Albergo en secreto un proyecto editorial de largo alcance, hace tiempo que tengo la certeza de que un best seller, aún por escribir, me provoca con sus guiños desde el futuro inmediato. Me refiero a la elaboración de un Diccionario de excusas, donde todos los pecados humanos, sin atención a su gravedad o reincidencia, tuvieran su momento de impunidad, alcanzaran feliz absolución.
Esta guía de autojustificación eficaz debería ser tan manejable que pudiera llevarse en el bolsillo, dispuesta siempre a ser consultada en función de la fechoría que pretendiéramos cometer: engañar a nuestra pareja, defraudar al fisco, robar en un supermercado, desposeer de su parte de herencia a nuestros hermanos, ahorrarnos la seguridad social, incumplir la palabra dada, etc. -al final de este relato ilustraré con algunos ejemplos prácticos tan edificante iniciativa-. Serían tan rigurosos, variados y contundentes los argumentos para infringir la moralidad que no habría conciencia capaz de resistirse.
Las entradas se sucederían en orden alfabético para no ofender ni menospreciar ninguna de las infamias. Y todos los saberes, desde el derecho a la poesía, desde la religión a la política, desde la antropología cultural al psicoanálisis participarían del ritual exculpatorio.
Confío en que no se me juzgue cínico por mi proyecto, si no hago yo el trabajo otro lo hará. A fin de cuentas extraer a las acciones inicuas su aguijón de culpa es un oficio con lista de espera, y yo no soy el guardián de la moralidad pública sino un escritor compasivo, o si se quiere un humilde emprendedor que ha encontrado su propio yacimiento de empleo.
En una economía libre tengo derecho a disputar a las grandes corporaciones del pretexto: universidades, iglesias, partidos y Estados, la oportunidad de lucrarme yo también del viejo negocio de legitimar el crimen. A nadie se le escapa que en un momento de creciente desigualdad social, aliviar conciencias –un servicio de lujo exclusivo para personas de alto estanding– es un mercado con futuro.
Esta guía de autojustificación eficaz debería ser tan manejable que pudiera llevarse en el bolsillo, dispuesta siempre a ser consultada en función de la fechoría que pretendiéramos cometer: engañar a nuestra pareja, defraudar al fisco, robar en un supermercado, desposeer de su parte de herencia a nuestros hermanos, ahorrarnos la seguridad social, incumplir la palabra dada, etc. -al final de este relato ilustraré con algunos ejemplos prácticos tan edificante iniciativa-. Serían tan rigurosos, variados y contundentes los argumentos para infringir la moralidad que no habría conciencia capaz de resistirse.
Las entradas se sucederían en orden alfabético para no ofender ni menospreciar ninguna de las infamias. Y todos los saberes, desde el derecho a la poesía, desde la religión a la política, desde la antropología cultural al psicoanálisis participarían del ritual exculpatorio.
Confío en que no se me juzgue cínico por mi proyecto, si no hago yo el trabajo otro lo hará. A fin de cuentas extraer a las acciones inicuas su aguijón de culpa es un oficio con lista de espera, y yo no soy el guardián de la moralidad pública sino un escritor compasivo, o si se quiere un humilde emprendedor que ha encontrado su propio yacimiento de empleo.
En una economía libre tengo derecho a disputar a las grandes corporaciones del pretexto: universidades, iglesias, partidos y Estados, la oportunidad de lucrarme yo también del viejo negocio de legitimar el crimen. A nadie se le escapa que en un momento de creciente desigualdad social, aliviar conciencias –un servicio de lujo exclusivo para personas de alto estanding– es un mercado con futuro.
Adulterio: Puede definirse la pareja a partir de la prestigiosa teoría de juegos como una relación entre dos personas, que consta de cuatro combinaciones: si engañas y no te engañan, ganas uno a cero; si te engañan y no engañas, pierdes uno a cero; si engañas y te engañan, empatas; y si no engañas ni te engañan, empatas igualmente.
Defraudadador: Si te niegas a contribuir a los gastos de tu comunidad sin que sea tu intención prescindir por ello de los derechos y prestaciones que te ofrece, debes de tener en cuenta que la mayoría de ciudadanos harán probablemente lo mismo que tú, por lo que pagar impuestos te situaría en la incómoda posición de ser considerado el más pardillo del lugar.
