasión, que no está reñida con la exigencia de obligarles a devolver los bienes no merecidos (la mayoría) en favor de la comunidad, sino más bien al contrario: ayudar a esas pobres almas atormentadas a escapar de la ignorancia y el apego es una razón más para practicar la justicia distributiva.

1.    Nunca tienen certeza de la sinceridad del afecto de quienes les rodean. El amor puede ser prostitución encubierta, la amistad, nudo interés.

2.    Su mente carece de sosiego. Gestionar el capital debe ser una de las actividades más absorbentes y estresantes. En un mundo de competencia feroz, el miedo a perder lo conquistado y el ávido deseo de incrementarlo destruyen la serenidad.

3.    Cuanto mayor es la riqueza acumulada mayor es la responsabilidad en el sufrimiento humano que con ella podría aliviarse.  

4.    Inventar una coartada para liberarse de tal cantidad de culpa supone renunciar a la racionalidad moral, a la justicia y a la empatía, lo que es tanto como deshumanizarse. Solo quedan tres opciones: creerse las propias mentiras (con lo que se volverá estúpido); no pensar (con lo que volverá frívolo); dar como buena la ley de la selva (con lo que se volverá cínico).

5.    Existe el riesgo de que el rico se valore por lo que tiene y no por lo que es, con lo que el sentimiento resultante será una autoestima precaria, que necesitará recurrir permanentemente a la ostentación para afirmarse.

6.    El mecanismo psicológico de la adaptación hedónica –habituación o acostumbramiento– convierte pronto en ceniza todos los placeres, por muy sofisticados que sean. Cambiar de palacio para un rico es menos placentero que adquirir un piso de protección oficial para un pobre. El disfrute depende de las expectativas que se tengan y de la capacidad de gozar, escasamente de los bienes poseídos. Lo que, aunque parezca un fácil consuelo, es una evidencia científica contrastada.

7.    La excesiva protección del entorno los debilita psicológicamente para afrontar la adversidad, la enfermedad o la muerte, que tarde o temprano los alcanzan.

8.    Acostumbrados a la adulación pierden el sentido de la igualdad, base de la amistad y la fraternidad humana.

9.    Por estar tan atentos al precio se vuelven ciegos al valor.  Amar y ser amados, tener buen humor, pensar, pasear, reír, practicar sexo, el sincero aprecio de un amigo, dar las gracias, crear, leer un buen libro, conversar o respirar relajadamente no se compran ni se venden y son las actividades que más felices nos hacen. 

10.    Trasmiten a sus pobres hijos estas graves privaciones, perpetuando su sufrimiento en sucesivas generaciones. Agravadas por el hecho de que ni siquiera han luchado para obtener lo que tienen. Lo que los convertirá, salvo contadas excepciones, en fanfarrones, intolerantes a la frustración, obtusos, prepotentes, consumistas y profesionalmente inútiles.

Compadecer a los ricos no supone exaltar a los pobres. Sobre todo a los envidiosos. Si ser rico es digno de compasión aún lo es más desear ser rico y no serlo -lo que es diferente del legítimo deseo de no ser pobre-. La función del dinero no es incrementar el placer sino aliviar las necesidades básicas (naturales y sociales). Más allá de ese punto el dinero no solo no contribuye a la felicidad sino que se convierte en su principal obstáculo. Ningún sabio que se recuerde aspiró a ser rico, ni ningún rico es sabio. A lo más, astuto.

               Cuando se encuentre pues a un ricachón, o cruce a su lado subido en una de esas horribles limusinas, no le pida autógrafos ni lo trate con admiración, sería engañarlo. Adopte más bien la actitud respetuosa con que se trata al mendigo, a quien poco podemos hacer por ayudarle.


miércoles, 24 de agosto de 2011

EL ATAQUE DE LOS HOMBRES–MEDUSA

La mayoría de las medusas que encontramos en bares de copas, cenas de empresa, supermercados o comidas familiares provocan picaduras dolorosas y una sensación de escozor moral, pero  no son letales. La toxicidad varía según la especie.

 Por ejemplo la medusa fisicus, Aurelia guasona, se acerca con sonrisa socarrona y tras poner la vista más arriba de nuestras cejas, nos espeta: “¡caray que cada vez estás más calvo!” O la llamada ortiga vecinal, Cyanea bromista, ésta con gesto compasivo, nos dispara a bocajarro: “¡cómo has envejecido desde la  última vez que te vi!” 

Existe incluso una variedad más evolucionada, la Chironex groserus, caracterizada porque nos hace partícipes de su picadura en dos movimientos. El primero actúa como cebo: “¡felicidades!” Y cuando inocentemente preguntas por qué, responde con sonrisa ingenua y mala sangre “¡Por tu embarazo!” Y resulta que no estás embarazada sino que tienes la tripa un poco más hinchada de lo normal. A veces incorpora una variante en que la toxicidad se inyecta mediante una hábil inversión de los tiempos verbales: “¡¿Cuándo darás a luz?!” –interroga cortésmente con la mano puesta sobre la cabecita del futuro bebé, tras contar con exactitud los meses de embarazo– Sabiendo que tú responderás: “hace un mes”.

