Lo ocurrido en Grecia, España, Italia o Portugal anuncia de forma palmaria y evidente una verdad que solo los ilusos se niegan a creer: el fin de un modelo de organización social que ha estado vigente desde la segunda mitad del siglo XX. Me refiero a la democracia liberal. Modelo basado en tres premisas fundamentales: En primer lugar la economía capitalista, es decir un modo de crear riqueza sustentado en el control privado de los medios de producción, que permite a una minoría gozar de un poder de decisión y riqueza infinitamente superior al resto.
En segundo lugar, la elección de los gobernantes mediante un sistema de partidos competitivos, no más de dos en la práctica, cuya verdadera función es organizar acuerdos entre los intereses del pueblo y las minorías dominantes a fin de dar estabilidad al sistema, evitando tanto el riesgo de revolución por parte de la izquierda como de golpe de estado por parte de la derecha. El objetivo de nuestros políticos no es, ni ha sido otro, que garantizar que los ciudadanos aceptemos la desigualdad a cambio de unos mínimos de protección social y económica (sanidad y educación gratuitas, jubilación, prestación por desempleo, etc.) para todos, lo que se ha llamado el estado de bienestar.
No nos hagamos ilusiones. Los partidos socialdemócratas, como el PSOE; y los liberal–conservadores, como el PP, han sido creados, y de ahí su grandeza y miseria, para preservar el poder de los ricos a cambio de que se garantice un nivel de vida escasamente aceptable para la mayoría de los pobres, amen de cierta prosperidad para las clases medias. La política es el arte de equilibrar la desigualdad de los pocos con la seguridad de los muchos.
En tercer lugar, el modo de vida coherente con este modelo político y económico es aquel cuyo ideal de felicidad se cifra en el consumo compulsivo de bienes y servicios: a mayor consumo mayor felicidad. Ideal inducido por la publicidad y necesario para dar salida al excedente de producción, cuya saturación amenazaría los beneficios de accionistas e inversores. Modo de vida, por cierto, insostenible en términos medioambientales (el planeta al borde del colapso) e insolidario con el resto del mundo (que agoniza en la miseria) y con las futuras generaciones (“Después de mí el diluvio”).
La democracia liberal no ha sido hasta ahora más que una enorme y útil pantomima inventada expresamente por los poderosos para conjurar el cambio, institucionalizar el conflicto y minimizar el riesgo de revolución. Logrando así que el debate no se plantee en términos de todo o nada sino de más o menos, antes o después. La demostración es sencilla. Si se hace una política económica verdaderamente de izquierdas, que grave a los ricos e implante medidas de igualdad efectiva, estos dejarán de invertir y la economía entrará en recesión. El desempleo y la falta de recursos públicos darán el voto a la derecha en las siguientes elecciones. Pero si se hace una política muy descarada a favor de las minorías pudientes, sacrificando a sus votantes más allá de cierto umbral, el partido de derechas que la lleve a cabo correrá el riesgo de perder los próximos comicios, ya que necesita para gobernar de la mayoría de los votos. Así que el aumento del paro contiene a la izquierda y el sufragio universal contiene a la derecha. Solo el centro es viable.
Esta es la razón por la que PSOE y PP, al margen de su intención y siglas, siempre tendrán la misma política económica. Su aparente confrontación es tan solo una estrategia para mantener viva la confianza del elector en que su voto servirá para algo, de que existe una auténtica alternativa. Pero la realidad desmiente la ilusión: Zapatero, en contra de su programa electoral, recortará los servicios públicos y congelará las pensiones; Rajoy, en contra de su programa, subirá los impuestos. Ninguno se atreverá, sin embargo, a meter el dedo fiscal en la llaga de los poderosos. ¿Hacen falta más pruebas?
Si bien es cierto, en honor a la verdad, que a pesar de que el modelo de democracia liberal no es otra cosa que una pantomima injusta, insolidaria e insostenible, ha sido la mejor forma de organización creada hasta la fecha, permitiendo un crecimiento económico sostenido durante más de cuarenta años y unos mínimos de bienestar para la mayoría. Mejor en la práctica que el comunismo chino, soviético o coreano, que nació como la gran esperanza de los pobres y se convirtió en la mayor decepción de la historia, o que el capitalismo salvaje y sin escrúpulos de la primera mitad del siglo XX, que tiene en EEUU su principal valedor.
Pero el pacto (injusto) entre clases antagónicas, vinculado al territorio nacional, que sostenía nuestras sociedades se ha venido abajo, se ha derrumbado como un terrón de azúcar al contacto líquido de la globalización. La mundialización de los mercados rompe en favor de los empresarios transnacionales el equilibrio de poderes que dio lugar a la democracia liberal. El capitalismo salvaje, defenestrada la alternativa comunista, ha destruido y devorado al moderado. El monstruo de Frankenstein, al que ingenuamente pretendía domesticar la socialdemocracia como a un dócil jumento, ha roto los grilletes, se ha desrregulado y campa a sus anchas sembrando de miseria y desolación la vieja Europa. Como antes hizo con Asia, África o América latina.
