Ocurrió mientras tomaba unas copas a
altas horas de la madrugada. Había en el local una mujer bellísima de ojos negros,
penetrantes, apenas inocentes, en los
que se advertía un instinto de juego poco común, una innata capacidad para el goce.
Ademanes delicadamente femeninos que la convertían en una mujer de esas cuya
cercanía se anticipa con más miedo aún que deseo. Pero estaba junto a otro, era
de otro.
La fantasía de que ella pudiera
entregarse a él -ya fuera en calidad de novio, marido, amante o ligue- de que quizás horas más tarde consintiera abandonarse al deseo voraz de aquel intruso, ofrecerse desnuda a sus manos ansiosas, obteniendo en ello un placer intenso y a la vez ajeno a mi persona, me golpeó con tal violencia, que sentí cómo un dolor amargo y áspero me zahería
de pronto el costado, una envidia inmisericorde mordisqueaba mi alma en
carne viva.
Comprendí hasta qué punto es
intolerable que alguna mujer bella pueda no ser mía, la dulzura contenida en el sueño islámico de ser
el único jeque de un inmenso harén en el que todas las formas de sensualidad femenina estuvieran a mi alcance, y donde las más hermosas hembras de la especie se entregaran a mí sin yo
pedírselo, por un impulso irrefrenable hacia lo que yo soy y represento.
Necesitaba escapar del local a toda prisa, las
copas se me habían revuelto en el estómago al comprobar que era sexual y
afectivamente prescindible para la práctica totalidad del género femenino, cuyas atractivas componentes se mostraban capaces de gozar -aunque parezca increíble- sin que yo fuera la causa directa de ese gozo, como si no existiera.
Hasta que acudió en mi ayuda un ángel, sí, un invisible ángel azul venido desde el fondo más vital de mi inconsciente, que me susurró al oído una alternativa que no había considerado hasta la fecha: la posibilidad de que ellas, esos seres mágicos que codiciaba hasta la amargura, no lograran entregarse a otro de forma auténtica y cabal, de que en algún momento del encuentro amoroso se darían cuenta de que una falta sutil impedía la plenitud anhelada, de que aquello tan solo formaba parte de un camino, de una búsqueda cuyo objetivo y centro último era yo.
Feliz año 2013
Hasta que acudió en mi ayuda un ángel, sí, un invisible ángel azul venido desde el fondo más vital de mi inconsciente, que me susurró al oído una alternativa que no había considerado hasta la fecha: la posibilidad de que ellas, esos seres mágicos que codiciaba hasta la amargura, no lograran entregarse a otro de forma auténtica y cabal, de que en algún momento del encuentro amoroso se darían cuenta de que una falta sutil impedía la plenitud anhelada, de que aquello tan solo formaba parte de un camino, de una búsqueda cuyo objetivo y centro último era yo.
"De ilusión también se vive"
Feliz año 2013
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