E incluso existe una especie, la comparator odiosus, especializada en compararte, a peor, con alguien a quien amas: “tu hijo (tu hermana, tu amigo, tu perro…) es muchísimo más guapo que tú”.  Con lo que intenta poner el acento en tu fealdad y no en la belleza de tu hijo, dejándote literalmente noqueado. Pues ¿cómo te vas a molestar por un comentario en que se habla bien de tu hijo? O, para mencionar una más, la yosoi sincera, que evalúa con descaro tus defectos, estado anímico e indumentaria sin previa solicitud, convirtiendo el propio latigazo contra la piel de tu amor propio en justificación, como si tuvieras que estarle agradecido por esa notable exhibición de franqueza.

En todos los casos se trata de un animal psicológicamente tóxico, 96% mala uva y que, sin venir a cuento, te ha tocado las criadillas aprovechando tu relajación, utilizando normalmente un tono jocoso de franca complicidad y la cercanía que le proporciona tu confianza. Con la singularidad de que tan malévola incursión en la zona sensible de tus complejos le sale gratis. De tal modo que si te enfadas dirá: “no seas susceptible”, “solo se trataba de una broma”, “creía que tenía confianza contigo”, etc.” Y así te hará sentir culpable. Y si te contienes y a duras penas haces como si no te hubiera picado, se marchará feliz autopropulsándose con su propia risa interior, mientras tú estás al borde del shock anafiláctico.

Una vez inoculado el veneno no nos queda más que esperar, como en cualquier otra picadura, a que el organismo lo reabsorba. Tomarlo a broma, como el vinagre, puede calmar el picor.  Rascarse es, con todo, lo peor, es decir, recordar lo sucedido maldiciendo la medusa o a su madre: ¡tendría que haberle dicho…! ¡la próxima vez se va a enterar…! Pues de ese modo el veneno, embutido en los aguijones infectados, se extenderá por todo tu ser provocando una bajada severa de autoestima.

Recuerdo una medusa anciana, la Benthocodon ciniculata tocapelotus, con su cuerpo gelatinoso en forma de campana, que iniciaba su venoso ritual al llegar a casa de mi madre, siempre a las horas más inconvenientes del almuerzo o la siesta, pegando el dedo sobre el timbre como si estuviera agonizando víctima de un ataque cardíaco. De ese modo empezaba a desequilibrar el ánimo de su presa. Mi madre ya la conocía y no se impacientaba, pero yo, pobre cándido, me dispuse cierto día a dirigirle un cortés reproche. Ella, al notarlo, inició ese llanto fingido de viejecilla vulnerable mascullando entre dientes: “con lo que yo te quería (pasado), que un día cuando un forastero me preguntó dónde vivía el profesor que vestía de forma ridícula (yo),  te defendí”.

 Me quedé petrificado. Con una jugada maestra e improvisada me dijo ridículo en mi cara (porque comprendí de pronto que aquel forastero era una fantasía suya) y además que tenía que estarle agradecido por su defensa. Mi organismo me gritaba: “¡la que te ha metido!”; mientras mi razón trataba de descifrar el anatema para determinar si estaba justificada una respuesta. Cuando logré analizar el esputo ya hacía tiempo que la Benthocodon ciniculata tocapelotus había desaparecido de mi vista, por lo que resultaría patético iniciar una sangrienta persecución que tan solo le demostraría mi rencor y, lo que es peor, mi falta de reflejos. Aquella  medusa se movía con tan rapidez, disfrutaba de tal cantidad de veneno y eran tan largos y curtidos sus filamentos que todo el pueblo temía sus picaduras.

Pero entre todas las medusas que recuerdo había una, la más peligrosa de todas, de picadura mortal, la llamada avispa de templo, Curae impertinentis, un viejo párroco de setenta y cinco años, treinta más que yo, cuyo temperamento desprendía tal dosis de soberbia y malignidad que cierto día,  que le confesé distendidamente que no podía creer en Dios por el sufrimiento de los niños, (porque él me lo había preguntado) me dijo, con un gesto retorcido que jamás olvidaré, que entonces qué iba a decir él cuando oficiara mi entierro.

Me quedé perplejo y paralizado, sin entender esa insólita salida en la conversación, la desconcertante relación entre mi declaración de no fe y la referencia a mi abandono de este mundo. Tardé unos treinta minutos en entender que me había deseado abiertamente la muerte. El mensaje encriptado decía: “Te morirás antes que yo, a pesar de que por edad podrías ser mi hijo, por no tener fe.” Fue tal el odio que me provocó aquella mordedura,  que sobrevivir a su muerte es uno de los motivos más sólidos que he encontrado para cuidar mi salud.  Estaría determinado –si no fuera por miedo a convertirme en una laica extensión de su veneno– a, si le llegaran a diagnosticar una enfermedad incurable, ir con dos copitas de champaña a la sacristía para decirle: “qué tal padre, estoy consternado porque, al parecer, no podrá usted decir unas palabrillas en mi entierro…”

El mejor antídoto es con mucho la prevención. Yo llevo siempre en la cartera una lista negra (no se rían, que no miento) con el nombre y apellido de las medusas de mi entorno, convenientemente clasificadas por su forma de atacar y la naturaleza de su veneno. Mi consigna personal es evitarlas, alejarme de las corrientes por las que habitualmente circulan, lo que puede significar tanto esquivarlas físicamente como reducirles la confianza, guardar la distancia justa para ponerse a salvo de sus lenguas urticantes.

