martes, 26 de junio de 2012

GOLIFICACIONES FISCALES. LAS DESVENTURAS TRIBUTARIAS DEL PULPO PAUL




Nada me resulta más ingrato que oficiar de aguafiestas en un momento de euforia colectiva, cuando la escuadra invencible y vanguardia del ejército civilizado, es decir la selección española de fútbol, que representa a la nación, se enfrenta con éxito a sus socios europeos en una competición aún más agónica que la de la prima riesgo.

Y no me considero de esos individuos graves y solemnes que desprecian por principio cualquier diversión que interese a la población en general, intentando demostrar con sus reproches ilustrados su presunta superioridad sobre el vulgo. No soy de los que van de refinados ni de  cultos, despreciando el fútbol en beneficio de la ópera, el cine experimental o los documentales de la 2.

Confieso sin culpa que el fútbol, al menos en competiciones internacionales, me entretiene tanto o más que algunas óperas y bodrios cinematográficos –aunque si he de ser sincero, no tanto como los reportajes de esos curiosos primates, los bonobos, más propensos a la promiscuidad que a la competición–, lo que obedece sin duda a su poder de activar en mí alguna suerte de fervor patriótico que incorporé, por ósmosis ambiental, en mi más tierna infancia. El himno nacional, y no me avergüenza reconocerlo, me pone desde entonces la piel de gallina. Lo que lejos de volverme miope al valor de otros pueblos, como caracteriza al patrioterismo cutre, me hace respetar con más intensidad si cabe sus himnos, símbolos y  sentimientos nacionales.

Una vez confesada mi frívola condición, tengo que añadir que no solo no me ciega la pasión, sino que incrementa aún más mi indignación el comprobar la hipocresía de nuestros 22 soldados que, amparados en la vergonzosa ley que lo permite, prefirieron tributar en Sudáfrica antes que en España a fin de disminuir su aportación a las arcas públicas -desde el 43% al 21%-,  dejando de pagar al Estado y a los ciudadanos que representaban nada menos que 5.676.000 millones de euros. Con ellos se habría costeado la pensión mensual a 7000 jubilados y reducido los recortes en sanidad y educación de los depauperados aficionados que los vitoreaban hasta desgañitarse –dicen que hasta el pulpo Paul, que vaticinó su victoria,  murió debido a los recortes veterinarios. A fin de cuentas, debieron pensar para sí que  los hospitales, escuelas, carreteras y prestaciones públicas son cosas de  pobres.  Bastante tenían ellos con asumir los gastos del deportivo, el chalet, la pensión privada y los regalos a la cohorte de jóvenes busconas.

 Otro tanto puede decirse del resto de joyas patrias, como Arancha Sánchez Vicario, Nadal, Fernando Alonso, Gasol, etc., que han demostrado tanta habilidad para  eludir impuestos como para desarrollar sus respectivas actividades, manejando con pericia las diversas estratagemas tributarias: doble nacionalidad, fijación de residencia en paraíso fiscal o convenio de doble imposición, a fin de elegir la opción que les permita disminuir su contribución al estado de bienestar.

Es cierto que eso no los hace peores que la mayor parte de ciudadanos, agarrados a un ascua ardiendo con tal de eludir y minimizar sus deberes fiscales, pero tampoco mejores, y ahí está el eje de mi crítica. Cuando entre gritos y sollozos de cumplido patriotismo, y envueltos en la bandera española a la que acaban de vender por 22 puntos de porcentaje fiscal,  fueron recibidos en Madrid con idéntico honor a los generales de las legiones romanas, no pude reprimir un sentimiento de rechazo áspero y profundo por semejantes farsantes, al tiempo que una mezcla de compasión y desprecio por las masas devotas. Lo que desgraciadamente confirmaba mi sospecha también en lo deportivo: que estamos bajo el imperio de  elites corruptas, sean políticas, judiciales, periodísticas, deportivas o económicas, siendo estas penúltimas las que gozan de mayor favor popular.  Como en el juego del huevo que se canta a los niños para enseñarles los cinco dedos:  éste lo embaucó, éste lo condenó, éste le mintió, éste lo entretuvo y el pícaro gordo todo se lo comió.

Pero mi preocupación aumentó hasta la angustia al comprobar por un comentario difundido en el facebook hace unos días, que personas sensatas y de izquierdas defendían a sus ídolos deportivos hasta lo injustificable, abdicando de un mínimo de conciencia crítica, tanto en lo que respecta al tamaño de sus sueldos como a sus picardías fiscales. Fue entonces cuando comprendí algo terrible, que la pasión por el fútbol, convenientemente administrada en la sociedad del espectáculo, no solo es un poderoso narcótico para hacernos olvidar y aceptar nuestra condición de súbditos, sino que se ha convertido en un canto a la inmunidad tributaria de los vencedores, una escuela de valores -la riqueza y el éxito- para las nuevas generaciones y una fuente de legitimidad de las desigualdades sociales.

