El conflicto surgido en el seno del movimiento 15 M sobre la oportunidad o no de articularlo institucionalmente, o dentro de la federación andaluza de I.U. entre el alcalde de Marinaleda, J. M. Sánchez Gordillo, y su coordinador Diego Valderas, en torno a los acuerdos alcanzados con el partido socialista para gobernar la autonomía, vuelve urgente una reflexión sobre un tema en el que los politólogos han pasado, hasta la fecha, de puntillas.
Y es que uno de los dilemas que siempre surgirá en una organización que aspira a mejorar el mundo es el que se produce entre pragmáticos e idealistas. Y eso, aun admitiendo que ambas posiciones respeten los mismos principios como punto de partida y llegada de su proyecto político. No habrá modo de eludir una permanente disputa en cuanto al grado, la forma, la rapidez y las alianzas necesarias para su aplicación en el presente.
Y es que uno de los dilemas que siempre surgirá en una organización que aspira a mejorar el mundo es el que se produce entre pragmáticos e idealistas. Y eso, aun admitiendo que ambas posiciones respeten los mismos principios como punto de partida y llegada de su proyecto político. No habrá modo de eludir una permanente disputa en cuanto al grado, la forma, la rapidez y las alianzas necesarias para su aplicación en el presente.
La cooperativa integral, como
maqueta de la sociedad perfecta, no estará exenta de reflejar dicha polaridad
entre radicales y moderados. Nombrarla es por tanto una forma de exorcizar sus peligros.
Por poner solo un ejemplo de lo que digo, el hecho de tratarse de una empresa
que actúa dentro de un espacio de relaciones mercantiles condicionará en cierto
modo su funcionamiento, del mismo modo que ser un dispositivo de trasformación social, con vistas a fines ética y políticamente superiores, ha de
hacerla inconmensurable con las relaciones capitalistas.
El litigio entre puristas y
pragmáticos sucederá aun cuando los contrincantes compartan de buena fe idénticos
ideales. Es precisamente sobre el fondo de ese consenso como resalta con mayor
nitidez la predisposición de toda organización altruista a graduar su posición
en más o menos, dejando entrever la polaridad inherente
a la conquista del ideal. Porque si el ideal es simple su realización es necesariamente compleja, dual, taoísta; no es concebible el yin sin el yang, la noche sin el día, lo eficiente sin lo justo, Sancho sin Quijote.
¿Rentabilidad o utopía? ¿Cuál debe
ser la apuesta de la cooperativa integral? Sin rentabilidad no es viable, sin
utopía no tiene sentido. La búsqueda obsesiva de la primera es propia de
mentalidades instrumentales, con escasa sensibilidad a los valores; la búsqueda
obsesiva de la segunda es propia de almas bellas –en sentido despectivo–, que
renuncian a actuar para no mancillarse con la suciedad del mundo. Huelga
decir que en mi opinión el verdadero activista ha de buscar el equilibrio entre ambos polos,
confiriendo legitimidad a la contraparte y presuponiendo buena fe a quienes se
inclinan por una opción diferente a la suya.
El proyecto puede fracasar por falta
de audacia moral o por falta de realismo. Si no se mantiene la unidad en medio
de la divergencia, la cooperativa se escindirá una y otra vez entre ortodoxos y
herejes, como ha ocurrido siempre que
una agrupación humana se propuso actuar por ideales. Unos se
considerarán a sí mismos los puros, cayendo en la tentación de juzgar a sus
oponentes como mediocres, pedestres y tibios. Los otros se adjetivarán de
prudentes, y acusarán a los otros de fanáticos, utópicos e insensatos.
La historia del movimiento obrero es
la historia de esta mal resuelta polaridad, de la impotencia humana para
mantenerse en el filo sin decantarse hacia uno u otro lado de forma excluyente.
Los anarquistas han imputado tradicionalmente a los comunistas que su estrategia
de tomar el poder para cambiar el mundo los convertía justamente en rehenes de las instituciones que pretendían ocupar, trocándolos en deterministas,
burócratas y autoritarios, mientras que los comunistas acusaban a los
anarquistas de voluntaristas y utópicos, por querer cambiar el
mundo sin tomar el poder, es decir, sin disponer previamente de los resortes
institucionales para hacerlo.
Idéntico debate se ha producido entre
comunistas y socialdemócratas, entre corrientes y sensibilidades dentro de cada
uno de estos grupos e, incluso, en el seno de cada militante, adquiriendo en
ocasiones una ferocidad aún más salvaje que la destilada frente al enemigo
común. Mantener viva la polaridad, la tensión entre realismo e idealismo, sin
acabar en ruptura ni homogeneidad, remontarse a lo mejor sin perder el horizonte de lo posible,
combatir las facciones sin ignorar las pasiones, es el mayor reto a que se
enfrentan los nuevos movimientos sociales.
Tal vez se me pueda reprochar un
excesivo carácter conciliador, lo que me hace fácilmente reo a la crítica
de ambas posiciones en su versión
extrema, las cuales, ignorando la complejidad de lo real se atienen a la lógica
simplista y excluyente del dictamen: quien no está conmigo está contra mí. Estoy
convencido de que vivir la utopía no consiste en disfrutar colectivamente de un
estado de humana perfección, que nos investiría de un podium de pureza desde el
que juzgar y avasallar a nuestros compañeros de viaje. Antes bien, el estado de
utopía se alcanza con la voluntad consciente de ser cada día menos imperfectos.
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