Otro es aplastarlas sin piedad con una frase preparada al efecto, una crema antimedusa: “Me pregunto cuánto veneno cabe en tu abdomen…” o “Ayúdame a resolver una duda: ¿eres torpe emocional o solamente mala persona…? La frase inesperada actuará como la pequeña red que utilizan los bañistas para arrancarlas de su medio y colocarlas bajo el tórrido sol. Prevenir o atacar, dat ist de question. Pero nunca espantarse. A fin de cuentas una medusa solo es agua, agua amarga.

viernes, 19 de agosto de 2011

EL PAPA QUE, HASTA UN ATEO, ANHELARÍA

En un tórrido agosto de 1984 un hermoso sueño me quitó la fe. Desde aquel día todas las mañanas, al oír el despertador, me abalanzo nerviosamente al medio de comunicación más cercano     –televisión, radio o periódico–, con la esperanza de ver una nota de prensa que diga algo así como lo siguiente:

17 de Agosto de 2011.  “El papa Benedicto XVI ha desaparecido de su residencia en el Vaticano. Los servicios de inteligencia de todo el planeta se afanan en hallarlo con vida. La OTAN está en estado de máxima alerta por temor a que se trate de un magnicidio,  tal vez de un secuestro por parte de Al Qaeda. El catolicismo al borde de la guerra.”

18 de Agosto de 2011. “Desconcierto internacional. Benedicto XVI ha sido hallado sonriente y sudoroso en Mogadishu, capital de Somalia. Desde un campo de refugiados, y ante la perplejidad, casi espanto, de un surtido número de periodistas extranjeros,  acaba de anunciar su intención de iniciar una huelga de hambre indefinida en solidaridad con la población hambrienta. Hastiado de hipócritas declaraciones, su determinación es mantenerla hasta morir si la comunidad internacional no toma medidas urgentes para acabar, definitivamente, con la miseria que asola al  planeta. El mundo escucha atónito la declaración, que se repite de forma ininterrumpida en todas las cadenas.”

19 de Agosto de 2011. “Todo es caos, preocupación e incertidumbre. Se suceden las reacciones oficiales en medio de la más absoluta confusión. Nadie sabe cómo interpretar un gesto que viola de modo flagrante los protocolos diplomáticos. Las autoridades de las principales cancillerías europeas y norteamericanas, a la vez que saludan tímidamente el gesto, lo desautorizan como un chantaje inadmisible por parte del líder de una Iglesia. De admitirse podría dar lugar a una serie indefinida de ingerencias por parte de otros dirigentes religiosos en el orden político internacional. Le exigen en consecuencia el cese inmediato de la huelga de hambre.”

20 de Agosto de 2011. “El  Vaticano, presionado por los gobiernos occidentales,  ha convocado un cónclave urgente y extraordinario para dar respuesta al insólito y perturbador acontecimiento. De forma extraoficial se filtra la idea de que el Papa podría haber perdido sus facultades mentales y debería ser incapacitado como legítimo sucesor de Pedro.”

21 de Agosto de 2011. “Los mercados han entrado en un estado de pánico generalizado. Las bolsas se desploman alcanzando un mínimo histórico. Las grandes multinacionales temen una intervención de la ONU que pudiera limitar sus beneficios a escala global. Los principales centros financieros exigen a los gobiernos una respuesta urgente a la crisis provocada por Benedicto XVI, al que califican abiertamente de comunista e irresponsable.”   

22 de Agosto de 2011. “Se espera una acción inminente por parte de un grupo especial de operaciones bajo el mando de la OTAN, como respuesta a la demanda de la curia romana y bajo el amparo del G–8, cuyo objetivo sería capturar al sumo Pontífice y devolverlo con vida al Vaticano para realizarle un exhaustivo diagnóstico de salud mental por parte de eminentes psiquiatras. Se especula ya con un brote de demencia senil. El derecho canónico admitiría in extremis la posibilidad de nombrar un nuevo sucesor si se verifica la grave enfermedad mental del actual Vicario de Cristo.”

23 de Agosto de 2011. “La imagen televisada de un Papa despojado de sus pomposas vestiduras, ataviado con las raídas ropas de los nativos y dispuesto a llevar hasta el sacrificio final su compromiso con los más pobres del planeta, ha conmocionado a la opinión pública mundial. Es como un delirio colectivo. La gente se echa a la calle presa de un sentimiento de júbilo, ocupando calles, plazas y parlamentos.”

