La siesta, de Felice Casorati es una declaración de
tregua con el mundo, el momento en que la mujer se diluye, serena, en el
paisaje. El punteado difuso de los colores y su intensidad cromática provoca
esa sensación de indistinción entre la muchacha que duerme y el frenesí floral. Una exuberancia de verdes, de lilas salpicada, la recoge con amorosa dulzura, mientras los perfiles de las cosas se licuan como los tonos de un tapiz en el que no hubiera más que
primavera.
Racimos
violetas velan el sueño de la joven cual celosos guardianes, combados, también
ellos, como el cuerpo, por la acolchada atracción de la hierba. La posición
fetal de la figura, hendida a la altura de los pies por densos atolones de
flores, irradia entrega confiada, incontenible candor. En silenciosa quietud la mujer se rinde plácida al instante, sin oponer resistencia.
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