viernes, 1 de julio de 2011

PAN Y VINO

PAN Y VINO

Hace dos días me desperté nervioso y excitado. De tan feliz no podía dormir. Sabía que si era capaz de volver a experimentar, como la primera vez, el sonido de la lluvia, el andar de los mulos al romper al alba, el brillo de la tarde deslizándose furtivo por el ventanillo, desaparecería esa sensación de vacío que a menudo me oprime.
Logré mirar a través de los ojos de Cristo el pan y el vino. La experiencia es muy potente, pero cualquiera puede acceder a ella si se vuelve suficientemente ignorante.
Aquel hombre no era Dios, como nos han contado. Lo único que lo distinguía era una enorme sensibilidad para contemplar lo sagrado en todas partes. Me explicaré.
Sentado junto a sus amigos en aquél páramo de Judea, tomó el pan y descubrió con asombro su color terroso, el olor a trigo molido, los inmensos campos de espigas, la harina amasada con manos ansiosas, los ojos esperanzados de las mujeres al aproximarse la cosecha, la paciencia amarga de los hombres… Veía la tierra tal y como es, asolada por infinitos gozos y dolores.
Algo similar le ocurrió con el vino. Observaba en su color bermellón, en su aroma a sándalo y canela silvestre, la generosidad de las vides, la compleja maquinaria con la que esos vegetales apuran el besuqueo del sol y lo hacen estallar en millaradas de racimos.  La incomprensible complicidad ancestral que permite a un simple fruto fermentado despertar la dicha y  aflorar la fraternidad.
 Pasmado y devoto por lo que estaba viendo, aquel hombre bueno, que compadecía a un Dios incapaz de ver el reflejo de la luz en un campo de amapolas, realizó su último y definitivo prodigio: transformar a ese pobre monarca indigente en algo palmariamente superior: una hogaza de pan blanco y una vasija de vino, con la que unos cuantos amigos honran la vida al caer la tarde.

Esta es la religión verdadera, la que nuestros hermanos judíos, musulmanes y cristianos se resisten a aceptar. Declaran insuficiente lo real porque sus corazones no contemplan lo divino con solo abrir los ojos. No es insípido el alimento sino la boca que lo degusta. 

AMEN

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