24 de Agosto de 2011. “Todo parece irreal, es como si el mundo hubiera perdido de pronto su gravedad y flotara en un estado de gracia y ligereza. Hay gente por todas partes. Unos lloran presos de una emoción desconocida, otros cantan salmos, otros rezan agarrados por las manos, otros comparten lo que tienen con los más pobres, otros se abrazan sin motivo, los enemigos se declaran la tregua. Un sentimiento de hermandad surca la tierra de parte a parte. Es indescriptible. Nadie por edad o conocimientos históricos recuerda algo semejante”

25 de Agosto de 2011. “Ante el riesgo de captura del santo Padre, el Dalai Lama, el patriarca de Constantinopla, numerosos imanes y rabinos, y los principales líderes protestantes han decidido sumarse a la huelga de hambre de Benedicto XVI. A ellos se añade cada día una marea ingente de niños, mujeres y ancianos desarrapados, en cuyo rostro se refleja el orgullo de saber que, al menos por una vez, Dios está de su parte.”

26 de Agosto de 2011. “Filósofos e intelectuales de todas las tendencias coinciden en afirmar que lo que está ocurriendo, tanto si el Papa finalmente muere o logra derrotar al hambre, supondrá un punto de inflexión en la evolución humana. Su importancia ya se compara con el final del imperio romano, el descubrimiento de América, la derrota del nazismo o el nacimiento de Cristo. Sectores izquierdistas, ateos y libertarios se movilizan públicamente a favor de los cristianos y se pone fin al conflicto entre Israel y Palestina. La historia parece haber perdido su racionalidad. Ningún estudio sociológico, económico o político había previsto un suceso tan enorme ¿Qué está pasando?, ¿el mundo se ha vuelto loco?, ¿de amor?”

Comprenderéis jóvenes católicos por qué mi decepción con uno de los pocos seres humanos capaces, debido a su estatus, de realizar tan hermosa quimera crece cada día desde entonces, y por qué, nada más  despertarme, me lanzo esperanzado a los kioscos para ver si es hoy el día de la gran noticia, el día en que el Papa de mis sueños realizará la gesta que salvará al mundo.

miércoles, 17 de agosto de 2011

EL PAPA DE MIS PESADILLAS. DIEZ PREGUNTAS A LOS JÓVENES CATÓLICOS


Jóvenes católicos del mundo, ya que no podré ir a recibir a su Santidad en su viaje a Madrid, ¿seríais tan amables de hacerle diez sencillas preguntas en mi nombre?
Preguntadle por qué la mujer está excluida de la orden sacerdotal, por qué no puede consagrar el pan y el vino, por qué no puede ocupar puestos de autoridad en la jerarquía eclesiástica, por qué no puede haber una Mama. ¿Es que Cristo era machista y misógino?
Preguntadle por qué discrimina a los homosexuales por algo no elegido como su inclinación sexual, considerando sucia y pecaminosa su forma de expresar el amor. Si la homosexualidad, según él, es mala por ser antinatural, por qué prescribe entonces la generosidad o la justicia, cuando lo natural es el egoísmo? ¿Es que Cristo era homófobo?
Preguntadle por qué los sacerdotes tienen que renunciar a experimentar el afecto de una mujer y el cariño de sus hijos, condenando a algunos de ellos a graves carencias afectivas que los precipitan en morbosas desviaciones sexuales, como la pederastia, que luego se ocultan en los sótanos del Vaticano para ultraje de las víctimas. ¿Es que para Cristo no era suficientemente digna la familia como para permitirla a sus servidores?
Preguntadle por qué prohíbe el uso del preservativo, castigando a millones de hombres y mujeres, los más pobres de la tierra, con una muerte  terrible y segura; por qué rechaza los medios anticonceptivos haciendo imposible una paternidad responsable. ¿Es que para Cristo es preferible morir de sida antes que hacer el amor?
Preguntadle por qué la Iglesia se sigue aliando con los ricos y poderosos, dejando arrinconados a los más débiles, a los que considera dignos de caridad pero no de justicia; por qué acumula tal patrimonio mientras multitud de hijos de Dios agonizan en silencio; por qué se entiende tan bien con el capitalismo, el fascismo y el franquismo mientras trata con cruel severidad a los curas obreros y a los teólogos de la liberación. ¿Es que Cristo era elitista, amaba el dinero y no se compadecía de los pobres?
Preguntadle por qué la Iglesia no es una democracia, donde las comunidades de base y los seglares tienen un poder real en el diseño del proyecto cristiano, sino una teocracia donde un solo hombre acapara el poder absoluto y habla de un modo infalible. ¿Es que Cristo no era demócrata?
Preguntadle por qué prohíbe el divorcio, impidiendo la posibilidad de rectificar en el amor que asiste a toda persona madura; por qué una mujer o un hombre no pueden rehacer su vida con otra persona si su anterior pareja la maltrata, la abandona, la engaña o la hace infeliz. ¿Es que para Cristo el matrimonio es una forma de cadena perpetua?
Preguntadle por qué se opone a la eutanasia cuando una enfermedad incurable y dolorosa hace que la vida pierda su sentido, imponiendo además la experiencia de un dolor terrible y absurdo a los no católicos. ¿Es que Cristo prefiere la tortura de vivir a la dulzura de morir cuando ya no hay remedio?
Preguntadle qué tiene contra la sexualidad y el cuerpo, a los que odia hasta el punto de venerar el ideal de una mujer castrada, la virgen María, a la que honra como madre y desprecia como mujer. Si la sexualidad fuera tan sucia como para ser incompatible con el nacimiento de Cristo, por qué Dios la habría creado. ¿Tiene Cristo algo contra la vida?
Preguntadle por qué se aprovecha de los impuestos de los no católicos para lanzar su mensaje, por qué utiliza las instituciones públicas para hacer proselitismo, por qué mantiene un privilegio estatal frente al resto de creencias y religiones. ¿Es que Cristo no sabía diferenciar entre Iglesia y Estado, entre lo que es del César y lo que es de Dios?
Solo os pide, quien también fue joven y católico, que no os comportéis como borregos ante sus respuestas. Analizadlas y meditadlas con esa inteligencia que Dios os ha dado. El mayor pecado que un hombre puede cometer es renunciar a pensar por sí mismo, actuar como una res que deja  su alma en manos de prestigiosos pastores. No es mi intención confundiros ni destruir vuestra fe, pero tenedla en Cristo, no en el Papa. Al menos no en el Papa de mis pesadillas, sino en el Papa de mis sueños, del que en tres días os hablaré. AMÉN

