martes, 19 de julio de 2011

El viejo compasivo y la gaviota




El anciano de ochenta y cuatro años estaba sentado en la playa, jubiloso de contemplar cómo el cielo diluía sus límites con el mar, mientras la luna, como ninfa extraviada, exhibía su  rostro en el cenit de la bóveda celeste. Todo era tan perfecto, tan dichoso…, que sintió cómo una voz, que representaba aquella belleza absoluta, lo invitaba a fundirse, a trascenderse. ”Simón  -le dijo- da tres pasos en dirección al vasto océano y seremos uno. Únete a mí y quedará saciada para siempre tu hambre de ser.”
El viejo lloraba de felicidad. Había llegado por fin su hora, el momento que siempre había soñado, donde podía al fin deshacerse de su ego y ser uno con todo. Los años de meditación, la severa disciplina, las constantes renuncias quedarían definitivamente atrás. Incluso la muerte, ya próxima, sería incapaz de destruir la beatitud que estaba a punto de alcanzar.
 Pero fue en ese momento, mientras todo su ser gritaba sí, cuando vio Simón, a unos cien metros aproximadamente, que a una pequeña gaviota se le había enredado la pata izquierda en una vieja red de pescadores, que yacía abandonada.
Al percibir los vanos esfuerzos del pobre animal para desanudarse, que presagiaban una muerte segura, Simón suplicó a la voz le permitiera unos breves segundos antes de completar la dulce entrega.
Pero la voz, persuasiva y cadenciosa, le respondió: “Los dolores del mundo son parte de la vida, del ciclo eterno de las causas y efectos. De nada te servirá socorrer a esa avecilla infeliz. La salvarás de la muerte hoy, pero no podrás salvarla mañana o quizá al día siguiente, mientras que a ti te ha sido concedido el enorme privilegio de la iluminación, el privilegio de escapar del sufrimiento para siempre. Al igual que un Dios, solo hay una oportunidad. Si vacilas la perderás.”
Simón, con expresión triste pero decidida dijo a la voz: “Vete pues, añorada plenitud, si no puedes esperar. No puedo dejar a ese pequeño animal indefenso sufriendo hasta morir”. Y se alejó con paso firme en dirección a la gaviota.
Cuando el animal se supo libre, se elevó indiferente hacia las alturas.
Entonces algo inexplicable sucedió. La noche, el cielo y el mar, y toda su belleza contenida, avanzaron tres pasos hacia Simón y se fundieron con el corazón del anciano.
              
Un bodhisattva, en el budismo mahayana, es quien, por compasión, aplaza la iluminación hasta liberar a todos los seres del sufrimiento.

               

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