Dicho de otro modo, las minorías pudientes, mediante el control del capital financiero, que es la sangre de la economía real, solo que ficticiamente multiplicada, se han liberado del territorio y con él de los gobiernos y de los pueblos. Vivimos en la dictadura de los mercados, una dictadura sin tanques ni cárceles, pulcra y aséptica, a la que le basta apretar el botón de la deuda, reorientar el movimiento de los capitales, para ejercer un dominio absoluto sobre los Estados. La prima de riesgo es la pistola en la nuca de los nuevos golpistas.
Dicho de otro modo, las minorías pudientes, mediante el control del capital financiero, que es la sangre de la economía real, solo que ficticiamente multiplicada, se han liberado del territorio y con él de los gobiernos y de los pueblos. Vivimos en la dictadura de los mercados, una dictadura sin tanques ni cárceles, pulcra y aséptica, a la que le basta apretar el botón de la deuda, reorientar el movimiento de los capitales, para ejercer un dominio absoluto sobre los Estados. La prima de riesgo es la pistola en la nuca de los nuevos golpistas.
No soy pesimista ni agorero –la desesperanza les fortalece–, sino tremendamente realista al afirmar que nos van a abatir como a indefensos ñus. Vamos a ser exprimidos y empobrecidos hasta límites insospechados, sin la más mínima piedad ni compasión, como corresponde a una avaricia sin límites cuando dispone de un poder sin límites. Saben que ya no nos necesitan. Pueden emigrar a países más baratos y más dóciles. Europa ha dejado de interesar al capital. Demasiados gastos en comparación con China, India o Brasil. Cuanto antes nos demos cuenta de que estamos al borde del precipicio antes será posible comenzar el difícil proceso de liberación. Parte de ese proceso, en clave nacional, será reconocer que PSOE y PP, en su formato actual, pertenecen al pasado, como en su momento perteneció y por otras razones el Partido Comunista en su versión soviética. Acabada la farsa liberal que nos hacía creer que eramos representados por los cargos electos, la falacia de la representación política (ahora designan sin pudor las elites económicas directamente a los gobernantes), estos dos grandes grupos, a pesar de la buena fe de sus militantes, se han revelado como lo que son: partidos impostores, la traicionera herramienta de los mercados para disciplinar a los ciudadanos.
Empecemos hoy mismo a organizar la resistencia, no hay tiempo que perder, van a por nosotros, a por nuestros escasos bienes y derechos. Y no me mueve en esta proclama el más mínimo interés partidista. Buscad en google la palabra “Grecia” y mirad lo que les está pasando a quienes inventaron la democracia. Echan a los funcionarios, desmantelan la sanidad, privatizan las empresas, los indigentes se cuentan por millones, el paro se desboca. Y todo ello bajo el chantaje de los líderes europeos y las elites bancarias. Después irán a por nosotros. La voracidad del capital, como la del parásito, no conoce el sosiego mientras haya sangre en el cuerpo de la víctima.
Parte de nuestra resistencia ha de consistir en desenmascarar y controlar a la clase política, para evitar que nos haga rehenes de los mercados. Sin el control de los ciudadanos ningún partido es de fiar. Tampoco IU, EQUO o UPyD. No hay mejor forma de desenmascarar que someter al vampiro a la prueba del espejo. Espejo que no es otro que un modelo de democracia económica y participativa. Ningún tirano puede reflejarse en él.
O dicho de otro modo, para saber si un determinado partido está con el pueblo o contra él exijámosle que adquiera al menos cinco compromisos: 1) legislar mecanismos efectivos de control y participación ciudadana (para combatir el autoritarismo de los gobiernos), 2) creación de una banca pública a nivel nacional y europeo que facilite el crédito y elimine la especulación financiera (para combatir el poder de los bancos), 3) nacionalización de los bienes y sectores productivos estratégicos (para garantizar la soberanía nacional respecto al capital extranjero), 4) preservación de los servicios públicos universales y gratuitos así como de los sistemas básicos de protección social (para combatir la marginación y la pobreza) y 5) establecer un control de los servicios y empresas públicas a cargo de auditorías externas y de los propios usuarios, con un poder real para incentivar y penalizar la gestión (para evitar la burocratización e ineficiencia de lo público). Solo la lucha sin cuartel a favor de estos cinco puntos y la creación de un espacio autónomo articulado capaz de comenzar a construir la alternativa desde dentro del propio sistema puede todavía detener la barbarie y perforar mortalmente el corazón del vampiro.
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