sábado, 13 de agosto de 2011

EL TOREO

Jamás llamaré torturador a alguien por el solo hecho de tener afición al toreo. No tengo por qué dudar de la sinceridad de quienes dicen encontrar valores estéticos en la llamada fiesta nacional, o de quienes alegan que se trata de una tradición, que genera cierto número de empleos y de que ha formado parte de nuestra  identidad colectiva.
Sin embargo, la experiencia del dolor físico o del miedo extremo, que compartimos con todos los seres capaces de sentir, es tan brutal, tan terrorífica, tan áspera, que no tenemos derecho a provocarla deliberadamente a ningún otro ser sintiente, salvo en caso de necesidad. No hay argumentos que puedan oponerse en la balanza. Nadie querría ser herido, pinchado, atravesado, desgarrado por dentro, si pudiera evitarlo, por el único motivo de provocar disfrute a terceros, aunque dicho disfrute pudiera ser revestido de un valor estético o cultural. Y lo que no puede ser querido para uno mismo no puede ser querido, en coherencia, para ningún otro ser en las mismas condiciones.
 El toreo tal vez tuvo su momento, como para muchos lo tuvo la lucha a muerte entre gladiadores, normalmente esclavos, para regocijo de los ciudadanos romanos. Pero hoy día se ha convertido en la reliquia de un pasado que exige ser superado, al menos en sus aspectos más crueles y truculentos. No realizaré una exposición pormenorizada de dichos aspectos. Están al alcance de cualquiera, incluso de los niños.
No es necesario para dar validez a esta conclusión opinar que una persona tiene el mismo valor que un animal.  Prefiero salvar la vida de un niño antes que la de un perro, un león o una bacteria. Pero curiosamente si hay algo en nuestra especie que merece ser celebrado, que da fe de nuestra superioridad frente a lo salvaje, no es la capacidad de herir y de matar, sino la de cuidar y aliviar el dolor. No es la espada ni el estoque─, lo que nos hace humanos sino la compasión.
Ninguna forma de violencia, tampoco el toreo, merece ser llamada arte en el estadio de evolución de la humanidad en que nos encontramos. Ni puede ser amparada por la libertad de gustos y creencias, dado que genera un daño a terceros. Es nuestra obligación reducir progresivamente este sangriento ritual con la menor crispación posible, sin satanizar a sus defensores.
Sé por experiencia que es más fácil para un político permitir el sufrimiento de un animal, incapaz de reclamar sus derechos, que enemistarse con gran parte de su comunidad. Pero opino que uno de los retos más ambiciosos de los próximos años será reconocer a los animales, y a los seres vivos en general, como portadores de derechos. Y antes que ningún otro el de ser protegidos del dolor innecesario.

lunes, 8 de agosto de 2011

ZOOM. ESTA ES MI RELIGIÓN



El sentido de la vida es una ley,  dos fuerzas y  siete círculos.

El primer círculo de mi identidad, de lo que yo soy, está formado por mi cuerpo, mi mente y mis emociones. El límite de mi yo está en  la piel. Yo soy de mi piel para adentro. De mi piel para fuera están los otros, los que yo no soy, los de ahí afuera, tú, por ejemplo. Mi nombre es Feliciano y mi conciencia es individual.

         El segundo círculo de mi identidad está formado también por mis allegados, aquellos que me quieren, que me protegen, que me apoyan. Mi pareja, mi familia y mis amigos principalmente. Son mi clan, mi manada. Mas allá están los desconocidos, los sin rostro, los que no son objeto de mi afecto inmediato. Mi nombre es  Mayorga Tarriño y mi conciencia familiar.
El tercer círculo, ya mucho más amplio, incluye en el ámbito espacial a los de mi ciudad, mis paisanos, mis compatriotas; en el ámbito ideológico a los que piensan como yo, a los que comparten mis sentimientos y creencias,  mis costumbres y tradiciones, mis afines;  o en el ámbito corporal, a los que tienen mis mismas inclinaciones sexuales o mi mismo género.  Más allá están los diferentes, los rivales, los homosexuales, las mujeres, los extranjeros. Mi nombre es Varón Moteño Libertario Español.  Mi  conciencia es masculina, heterosexual y  nacional.

