A pesar del revuelo que en los ámbitos de la izquierda más comprometida produjeron las palabras de Rajoy, ensalzando a la mayoría silenciosa tras el 25 S, será mi intención defender en este artículo, sin que sirva de precedente, la incuestionable verdad que contenía la intervención del Presidente del gobierno.
Primera premisa: Se están efectuando severos recortes en pilares básicos del estado de bienestar, como la sanidad y la educación, cuyo impacto se deja sentir, bien que de manera desigual, sobre el conjunto de la ciudadanía, aproximándose el número de parados a los seis millones, al tiempo que las condiciones de quienes trabajan han empeorado ostensiblemente como consecuencia de la reforma laboral.
Segunda premisa: La magnitud del fraude fiscal en España, según el Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda, asciende a 90.000 millones de euros anuales, de los que el 72% corresponde a grandes empresas y patrimonios. Si dicho fraude se hubiera reducido tan solo a la mitad, los anteriores recortes no hubieran sido necesarios. De donde se desprende matemáticamente que el interés lucrativo del 1% de la población tiene prioridad, para los sucesivos gobiernos, sobre las necesidades básicas del 99% restante.
Respuesta del pueblo soberano: Votar por mayoría absoluta a un partido de ideología neoliberal -receloso de lo público y defensor a ultranza de un mercado descontrolado. Las huelgas convocadas para oponerse después a sus lesivas disposiciones apenas han sido secundadas por un 50%, y las manifestaciones rara vez han logrado superar el millón de participantes. Si la parálisis hubiera afectado al 80% del aparato productivo o tan solo cinco millones de personas –de los cuarenta y siete censados– hubieran salido a la calle en una sola ocasión, el gobierno se habría visto obligado probablemente a modificar su programa de reformas.
Conclusión: La culpa del progresivo desmantelamiento del estado de bienestar no la tienen los banqueros, que velan celosamente por sus intereses; ni los políticos, que administran los intereses de aquéllos; ni los antidisturbios, que amoratan las costillas de los manifestantes; ni la ley electoral, promulgada para impedir una alternativa al bipartidismo; ni los sindicatos, instituidos para garantizar una relativa desigualdad a cambio de una relativa seguridad.
No, la culpa es del PUEBLO que lo refrenda y consiente, de esa mayoría silenciosa de la que habla Rajoy, que prefiere quedarse en casa antes que salir a defender sus mermados derechos, que se abstiene de hacer huelga antes que perder el salario de un día, que se culpa a sí misma de la crisis antes que a la usura de los especuladores financieros, que se solaza con programas de cotilleo antes que informarse de forma veraz, que se guía por los sermones de la conferencia episcopal antes que por los dictados de su propia conciencia, que sostiene con fervor los mecanismos que la oprimen antes que reivindicar su amenazada libertad, que sigue dócilmente las consignas de charlatanes mediáticos antes que atreverse a pensar por sí misma, que apuesta cobardemente a lo malo conocido antes que a lo bueno por conocer.
Mas la responsabilidad de tan generalizada minoría de edad no es una incapacidad congénita de nuestro intelecto, como reconociera Kant hace ya más de dos siglos, sino la pereza culpable por la que decidimos renunciar a nuestra autonomía personal y al honrado esfuerzo de defender y conquistar nuestra dignidad cada día.
Despertemos de una vez de los mitos, empezando por aquél según el cual nuestro régimen de gobierno es una democracia, un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. En el estado español, y tal vez en todos los estados conocidos, el número de los súbditos supera con creces al de los ciudadanos. El sufragio universal, que legitima numéricamente nuestra dominación, habría sido abolido a la fuerza hace años si existiera el mínimo riesgo de que los ciudadanos pudiéramos llegar a ser mayoría.
Llamemos pues a las cosas por su nombre y disminuirá el nivel de nuestra frustración. Vivimos en una plutocracia, un gobierno de los ricos, por los ricos y para los ricos, cuyo reverso y colaborador necesario es una idiocracia, un gobierno de los necios, de los esquiroles, de los serviles, de los cobardes, de los perezosos, de los idiotas. ¿Sería eso lo que quería decir Rajoy al referirse a la mayoría silenciosa?
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