jueves, 25 de octubre de 2012

La peligrosa distracción del independentismo


El órdago soberanista planteado por el Presidente de la Generalitat, Artur Mas, con el apoyo de buena parte de la sociedad catalana, al gobierno español, ha añadido una enorme dosis de inquietud a un panorama ya suficientemente sombrío por el efecto de los recortes. Sin entrar a valorar la  legitimidad de la pretensión independentista ni su viabilidad –me considero defensor de un modelo de federalismo solidario–, no puedo sino censurar su lamentable inoportunidad.

1.- Distrae la atención del verdadero conflicto que la crisis plantea, que no es el del autogobierno nacional sino el del autogobierno social, es decir, el de si el Estado  ha de servir al interés de los ciudadanos o al de los mercados, y no el de cuántos Estados sería justo constituir. La primera cuestión es políticamente más esencial que la segunda y creo ser honesto al afirmar que preferiría ser un ciudadano con derechos y protecciones  plenas en un estado extranjero que desempleado y súbdito en el propio.

2.- La urgencia de las reivindicaciones soberanistas solo podría estar justificada cuando la parte presuntamente ocupada estuviera en grave inferioridad de derechos, libertades y prosperidad respecto a la parte ocupante. Si tenemos en cuenta que la renta per capita en Cataluña en el 2011 fue de 27,300 euros frente a la media nacional cifrada en 23,271, y a los 16.149 de Extremadura, surge la sospecha de que la verdadera motivación de la urgencia no sea la romántica sublevación de la colonia contra la metrópoli,  sino el desnudo interés económico: el deseo de la parte rica de reducir su contribución a la parte pobre. 


3.- El debate identitario hace que el conflicto vertical entre élites financieras y ciudadanos oprimidos se soslaye en beneficio del choque horizontal entre catalanes pobres y españoles pobres, que la indignación por las injusticias sociales se sublime en odio patriótico, que la transformación social se sustituya por la confrontación nacional, que la lucha contra el desmantelamiento del estado de bienestar se convierte en agria disputa entre las víctimas de dicho desmantelamiento.

4.- La rivalidad nacionalista, lejos de debilitar a los gobiernos conservadores que la provocan, tanto de España como de Cataluña, responsables de los recortes y rehenes de los mercados, les dará cohesión y legitimidad. Dada la visceralidad  que involucra este tipo de conflictos, todos, ciudadanos de izquierdas y derechas, cerraremos previsiblemente filas en torno a nuestros respectivos comandantes en jefe, sea Rajoy o Artur Mas. Nuestra procedencia será más importante que nuestra condición. De este modo los efectos devastadores de las políticas neoliberales dejarán de ocasionar el merecido desgaste a sus gestores -esa ha sido precisamente la astuta estrategia de Artur Mas.  

5.- El conflicto nacionalista, por su propia naturaleza no puede ser dirimido por medio de un referéndum de autodeterminación, ya que tendría que ser deslindado previamente cuál es el ámbito en el que éste debe realizarse, Cataluña o España. ¿Corresponde el título de pueblo soberano al territorio que reclama la secesión o al que se considera con potestad para otorgarla? Dilema irresoluble en términos estrictamente democráticos -la democracia confiere legitimidad a la mayoría de las respuestas, pero no establece quién, el todo o la parte que quiere ser el todo, tiene legítimamente derecho a la pregunta-, por lo que corre el riesgo de desembocar en un estallido de violencia. 

     6.- Es ingenuo pensar, y éste es tan solo un argumento pragmático, que el nacionalismo español cederá pacíficamente, en términos económicos o policiales, a una declaración unilateral de independencia por parte del nacionalismo catalán. No olvidemos que lo que define a un estado en último término, como indicó Max Weber, es el monopolio de la fuerza; que será probablemente utilizada con firme convicción, si llega el caso, al amparo de la constitución de 1978, provocando una herida que costará décadas restañar. Y Artur Mas lo sabe, o debería saberlo. Lo que lo convierte en un necio o un irresponsable o ambas cosas a la vez.
   

jueves, 18 de octubre de 2012

Idiocracia, Rajoy y la mayoría silenciosa




A pesar del revuelo que en los ámbitos de la izquierda más comprometida produjeron las palabras de Rajoy, ensalzando a la mayoría silenciosa tras el 25 S, será mi intención defender en este artículo, sin que sirva de precedente, la incuestionable verdad que contenía la intervención del Presidente del gobierno.