El cuarto círculo de lo que  soy está integrado por Europa, su cultura y sus tradiciones y en cierto modo también Estados Unidos y Australia, que son su prolongación geográfica. Nosotros somos los ricos, los del norte, los civilizados, los demócratas. Más allá está el sur, los pobres, los inmigrantes, los bárbaros, los marginales. Mi nombre es Europa y mi  conciencia occidental.

El quinto círculo de mi identidad está formado por todos los seres humanos, los que están lejos y los que están cerca, los que murieron y los que aún no han nacido. La Humanidad es mi patria, soy un ciudadano del mundo y la diversidad me enriquece. Sigue, sin embargo, existiendo el no-yo: lo exterior, lo inferior, lo irracional, lo inconsciente: Me refiero a los animales, las plantas, la vida en general y un poco el cuerpo que no soy sino que tengo. Mi nombre es ser humano y mi conciencia global.

El sexto círculo abarca al planeta entero. La tierra es mi hogar, mi cuerpo extendido; los seres humanos,  mis semejantes; los animales y las plantas,  mis hermanos pequeños. Más allá está el espacio vacío, los desiertos siderales, los agujeros negros, tal vez los extraterrestres. Mi nombre es planeta azul, mi conciencia planetaria.

El séptimo círculo de mi identidad es la galaxia, la vía láctea, el universo, el ser. Soy lo que es, lo que fue y lo que será. Mi identidad no tiene límites ni fronteras. Mi nombre es Universo, Yahvé, Jehová, Alá, Buda,  Dios, conciencia cósmica.

Siete círculos y dos fuerzas: el temor que nos contrae y el amor que nos ensancha.

Sólo falta la ley que rige el desarrollo:

Cuanto menor sea el número de esferas que la mente es capaz de comprender mayor será la ignorancia; cuanto menor sea el número de esferas que el corazón pueda reconocer como propias mayor será la tristeza. En eso consiste el pecado.
Cuanto mayor sea el número de esferas que la mente es capaz de atravesar mayor será la sabiduría; cuanto mayor sea el número de esferas que el corazón es capaz de amar, sentir como suyas, mayor será la dicha. En eso consiste la santidad.

viernes, 5 de agosto de 2011

Esto era un niño que tenía miedo...



Esto era un niño que tenía miedo. La barbilla se le juntó con el pecho de tanto mirar hacia abajo. Iba por el mundo aturdido, con la torpeza pegada al rostro, aplastada entre las hojas del cole o envuelta en el papel del bocadillo.
Era un niño que sólo sabía mirar al cielo para escuchar y al suelo para responder. Apenas si hablaba en la escuela, tan extraña le parecía, temblando de solo pensar que el maestro diría su nombre en voz alta y las miradas de los otros  se posarían en su rostro como una bandada de tábanos.
Le asustaban  los otros niños, sobre todo los más fuertes, los pegones, los que sabían jugar al fútbol. Tan cobarde era que no se atrevió a proteger a su hermana el día que la lastimaron, que en lugar de actuar como un niño-hombre se inventaba falsas historias para justificar a los que lo hicieron, que evitaba salir al patio y buscaba solitarios rincones para guarecerse, que solo una vez se hizo el valiente y acabó llorando.
Los que le conocían le reprochaban  a menudo su indefensión, porque creían que a él no le dolía.
Le gustaban las pelis de vaqueros porque allí siempre había un héroe, fuerte y justiciero, que sabía poner a los pegones en su sitio; y se pasaba las horas soñando con peligrosas  aventuras  en las que salía, al fin y a la postre,  victorioso.

Esto era un adulto que tenía miedo, que seguía teniendo más miedo aún que cuando era niño .Pues si antes solo temía que le hicieran daño, ahora temía que le hicieran daño y que los demás supieran que se sentía vulnerable.

Cierto día habló con sus miedos y decidió pesarlos.
El miedo ganador fue el miedo a sí mismo y como era el mayor miedo posible lo llamó dignidad. Y así, agredió a todos los que representaban una amenaza, a todos los que tenían algún poder, a todos los que le marcaban algún límite sin mirar si dicho límite era bueno o malo. Un día decidió que era mejor pasarse que quedarse corto, pedir perdón que recibirlo,  cometer injusticia que sufrirla.

Al principio funcionó. Con pelo rapado, pulsera de cuero y gesto intrépido nadie le reconocería. Quemó las fotos de cuando era niño, los libros de cuando era niño, los cromos de cuando era niño. Rasgó las hojas dobladas donde había guardado el miedo, se olvidó a conciencia de los rincones solitarios y renegó de su hermana para no abochornarse con el recuerdo de su intolerable cobardía.

Solo que a veces las situaciones eran imprevisibles. Cuando el ujier del juzgado le corrigió por ponerse en la fila que no era, tuvo que explicar al guardia por qué había olvidado el carnet de conducir o aquel taxista portugués pareció insultarlo con expresiones graves pero desconocidas, al no estar preparado, dejaban de brotarle las palabras, la voz se le desparramaba sin firmeza, las pestañas repicaban tocando a muerto y la mente se le bloqueaba como un ordenador inservible. Acudía  entonces sin ser llamado  el maldito niño cobarde, el niño aturdido y sumiso, el gusano de gesto inseguro y complaciente.