Para nada exagero. Hasta los progresistas consideran ahora, bajo la presión de su entusiasmo futbolístico, que el mercado es quien detenta legítimamente la autoridad para justificar las recompensas sociales, por lo que es justa la proporción entre el sueldo gris de un investigador que lucha contra la malaria y los ingresos astronómicos de quienes basan su excelencia en el manejo de un balón. Con igual tolerancia se despacha su tiqui-taca fiscal, argumentando que eso lo hacemos todos en la medida de nuestras posibilidades –como si la cuantía de lo no tributado y la ejemplaridad del autor no afectara a la gravedad de la acción. Una edificante lección para nuestros jóvenes por parte de sus ídolos deportivos en un país donde el fraude fiscal asciende a 70.000 millones de euros al año, cerca del 23% del PIB. Si tan irreprochable es su acción de sortear al fisco propongo  enviarlos de gira por la ESO dando charlas de justicia social en la asignatura de Educación en valores -la antigua Educación para la ciudadanía- lógicamente a cambio de importantes desgravaciones.

Y no es que el fútbol se haya politizado sino lo que es peor, la sociedad se ha futbolizado. Lo que significa que el viejo balompié antes que un deporte se ha convertido en una apología del capitalismo salvaje, que permite, por ejemplo, a las grandes superficies, como el Real Madrid o el F. Club Barcelona, adquirir para su plantilla a los mejores talentos del pequeño comercio, como el Albacete o el Villareal, violando el principio de igualdad de oportunidades. Por no hablar del retorno al feudalismo que propicia, facilitando a unos cuantos ricachones, como Gil, Florentino. Laporta, amén de jeques árabes y nuevos ricos rusos, investirse presidentes con cargo a su cartera,  santo y seña de su prestigio empresarial,  y combatir entre ellos por el reconocimiento cual modernos señores de la guerra. Mientras los siervos de la gleba, las mesnadas de súbditos serviles, la chusma de mitómanos, los ciudadanos de a pie, se entregan exaltados a esta farsa ritual  a cambio de recibir de sus señores una forma de pertenencia social que les libere de su desesperado desarraigo, practicando una devoción que antes solo los dioses merecían.

Nada tengo contra el fútbol como deporte, como nada tengo contra el ajedrez, el salto de pértiga o las tres en raya. Lo que me  preocupa es el auge de la cultura del espectáculo que nos embelesa y seduce para que permanezcamos pasivos ante la sodomía del entorno. Y como primicia de ese novedoso protocolo de conformismo social: el fútbol. No es casualidad que los recortes y malas noticias económicas se solapen a menudo con acontecimientos deportivos que les sirven de anestésico, como el algodón a la enfermera antes de clavarnos la aguja; o que los clubes gocen de escandalosos privilegios urbanísticos y  mantengan  deudas desorbitadas con el  Estado por la que se cerrarían pequeñas empresas o serían desahuciados los ciudadanos corrientes. En pleno declive de la política y la religión hasta los futuros difuntos piden ahora ser enterrados en el Santiago Bernabéu o en el Calderón, esperando tal vez lograr que la FIFA les consiga una prorroga eterna o el derecho a jugarse la salida del purgatorio en tandas de penaltis.

Tampoco en Polonia tributarán los bribones, ingresando intactos cada uno de ellos una prima de 300.000 euros libres de impuestos si logran la victoria. Eso sí, a buen seguro invertirán una pequeña parte de sus caudales en lavar  su imagen, invirtiendo en cualquier causa noble que sus asesores les aconsejen, la que produzca el máximo prestigio al mínimo coste. Por un módico precio de 50.000 euros en la lucha contra el cáncer, y convenientemente difundido su celo humanitario, contrarrestarán sin problemas la insignificante mella en su imagen que ocasionan artículos de nula tirada como el presente.

 Ojalá y un gol de Iniesta nos permita ganar la Eurocopa a Alemania. Yo seré el primero en celebrarlo en medio de cervezas y atiborrado de palomitas, aunque la represalia de los germanos nos cueste al día siguiente subir algunos puntos del IVA. El teatro también nos hace gozar y es mentira; con actores falsos se pueden experimentar emociones auténticas. Basta con la precaución de evitar al día siguiente que una panda de onerosos mercenarios nos haga perder la lucidez y el autorrespeto. Propongo como conclusión a la Real Academia de la lengua modificar la actual definición de español en el diccionario, poniendo en su lugar la siguiente entrada: español: dícese única y exclusivamente del que tributa en España.