Los antecedentes familiares de este tipo de enfermos suelen ser un padre violento y hostil, que se las da de muy macho, con tendencias conservadoras, para quien la mujer es tan solo un objeto sexual. Se trata de varones cuya autoestima se funda en su capacidad para penetrar al mayor número de hembras y dar hostias como panes. La madre suele ser débil, sumisa y habitualmente maltratada en su condición de mujer.
Dada la peligrosidad de estos sujetos deberían ser expulsados, hasta su completa rehabilitación, de toda actividad científica respetable, a la que utilizan para tratar de justificar sus prejuicios irracionales, ilegalizando asimismo cualquier asociación, partido o religión que no reniegue expresamente de dichos prejuicios tan nocivos para la salud propia y ajena.
Es precisamente el acoso y discriminación que los homófobos ejercen contra los homosexuales el que genera un entorno socialmente hostil, que acaba precipitando a algunos de éstos en graves trastornos emocionales al introyectar contra sí mismos el venenoso odio destilado. Pero el cinismo de estos psicópatas puede llegar tan lejos que, como en el caso del experto que llevó el PP al Congreso, D. Aquilino Polaino, en vez de reconocer su culpabilidad y pedir perdón por los daños picológicos infligidos a gays y lesbianas, –tales como depresión, ansiedad crónica o suicidio–, pretenden después liberarlos de la homosexualidad con sus nauseabundas machoterapias. Es como si los miembros del ku kus klan fueran llamados como expertos dermatólogos al Congreso y, tras juzgar el color negro como una enfermedad de la piel, pretendieran remediarla con terapias blanqueadoras.
Es una obligación ética y jurídica prohibir, por motivos de salud pública, a tan peligrosos enfermos mentales el contacto continuado con menores, tanto en la familia como en la escuela, para evitar que los traumaticen con su enfermiza y castradora forma de ver el mundo.
La causa última de su enfermedad radica, sin embargo, en el odio a la mujer, que les incapacita para aceptar su parte femenina. Prueba y ejemplo de esta motivación, oculta a su conciencia, es el curioso comportamiento que exhibe este tipo de enfermos en aquellas agrupaciones donde dan rienda suelta a su homofobia: las iglesias. Es sintomático que en todas ellas impidan a la mujer el ejercicio del sacerdocio en igualdad con el hombre (lo que delata su odio a la mujer), mientras los fieles asisten a sesiones litúrgicas donde unos cuantos varones se travisten con pomposas y coquetas vestiduras, liberando con este ritual su parte femenina reprimida.
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