Y durante meses se mortificaba, se atizaba a sí mismo sin piedad con la fantasía de  la escena vergonzosa, hasta que  juraba por Dios que mataría a aquel niño, que lo lanzaría al mar atado a una enorme piedra de molino para que no viera nunca más la luz del sol.

Tanto se lo dijo a sí mismo que al final se lo creyó y nunca más volvió a saber del niño.

Esto era un anciano que no tenía miedo, que olvidó lo que era el miedo y consiguió poner el mundo a sus pies. Un anciano que sabía a ciencia cierta, sin embargo, que lo único de valor que le quedaba era el recuerdo  de unos ojos temblorosos y asustados, escondidos para siempre en el fondo de algún mar.



miércoles, 3 de agosto de 2011

Carpe Diem. De religión: hedonista


Son las nueve de la mañana. Hoy ha amanecido un día de perros en Ibiza. El cielo está nublado y la fuerza del viento provocará tal oleaje que exigirá a las autoridades izar la  bandera roja en todas las playas.

Coralie es de esas personas, no sé cómo explicarlo, que siente el deber de disfrutar.  Así, como suena. Pueden llamarme fantasioso e incongruente, pero eso no negará la verdad de esta singularidad psicológica. Toda la gente que he conocido hasta ahora tiene deberes que limitan su apetito natural de placer, o placeres que salen a su encuentro de un modo espontáneo, sin proponérselo; pero jamás había encontrado a alguien que si hace un día espléndido sienta la obligación de pasear, si hay una buena cartelera tenga el compromiso de ir al cine; y si es verano se imponga  a sí misma la norma de solazarse en el mar. Le apetezca o no le apetezca, eso no es lo relevante para tomar la decisión. La difundida frase “carpe diem”, “vive el momento”, no es para Coralie una invitación sino un imperativo.

¿Cómo no vas a contemplar la puesta de sol desde un acantilado?, ¿cómo no vas a descubrir un rincón solitario aunque esté en el punto más lejano de la isla?, ¿cómo no vas navegar en kayak sintiendo tan de cerca la tibieza del agua?, ¿cómo no te vas a maravillar con la estela dorada que deja el mar en las noches de luna llena?, ¿cómo vas a renunciar al éxtasis tántrico, conteniendo la eyaculación para tener orgasmos implosivos?, ¿cómo no vas, cómo no vas…? De este modo, uno a uno ponía frente a mí los diez mandamientos del mes, las tablas de la ley, como Moises tras bajar del Sinaí.

En vano yo trababa de convencerla de que los placeres son potencialmente infinitos y de que querer disfrutarlos todos era una tarea poco menos que imposible para una sola vida. Además de resultar estresante para alguien como yo, cuya máxima aspiración en vacaciones es extenderme en una hamaca con un buen libro, sin salir a ser posible de mi pueblo, socorrido por una cerveza fresquita y haraganeando de sol a sol como indolente cigarra. 

Por fortuna Coralie se mostraba tolerante con mis explicaciones, aceptando, aun sin convencimiento, mi derecho al no placer. Ya apenas me reprochaba, con el rigor marcial de un moralista, que no sé disfrutar de la vida cuando me quedo dentro del estudio leyendo toda la mañana, mientras ella va a una de sus calas, y no me acuerdo ni siquiera de correr las cortinas para ver el paisaje.

Así que hoy, un día de perros en la isla, es para ella algo así como una mañana de bula, de trasgresión legítima, un permiso divino a su diario ritual de placeres-deberes. Hasta creo que percibo un ligero alivio en su semblante al saber que hoy no tendrá que disfrutar. Y que la culpa de no hacerlo no será suya sino de Poseidón.

Y en cuanto a mí, al ver llover y no tener que justificar mi falta de deseo para ir a  playas solitarias de imposible acceso, a tumbarme durante horas en la roca viva, rodeado de despelotados, y sintiéndome como un ridículo San Lorenzo a la parrilla, mucho más estúpido por hacerlo voluntariamente, me embarga el dulce recuerdo de aquellos días de mi adolescencia en que una felicidad indescriptible me conmovía al despertar, nada más salir el sol, al escuchar la terrible tormenta que se descargaba furiosa contra mi ventana, y que me libraría, a Dios gracias, de ir a coger sarmientos con mi padre.

