domingo, 31 de julio de 2011

Aguas blancas



Salía de entre la espuma
con su animal desnudo,
sabiendo que yo,
desde la arena,
la miraba.

Aturdida por el amor que percibía
fijado a su silueta
como  rehén solícito,
su conciencia iba dispersa
en incontables defectos
que su afán de complacerme,
cual poeta aciago, inventaba.

Es cierto que un otoño,
aún pleno y rojizo,
hacía presagiar, como a lo lejos,
el ocre exilio de las hojas.
Y que el recuerdo de su cuerpo antiguo
le hería, en cada poro,
por temor a no colmar mi mirada.
Tanto me quería.


No podía ni imaginar que otro poeta,
desde el centro mismo de mi sangre,
la dibujaba para mí
como agua a sed,
savia pura,
fruta del aire.

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