jueves, 1 de marzo de 2012

INSTITUYAMOS EL MONSTRUO



                                  









                                         Sé el cambio que quieres ver en el mundo
                                                            Gandhi

  Es en el nuevo mundo de los monstruos (alteraciones insólitas y no previstas del orden político) donde la humanidad ha de aprender su futuro.
                                                                                  Toni Negri


No es suficiente con protestar, quejarse, denunciar o movilizarse contra  el sistema para dejar de estar atrapados en él. Contra el sistema, por cierto, responsable de la crisis global, las hambrunas, el colapso ecológico, el desempleo, los conflictos violentos y el miedo al futuro que atenaza a tantos hombres y mujeres. A veces pienso que nos asemejamos en nuestras luchas a esos pobres insectos prendidos en el tejido adhesivo de la araña, que se debaten en inútiles manotazos contra un enemigo pegajoso y temible, hasta la total extenuación.
Lejos de mi intención restar importancia a las huelgas, concentraciones, manifestaciones, panfletos informativos, asambleas o protestas en las redes sociales; y todo con el fin de desgastar al adversario, destruir sus argumentos, limitar la dureza de sus embestidas  y dejar al descubierto sus motivos ocultos. Tácticas todas ellas sin otro destino que la generación de una opinión pública desfavorable al gobierno de turno, que pudiera hacerle  perder las próximas elecciones. Pero supongamos que lográsemos nuestro objetivo. La pregunta ineludible es: ¿para qué serviría? Para dar el gobierno al PSOE en los siguientes comicios -igual que el 15 M y la huelga general, en contra de su intención, se lo dieron al PP-, con lo que el Sistema seguirá su curso y la rueda rotará una y mil veces.
Es difícil comprender la oportunidad de mi reflexión en  un momento de gruesa ofensiva contra el estado de bienestar y de endurecimiento de la legislación en materia laboral. Solo digo que, aun siendo necesaria, no es suficiente con la contestación al orden establecido. Es preciso construir alternativas viables al sistema, poner la imaginación social en marcha, demostrar en la práctica que otro mundo es posible. En ausencia de otras formas de producir, consumir, pensar o sentir, el cambio que deseamos nunca ocurrirá.
 Es cierto que hay partidos, como IU u otros, que dicen disponer de esas alternativas, pero no tendrán jamás la oportunidad de demostrarlo. Como señalé en un artículo anterior, el sistema está perfectamente diseñado para excluir electoralmente modificaciones significativas a sus reglas, tanto por la izquierda como por la derecha. No seamos ingenuos, mientras la economía sea capitalista, los políticos no estén sometidos por mecanismos de control popular y los ciudadanos nos reduzcamos a la condición de pasivos e insaciables consumidores de bienes y servicios, el actual escenario de miseria y desigualdad no puede sino incrementarse.
La ley electoral, que jamás será modificada porque choca con el interés de los dos partidos –amén de los nacionalistas– que tienen poder para cambiarla; el voto útil, que confiere la confianza mayoritaria a grupos políticos con alta probabilidad de gobernar (dos en la práctica); la dependencia del capital privado para crear riqueza y empleo; el control oligárquico de los principales medios de comunicación; la pérdida de soberanía nacional en beneficio de la unión europea; y el conservadurismo de la mayor parte de la población, ayuna de conciencia crítica, adicta al consumo e idiotizada por el fútbol y la telebasura, habrán de resultar un muro infranqueable a nuestras tentativas de transformación política en el marco de las instituciones del sistema.
Y por si no fuera bastante desconsolador añadiré que tampoco me parece viable, a pesar del romanticismo que despiertan, iniciativas como comunas, mercadillos hippies  o ecoaldeas. Muy pocos estarían dispuestos a dejarlo todo para irse a una pequeña aldea sin ordenador, escuela pública o medicinas. La alternativa, si es que la hay, tiene que ser viable, realista y generalizable. Ha de ser también mixta, es decir, permitir una doble pertenencia, una doble ciudadanía: al estado actual y al entramado jurídico constituido entre sus resquicios por una nueva voluntad soberana. No hablo de utopías. Solo se puede construir un mundo alternativo sobre los cimientos del anterior. En la historia no es posible un comienzo absoluto.
El reto consiste en arriesgarse a cambiar el modo de vida, amarrado a lo seguro y ya conocido, dejando progresivamente de colaborar con las instituciones que estimamos injustas mientras abrimos un cauce a la creación de un tejido institucional político, económico, ecológico y cultural diferente. A la élite dominante le da igual que les votemos o no, les censuremos o no, mientras sigamos comprando sus productos, poniendo nuestros ahorros en sus bancos, consumiendo su telebasura, utilizando sus energías contaminantes, desplazándonos en sus coches, trabajando para sus empresas, rigiéndonos por sus modas y haciendo de sus intereses el motivo de nuestros sueños y aspiraciones. 