lunes, 1 de agosto de 2011

¿DEMOCRACIA O DEMOGOGIA? BELÉN ESTEBAN FOR PRESIDENT


Pocos datos son necesarios para presentar al personaje. Como la sustancia de Spinoza ella es primera en el orden del conocimiento y en el orden del ser. Muchas más referencias serían necesarias para dar a conocer al gran público el último premio nobel de literatura, el científico que ha logrado desarrollar una vacuna contra la malaria o el promotor de una banca alternativa para sacar de la miseria a millones de pobres en todo el mundo.
Uno de los momentos estelares donde la máquina estupidizadora logró los mayores índices de audiencia fue precisamente aquél en que la diva, bautizada como la princesa del pueblo, lució por vez primera ante las cámaras de Telecinco su nariz operada ─el 26%. No era para menos. Al lado de este tremendo acontecimiento, cuestiones menores como la cumbre de Copenhague para atajar el cambio climático o la asamblea de Unicef para erradicar el hambre en el cuerno de África, no tenían la más mínima oportunidad. 
Meses después la veíamos sentada en su trono del plató de Telecinco, respondiendo a millares de improvisados televidentes sobre la mejor forma de abordar sus inquietudes políticas: paro, hipotecas, desahucios, relaciones bilaterales con Marruecos, etc. Con monosílabos, muecas de osada indignación y esa seguridad que solo la ignorancia es capaz de conferir, lograría superar, según las encuestas, el número de diputados de I.U o UPyD en una hipotética contienda electoral, convirtiéndose en la tercera fuerza política del Estado. Lo que sin duda carecía de interés para ella, ya que rebajaría su status actual: una princesa del pueblo es más que un líder de la oposición e incluso, llegado el caso, que un presidente del gobierno.
Pero no es esa pobre ignorante, zafia y verdulera de Belén Esteban; ni tampoco ese grotesco presentador de Sálvame Deluxe, ganador de un premio honda, que la utiliza  para atizar la bazofia, lo verdaderamente inquietante. Es ese enfervorizado público que con ella se identifica, esos millones de ciudadanos que se rebozan jubilosos en los excrementos de la telebasura; o abarrotan  estadios para contemplar con entusiasmo casi religioso a sus acaudalados ídolos futbolísticos; o votan sin pudor a gobernantes corruptos; o se sienten reconfortados cuando un famosete se cruza en su ángulo de visión cual pastorcillo ante la aparición de la virgen; o se despreocupan del futuro de su comunidad y de su planeta exculpando su irresponsable indolencia en la maldad natural de los políticos.
El “pueblo soberano”,  entelequia de las clases ilustradas, eufemismo para nombrar a esa chusma imbécil y mitómana, que besa la mano que estruja sus genitales y abre de par en par los pliegues de su cerebro para que sea más fácilmente penetrado. Niño consentido  a cambio de renunciar a la mayoría de edad. Coronado sarcásticamente como el “rey consumidor”, el “rey elector”, el “rey televidente”, no es más que un títere despojado de todo interés en manos de siniestros demagogos, un abyecto y soez saltimbanqui que apenas puede disimular su hedor a mediocridad e impotencia.
Probaré fácilmente que no hay pizca de elitismo ni exageración en mis palabras. Imaginen por un momento que me toca 1 millón de euros en la bonoloto. ¿Saben cuál sería mi sueño? No el de comprarme un yate, dar la vuelta al mundo o pagar a plazos un viaje al espacio. Eso es consumismo hortera, del que practican los nuevos ricos. Haría algo mucho más original y divertido. Lo destinaría a elaborar un test de dignidad humana real, es decir, de la que merecemos por nuestros actos, no la que se nos reconoce por el hecho de haber nacido en una especie que enlaza sílabas, sabe contar y anda habitualmente con la espalda erguida.
Con permiso de Gallardón,  erigiría un enorme y elevado pódium en el centro de la puerta del sol, donde no ha mucho acampaban los indignados; y desde lo más alto, para no contaminarme de vergüenza ajena, prometería ante notario entregar el millón de euros a aquel individuo que caminando a cuatro patas me trajera con mayor servilismo un enorme hueso de cordero, que lanzaría con todas mis fuerzas lo más lejos posible. En el hueso habría una inscripción que diría: “soy responsable de que otros gobiernen en mi nombre, se enriquezcan en mi nombre, piensen en mi nombre, se desternillen en mi nombre”. De este modo el aspirante a chucho podría tener una pista simbólica del sentido del juego y ofenderse con razón de mi perversa treta. Que coste, para los muy susceptibles, que yo no faltaría con mi iniciativa al respeto de los concursantes, tan solo pondría la ocasión para saber si ellos son capaces de faltárselo a sí mismos. Y tampoco crean que soy generoso dilapidando por motivos científicos un millón de euros. Telecinco a buen seguro me pagaría más del doble por la exclusiva.
¿Cuántas personas creen honradamente que renunciarían al millón de euros  a cambio de un comportamiento tan indigno (sólo quedarían excluidos del gran reto, lógicamente, los verdaderamente necesitados; por salvar a mi familia de la miseria yo daría el salto mayor que un podenco)? El pesimismo antropológico que se desprende de este experimento mental me autoriza a violar el gran tabú de nuestro tiempo: la igualdad de valor, el índice de audiencia, la mayoría democrática. Porque la demogagia populista que padecemos es una modalidad de fascismo acaramelado: dulce en las formas y violenta en los contenidos. Basta ya de pasarle la mano por el lomo a ese caballo convertido en pollino que se deja devorar por cualquier depredador de tres al cuarto. Quien ama al pueblo tiene que  ser como una espuela, exigirle hasta que brote la sangre.
Aquellos de los 45 millones que rechazaran la tentadora oferta los consideraría ciudadanos de pleno derecho, mis semejantes. El resto los arrojaría sin miramientos, sin ni siquiera saber quiénes son, dónde viven o cómo se llaman, a los dominios de Belén Esteban, la princesa del pueblo.