sábado, 22 de octubre de 2011

EL INFORTUNIO DEL NIÑO JORGE ARÍSTIDES. UNA HISTORIA REAL. (los nombres auténticos, salvo el de Coralie, los he omitido por discreción y respeto a la privacidad)




Con tan solo diez años de edad Jorge Arístides Poveda se enfrenta a un invisible y terrible depredador. Una crueldad salvaje e impersonal albergada en el interior de sus genes, llamada Distrofia muscular de Duchenne, se  va extendiendo, como un veneno lento, por su frágil musculatura. Nada se puede hacer humanamente por combatir el proceso degenerativo. Se trata de una sentencia de muerte ante la que no cabe apelación.
Fatiga, debilidad muscular que comienza en las piernas y la pelvis, pero que también se presenta con menos severidad en los brazos, el cuello y otras áreas del cuerpo; pérdida de habilidades motoras (correr, bailar, saltar), caídas frecuentes y progresiva dificultad al caminar. Esos son los síntomas de esta abominable dolencia.
Desde hace dos meses el pequeño Jorge requiere un aparato ortopédico para ir a la escuela y, con toda probabilidad, a los doce años habrá de desplazarse en silla de ruedas. Él aún no sabe que cuando la atrofia, en su tenaz asedio, alcance órganos vitales, principalmente el corazón, tendrá que abandonar este mundo para siempre. Nunca más tarde de los veinte años.
Juliana y Manuel, apesadumbrados por la nefasta lotería trasmitida por ellos mismos en el amoroso instante de dar la vida, cual si se tratara del cruel ensañamiento de una aciaga divinidad, se debaten desde el inicio de curso entre exigirle la debida responsabilidad por sus estudios, como a cualquier niño de su edad, o ceder con indulgencia ante quien de forma inevitable carece de cualquier futuro académico o profesional.
 La madre se inclina por la primera opción, aunque probablemente se trate de una forma inconsciente de negar la realidad. El padre, por la segunda, ya que a su modo de ver solo una felicidad ligera, sin la menor carga de responsabilidad, debía coronar una vida tan extraordinariamente breve. Ya son demasiados los sufrimientos naturales para añadirles el peso del esfuerzo y la disciplina.
Ha triunfado, no sin un grave desgaste en la pareja, la primera opción. Hay en ella un canto a la dignidad. La desgracia no merece que se le rinda ningún tributo. Menos, el de convertir a su hijo en una víctima ignorante y malcriada por mor de la enfermedad. Qué mayor bien se le podría dar que el de  honrarlo, aunque sea por escaso tiempo, con las excelencias de la cultura humana.
En cualquier caso estaba cercano el momento en que el  despertar de la  infancia llevaría a Jorge a tener que enfrentarse con su pavorosa peculiaridad respecto a sus compañeros. Se preguntaría rabioso: ¿por qué solo a mí y a ellos no? Pregunta a la que nadie sabría dar respuesta. Tal vez por eso, desde unas semanas acá, su carácter vivo e inquieto había experimentado un giro alarmante. Se mostraba lánguido y distraído en clase, como presa de una intensa melancolía.  Padres, profesores y Coralie, la orientadora del centro, entendieron que quizás había llegado la hora de ayudarle, con los más delicados y eficaces resortes de la psicología infantil, a afrontar una verdad que ni siquiera los adultos más ecuánimes estarían preparados para asumir con entereza.
Entró cojeando en aquel pequeño despacho pintado de azul  y suelo deslucido,  con un gran ventanal al fondo rodeado de estantes repletos de volúmenes. Detrás de una mesita baja, con algunas fichas de colores esparcidas por doquier, que daban una sensación de ingenua calidez, se encontraba Coralie. Los ojos del niño miraban con atención a aquella adulta que lo había llamado para hablar con él.
Con un tono de franca complicidad, se dirigió a él:
–Jorge, últimamente te estoy viendo un poco triste. Me gustaría que me contaras lo que te  preocupa. Seguro que podré ayudarte.
En contra de lo que había previsto, no hubo el más mínimo rodeo o resistencia por parte de Jorge para abrirle su corazón. Debía estar al límite de sus fuerzas. Necesitaba sincerarse.
–Te lo cuento pero es un secreto.        
–No te preocupes, no se lo contaré a nadie si tú no quieres. Te doy mi palabra– lo tranquilizó la orientadora.
Y empezaron a salir de la boca de aquél niño, tocado por el infortunio, palabras desconcertantes.
–Mi problema se llama Enrique Madrid.
–¿Cómo has dicho Jorge?
–Sí, he dicho que se llama Enrique Madrid, se sienta al final de mi clase y me tiene manía porque le gusta la misma chica que a mí: Sofía. Y el tontorrón me apunta sin haber hablado–. La orientadora se quedó pasmada, boquiabierta con aquella declaración cargada de patetismo. Los ojos de Jorge estaban enjugados en lágrimas.
–¿Entonces te gusta Sofía?
Sí, estoy enamorado de ella. Le hago poemas y le doy bocadillo pero ella no me hace caso. ¿Qué puedo hacer para conquistarla?, ¿no has dicho que me ayudarías?
Así que no era una enfermedad absurda y letal, no era la ausencia de futuro, el presentimiento de una muerte cercana, la debilidad muscular o el sufrimiento de su familia lo que le angustiaba. Era Eros, la ancestral pasión amorosa la que preocupaba su mente y ocupaba su corazón. Como en el origen del mundo, también de una forma prematura, el sentimiento de la belleza había llegado a aquella criatura para bendecirla, dotándola del único antídoto que dispone el ser humano contra el sinsentido: el amor. Del fondo terrible de la vida brotaba una extraña piedad.

2 comentarios:

  1. Comprendo el sentimiento de quien escribe y del niño, pues soy abuela de Joel, con la misma enfermedad e iguales sentimientos. Le abrí un blog: distrofia muscular, reflexiones de un adolescente, donde transcribo pensamientos suyos en forma textual.

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  2. Un canto a la tristeza y a la compasión, pero también a la dignidad de ese niño que, aunque podría haber sido privado de todo lo bueno por su enfermedad, ha sido (digamos "bendecido", ¿de acuerdo?) con una vida "normal", al menos por ahora. Con preocupaciones corrientes, sentimientos corrientes, actitudes corrientes. Un gran éxito por parte de sus padres y educadores.

    PD: Tu obra es admirable, Isabella. Mis ánimos.

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