Primera premisa: Se están efectuando severos recortes en pilares básicos del estado de bienestar, como la sanidad y la educación, cuyo impacto se deja sentir, bien que de manera desigual, sobre el conjunto de la ciudadanía, aproximándose el número de parados a los seis millones, al tiempo que las condiciones de quienes trabajan han empeorado ostensiblemente como consecuencia de la reforma laboral.

Segunda premisa: La magnitud del fraude fiscal en España, según el Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda, asciende a 90.000 millones de euros anuales,  de los que el 72% corresponde a grandes empresas y  patrimonios. Si dicho fraude se hubiera reducido tan solo a la mitad, los anteriores recortes  no hubieran sido necesarios. De donde se desprende matemáticamente que el interés lucrativo del 1% de la población tiene prioridad, para los sucesivos gobiernos, sobre las necesidades básicas del 99% restante.

 Respuesta del pueblo soberano: Votar por mayoría absoluta a un partido de ideología neoliberal -receloso de lo público y defensor a ultranza de un mercado descontrolado. Las huelgas convocadas para oponerse después a sus lesivas disposiciones apenas han sido secundadas por un 50%, y las manifestaciones rara vez han logrado superar el millón de participantes. Si la parálisis hubiera afectado al 80% del aparato productivo o tan solo cinco millones de personas –de los cuarenta y siete censados– hubieran salido a la calle en una sola ocasión, el gobierno se habría visto obligado probablemente a modificar su programa de reformas.

Conclusión: La culpa del progresivo desmantelamiento del estado de bienestar no la tienen los banqueros, que velan celosamente por sus intereses; ni los políticos, que administran los intereses de aquéllos; ni los antidisturbios, que amoratan las costillas de los manifestantes; ni la ley electoral, promulgada para impedir una alternativa al bipartidismo; ni los sindicatos, instituidos para garantizar una relativa desigualdad a cambio de una relativa seguridad.
No, la culpa es del PUEBLO que lo refrenda y consiente, de esa mayoría silenciosa de la que habla Rajoy, que prefiere quedarse en casa antes que salir a defender sus mermados derechos,  que se abstiene de hacer huelga antes que perder el salario de un día,  que se culpa a sí misma de la crisis antes que a la usura de los especuladores financieros, que se solaza con programas de cotilleo antes que informarse de forma veraz, que se guía por los sermones de la conferencia episcopal antes que por los dictados de su propia conciencia, que sostiene con fervor los mecanismos que la oprimen antes que reivindicar su amenazada libertad, que sigue dócilmente las consignas de charlatanes mediáticos antes que atreverse a pensar por sí misma, que apuesta cobardemente a lo malo conocido antes que a lo bueno por conocer. 
Mas la responsabilidad de tan generalizada minoría de edad no es una incapacidad congénita de nuestro intelecto, como reconociera Kant hace ya más de dos siglos, sino la pereza culpable por la que decidimos renunciar a nuestra autonomía personal y al honrado esfuerzo de defender y conquistar nuestra dignidad cada día.
 Despertemos de una vez de los mitos, empezando por aquél según el cual nuestro régimen de gobierno es una democracia, un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. En el estado español, y tal vez en todos los estados conocidos, el número de los súbditos supera con creces al de los ciudadanos. El sufragio universal, que legitima numéricamente nuestra dominación, habría sido abolido a la fuerza hace años si existiera el mínimo riesgo de que los ciudadanos pudiéramos llegar a ser mayoría.
Llamemos pues a las cosas por su nombre y disminuirá el nivel de nuestra frustración. Vivimos en una plutocracia, un gobierno de los ricos, por los ricos y para los ricos, cuyo reverso y colaborador necesario es una idiocracia, un gobierno de los necios, de los esquiroles, de los serviles, de los cobardes, de los perezosos, de los idiotas. ¿Sería eso lo que quería decir Rajoy al referirse a la mayoría silenciosa?