El órdago soberanista planteado por
el Presidente de la Generalitat ,
Artur Mas, con el apoyo de buena parte de la sociedad catalana, al gobierno
español, ha añadido una enorme dosis de inquietud a un panorama ya
suficientemente sombrío por el efecto de los recortes. Sin entrar a valorar la legitimidad de la pretensión independentista ni su
viabilidad –me considero defensor de un modelo de federalismo solidario–, no
puedo sino censurar su lamentable inoportunidad.
1.- Distrae la atención del verdadero
conflicto que la crisis plantea, que no es el del autogobierno nacional sino el
del autogobierno social, es decir, el de si el Estado ha de servir al interés de los ciudadanos o al
de los mercados, y no el de cuántos Estados sería justo constituir. La primera
cuestión es políticamente más esencial que la segunda y
creo ser honesto al afirmar que preferiría ser un ciudadano con derechos y
protecciones plenas en un estado
extranjero que desempleado y súbdito en el propio.
2.- La urgencia de las
reivindicaciones soberanistas solo podría estar justificada cuando la parte presuntamente
ocupada estuviera en grave inferioridad de derechos, libertades y prosperidad respecto
a la parte ocupante. Si tenemos en cuenta que la renta per capita en Cataluña en el 2011 fue de 27,300 euros frente a la media nacional cifrada en 23,271, y a los 16.149 de Extremadura, surge la sospecha de que la verdadera motivación de la urgencia no sea la romántica sublevación de
la colonia contra la metrópoli, sino el
desnudo interés económico: el deseo de la parte rica de reducir su contribución
a la parte pobre.
3.- El debate
identitario hace que el conflicto vertical entre élites financieras
y ciudadanos oprimidos se soslaye en beneficio del choque horizontal entre
catalanes pobres y españoles pobres, que la indignación por las injusticias
sociales se sublime en odio patriótico, que la transformación social se
sustituya por la confrontación nacional, que la lucha contra el
desmantelamiento del estado de bienestar se convierte en agria disputa entre
las víctimas de dicho desmantelamiento.
4.- La rivalidad nacionalista, lejos
de debilitar a los gobiernos conservadores que la provocan, tanto de España como
de Cataluña, responsables de los recortes y rehenes de los mercados, les dará cohesión
y legitimidad. Dada la visceralidad que involucra
este tipo de conflictos, todos, ciudadanos de izquierdas y derechas, cerraremos previsiblemente filas en torno a nuestros respectivos comandantes en jefe, sea Rajoy
o Artur Mas. Nuestra procedencia será más importante que nuestra condición. De
este modo los efectos devastadores de las políticas neoliberales dejarán de
ocasionar el merecido desgaste a sus gestores -esa ha sido precisamente la astuta estrategia de Artur Mas.
5.- El conflicto nacionalista, por su
propia naturaleza no puede ser dirimido por medio de un referéndum de
autodeterminación, ya que tendría que ser deslindado previamente cuál es el ámbito
en el que éste debe realizarse, Cataluña o España. ¿Corresponde el título de pueblo soberano al
territorio que reclama la secesión o al que se considera con potestad para otorgarla?
Dilema irresoluble en términos estrictamente democráticos -la democracia confiere legitimidad a la mayoría de las respuestas, pero no establece quién, el todo o la parte que quiere ser el todo, tiene legítimamente derecho a la pregunta-, por lo que corre el riesgo de desembocar en un estallido de
violencia.
6.- Es ingenuo pensar, y éste es tan solo un argumento pragmático, que el nacionalismo español cederá pacíficamente, en términos económicos o policiales, a una declaración unilateral de independencia por parte del nacionalismo catalán. No olvidemos que lo que define a un estado en último término, como indicó Max Weber, es el monopolio de la fuerza; que será probablemente utilizada con firme convicción, si llega el caso, al amparo de la constitución de 1978, provocando una herida que costará décadas restañar. Y Artur Mas lo sabe, o debería saberlo. Lo que lo convierte en un necio o un irresponsable o ambas cosas a la vez.
6.- Es ingenuo pensar, y éste es tan solo un argumento pragmático, que el nacionalismo español cederá pacíficamente, en términos económicos o policiales, a una declaración unilateral de independencia por parte del nacionalismo catalán. No olvidemos que lo que define a un estado en último término, como indicó Max Weber, es el monopolio de la fuerza; que será probablemente utilizada con firme convicción, si llega el caso, al amparo de la constitución de 1978, provocando una herida que costará décadas restañar. Y Artur Mas lo sabe, o debería saberlo. Lo que lo convierte en un necio o un irresponsable o ambas cosas a la vez.
Independencia, si o no, con muchos matices.
ResponderEliminarYo desde un pueblo de l'Alcalatén, desearía la soberanía de Catalunya, principalmente por el tema lingüístico. No quiero que mi lengua sea despreciada, vilipendiada y arrinconada y nada fomentada por el "gobierno de España".
Desde el punto de vista social, tanto monta; monta tanto Artur como Rajoy y Rubalcaba.
Lo que aquí subyace es la tónica que en estos últimos tiempos se ha convertido, lamentablemente, en algo habitual. A saber: dinero, poder, más dinero, más poder... y una total y absoluta INSOLIDARIDAD.
ResponderEliminarRaquel.