                 Lo realmente subversivo es recuperar el control de nuestras vidas,  hacernos responsables de nuestras decisiones cotidianas –también las que realizamos como productores y consumidores–, convertirnos en cocreadores de un entorno social más amplio, que rebase los límites de lo personal y familiar.
 Recuso parcialmente la estrategia de gran parte de la izquierda actual, empeñada en invertir todos sus esfuerzos económicos y organizativos en ganar elecciones, la vieja táctica comunista y socialdemócrata de tomar el poder para cambiar el mundo. Creo que ha llegado la hora de que empecemos también a cambiar nuestro pequeño mundo, nos reubiquemos en la esfera de nuestro poder real, para tal vez mañana llegar a tomar el poder. Ambas estrategias no tienen por qué ser opuestas, la herida abierta en el siglo XX entre anarquistas, comunistas y socialdemócratas debe cerrarse.
Una masa ilustrada y educada en instituciones alternativas, que participe asimismo en la parte menos corrompida del modelo vigente, puede  llegar a convertirse en un sujeto político con suficiente envergadura para modificar las estructuras de dominación desde los procedimientos del propio sistema. Prescindir de la construcción de lo nuevo en favor de una movilización electoral o sindical perpetua, constituye desde mi punto de vista un callejón sin salida, una enorme brasa en la que arderán estérilmente nuestras más nobles energías, la legítima ansia de un mundo mejor.
Opino que al menos una parte de nuestras fuerzas de combate deben replegarse, volver del frente,  a fin de comenzar a diseñar un proyecto inédito y ver la forma de convertirnos en él; compadecer la demolición con la albañilería fina. Ya existen experiencias, tradiciones y relatos que caminan en esa dirección. No hay que empezar de cero en la ingeniería del cambio. Además de la creación de un Banco ciudadano, que expuse en otro lugar –que daría contenido a nuestra libertad financiera–, una iniciativa que me ha parecido especialmente sugerente, y que tomaré como referencia para  mi propuesta, se denomina Cooperativa Integral y está funcionando con éxito en Cataluña. Se trata de una cooperativa de producción y consumo, amparada hasta cierto punto en el marco jurídico estatal, que dispone de su propia moneda social para medir los intercambios y funciona según unos principios económicos no capitalistas.
Sea ese u otro el modelo organizativo que adoptemos, a mi parecer las premisas que debería cumplir para no ser absorbido serían éstas: toma de decisiones directa por parte de los afectados (hacer todos política para eliminar a los políticos); economía cooperativa y no lucrativa (que elimina las figuras contrapuestas del empresario y  el trabajador); respeto a la naturaleza (que pone fin de la obsesión ecológicamente suicida por el crecimiento); y promoción de un modo de vida cuyos valores inspiradores no sean acumular posesiones, devorar objetos, ser admirados, consumir drogas o competir para ser superiores a los otros;  sino antes bien cuidarnos mutuamente, promover los innumerables goces de la vida civilizada y desarrollar de un modo excelente nuestras capacidades (lo que nos aliviará de la permanente insatisfacción).
Os invito a aunar esfuerzos para tratar de producir  una mutación en los genes del sistema, injertar en su piel putrefacta un tejido vivo cuyo ADN no sea capitalista ni burocrático, sin por ello desligarse de las ventajas que ofrece el reconocimiento formal de nuestras libertades y una parte de la prosperidad que hace posible el desarrollo técnico. A esta red alternativa, este benévolo monstruo político –frente al estatu quo–, se irían incorporando individuos, asociaciones o empresas con idéntico genoma organizativo, en la medida exacta de sus deseos y posibilidades. La multiplicación de nuestras fuerzas en red podría permitirnos una mayor autonomía respecto al modo de vida hegemónico, incrementando exponencialmente nuestra influencia política.   Serviría de colchón a parados, trabajadores y autónomos; disfrutaríamos de una vida más íntegra y acorde con nuestros ideales; contaríamos con mayor densidad de buenas personas a nuestro lado -sin incurrir en los riesgos de sectarismo que conlleva el aislamiento extremo-; y viviríamos mucho menos centrados que ahora en nuestros enemigos políticos, a los que impediríamos  de ese modo marcar la agenda en exclusiva.  
¿Cómo se llevarían a cabo esos principios?, ¿Cómo funcionaría en la práctica? Permitidme que vaya desgranando en sucesivos artículos del blog algunas ocurrencias y bocetos que estoy elaborando para dar respuesta a estas preguntas. Pobres borradores hasta el momento en que la inteligencia colectiva le de forma y sustancia.

                     

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