Di más bien con voz fuerte y tono indignado: ¡Yo estoy dispuesto a pagar lo que haga falta, incluso más –alarga el farol cuanto quieras que la excusa tiene buenos riñones–, si todos hicieran lo mismo! Y si le quieres dar un matiz progresista y proletario, porque intuyes que tu auditorio es de izquierdas, prueba con esta variante: ¡Cuando paguen los que más tienen, las grandes fortunas y las sicav, entonces me haré cargo yo de mis impuestos!, ¡ya está bien de que seamos siempre los pobres y las clases medias los que sostengamos el Estado!
Esquirol: Si quieres ahorrarte un día de sueldo sin arriesgar el empleo ni renunciar a los beneficios que puedan derivarse del paro general, siempre podrás argumentar que tú para un día de huelga no te pones ¡o indefinida o nada!, así, en vez de un esquirol te sentirás superior a esos tibios compañeros tuyos, cuya resistencia se agota en tan solo veinticuatro horas.
Fracaso: Si decides convertirte en un escritor de éxito y pasan los días sin que nadie te compre un libro –ante la imposibilidad de utilizar, claro está, el socorrido “me tienen envidia”, porque para envidiar algo hay que considerarlo previamente como bueno y a ti ni siquiera te han dado esa oportunidad–, has de pensar que esta sociedad y este momento histórico no son los tuyos. Tú, como los profetas del antiguo testamento, pagarás tu providente superioridad con la incomprensión de tus contemporáneos, ser intempestivo será el precio a tu grandeza.
Injusticia: Si no quieres que las circunstancias económicas, políticas o de género se modifiquen, porque sencillamente algo en ellas te conviene, procura entender y hacer ver a la víctima que la causa de su opresión es, al fin y a la postre, inevitable, que pertenece al orden natural de las cosas. Convierte con habilidad tus privilegios en derechos, tus triunfos despiadados en méritos; el tiempo y la costumbre juegan a tu favor.
Y si finalmente necesitas una excusa a tu medida, ten la certeza de que contarás con mi asesoramiento personalizado. Yo por ejemplo, que suelo ser buen chico, respetuoso de las leyes y atento a las necesidades del prójimo, me doy permiso a veces con sofisticados subterfugios para violar pequeñas normas: anticiparme al pedazo más sabroso del caldero, cambiar un libro de lugar para despistar a su dueño o dirigir a un viandante en la dirección equivocada.
He de dejar claro para quienes no me conocen, que lo aquí escrito es tan solo una amarga ironía de nuestro tiempo, una caricatura de la prostitución diaria a que es sometida la razón a cargo de los poderosos, y no pocas veces de los dominados. Por fortuna sigo creyendo en la inocencia y desprecio a todos aquellos que se esconden bajo excusas. Feliciano
ResponderEliminarObviamente es un ejercicio de ironía fina. Sin embargo no puedo dejar de comentar que todos estos... ¿vicios?, ¿pecados?, ¿conductas?, no se bien cuál será la definición precisa, se han cometido desde el inicio de la historia de la humanidad, lo único distinto es que ahora se les da publicidad, ¡siiiii!, hasta nuestros días han llegado las historias de Reyes, Reinas, Gobernantes, líderes -lógicamente del pueblo anónimo nadie escribe- y en el contexto de sus vidas se han conducido de igual manera que ahora se conduce la humanidad, los mismos apetitos, las mismas ambiciones, incluso, las mismas oposiciones a esas conductas, y sin embargo...¡Aquí estamos!. Saludines
ResponderEliminarMaki
Nada que objetarte Maki. Las excusas son tan viejas como las injusticias a las que pretenden justificar, se pierden en la noche de los tiempos. Pero he insistido más en las excusas utilizadas en nuestro tiempo dado que cada tiempo produce sus propias mentiras. Ojalá que la ironía del escrito, que radica en dirigirme al cinismo en sus propios términos, y no desde el papel habitual y exterior de moralista, sirva para que quienes sufren el peso de los pretextos adquieran una posición menos condescendiente y confiada.
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