El pueblo ha vencido el último
pulso entre el 1% y el 99% de la población.
Admitir a trámite la iniciativa legislativa popular contra los desahucios es un
éxito histórico de las clases populares, y esto aunque fuera finalmente
rechazada, ya que por vez primera la mayoría consciente ha logrado atravesar las
puertas del parlamento, sede de su soberanía usurpada por el 1%.
La ineficaz e injusta gestión de la
crisis, la insensibilidad hacia el sufrimiento de las víctimas de
desahucios, algunas de las cuales prefieren darse muerte antes que verse fuera de sus hogares, en contraste con la cínica benevolencia
que se exhibe hacia sus acreedores bancarios, está llevando a los dos grandes
partidos, los que administran las instituciones en beneficio de la minoría, a una crisis sin precedentes en sus
expectativas de voto –entre PP.PSOE no llegarían ni al 40% del censo electoral
si se celebraran hoy las elecciones.
Y esto es un hecho terrible y a la vez esperanzador. Donde arrecia el peligro crece lo que nos salva, decía Hölderlin. La miseria creciente de la población junto a la
corrupción generalizada de todas las instituciones del estado: monarquía,
gobierno, órganos judiciales, partidos políticos, está generando la más
profunda crisis de legitimación del sistema democrático desde la transición,
abriendo las puertas a un modelo político y económico inédito.
Es el momento del gran cambio, no un
cambio de partido sino un cambio de sistema, no un cambio de jugadores sino un cambio en las
reglas del juego. Pero no para acabar con la política ni con los partidos, pues
no existe otro modo de autogobernarse 46
millones de ciudadanos. El reto es garantizar jurídicamente, al más alto nivel, el control efectivo de las instituciones
por parte de la ciudadanía. Lo que exige establecer mecanismos de participación directa
y democratizar los partidos, convertidos en estructuras jerarquizadas,
corruptas y opacas, sin capacidad de atender la satisfacción de las necesidades
colectivas.
La movilización de stop desahucios nos
da la clave de la estrategia más eficaz de resistencia y construcción social de
la que disponemos, señala uno de los talones de Aquiles del sistema: la movilización
popular organizada en torno a unas cuantas propuestas claras y justas, es decir
la iniciativa legislativa popular. Iniciativas que hacen visibles la voluntad
de la mayoría y desenmascaran la subordinación del gobierno a los poderes fácticos.
Los partidos son puestos por ellas en la texitura de mostrar de qué parte están,
a quién representan en realidad.
De entre las iniciativas legislativas
posibles que habría que llevar a cabo de forma inminente destacaría una:
aquella conformada por un conjunto de medidas que alcancen el eje de
flotación del sistema, haciéndolo oscilar desde un modelo oligárquico como el
actual, hecho por y para lo ricos, hacia uno de democracia participativa. Hablo de mecanismos
tales como listas abiertas, cambio de la ley electoral, derecho a revocar al
gobierno con un número de peticiones, obligación de admitir a trámite una
iniciativa legislativa popular, tipificar como delito el incumplimiento grave
del programa electoral, prohibición de las donaciones privadas a los partidos, etc. Esta propuesta legislativa, revolucionaria en el mejor sentido de la palabra, debería ser promovida, en aras del consenso, por una plataforma horizontal
sin adscripción política y sindical y a la que todas las fuerzas, grupos,
asociaciones y ciudadanos independientes se pudieran añadir si lo desean.
Se acerca el tiempo propicio, ya que los
grandes partidos, ayunos de apoyo, y cada vez más odiados por los ciudadanos, que empezamos lentamente a despertar de nuestra condición de súbditos, no querrán destacar ante la opinión pública por el rechazo a iniciativas tan numerosamente
respaldadas. Eso hará que se sometan por propio interés a las mismas o verán alzarse nuevos partidos que
las apoyen.
Dicho esto, opino que no bastará con la iniciativa popular ni con toda la movilización para transformar el sistema. Es condición necesaria pero no suficiente. No podemos renunciar al arma más poderosa de que disponemos para lograr una democracia real de forma pacífica: el sufragio universal -si el PP o el viejo PSOE volvieran a ganar las elecciones nuestro esfuerzo habría sido tan solo un brindis al sol. Solo en las urnas se puede iniciar un proceso constituyente con garantías de éxito.
Pero basta ya de reflexión, hartos de malas noticias alcemos, al menos por un día, nuestras copas para celebrar la primera gran victoria.
Dicho esto, opino que no bastará con la iniciativa popular ni con toda la movilización para transformar el sistema. Es condición necesaria pero no suficiente. No podemos renunciar al arma más poderosa de que disponemos para lograr una democracia real de forma pacífica: el sufragio universal -si el PP o el viejo PSOE volvieran a ganar las elecciones nuestro esfuerzo habría sido tan solo un brindis al sol. Solo en las urnas se puede iniciar un proceso constituyente con garantías de éxito.
Pero basta ya de reflexión, hartos de malas noticias alcemos, al menos por un día, nuestras copas para celebrar la primera gran victoria.
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