miércoles, 28 de septiembre de 2011

Los homófobos no tienen derecho a masturbarse


Soy heterosexual por inclinación o tal vez por presión ambiental, tanto da; no tengo motivos para avergonzarme ni para enorgullecerme de ello. Simplemente cierto día al ver a una mujer tuve la certeza y basta. Si hubiera podido elegir habría optado por la bisexualidad, aunque solo fuera porque de ese modo tenía  el doble de posibilidades de ligar que los demás. Debe ser reconfortante pasar a una discoteca y saber que desde las gogóos hasta el diyei,  el cien por cien de los allí presentes son carne de cañón para una noche loca.
Reconozco, por eso mismo, que siempre me han molestado quienes se atreven a juzgar con tanta severidad a sus semejantes por cosas que no han elegido. Recuerdo cierto día a un curtido bocarán, peludo y maloliente, que vociferaba en medio de un coro de serviles admiradores lo macho que era, despreciando con gestos airados a los que llamaba “maricones”.
–Si a mí se me acerca un julandrón de una hostia le arranco la cabeza   –clamaba sacando pecho ante las risas infames de su cohorte.
Tanto me molestaron aquellas manifestaciones de rancia homofobia que decidí dirigir una pregunta a aquel fanfarrón de mente obtusa al que conocía desde hacía tiempo.
–Perdona, por lo que oigo tú eres más hombre que nadie.
–¿Es que lo dudas? Pertenezco a una especie en extinción. Ya no hay tíos como los de antes. ¡No hay más que maricones! Así que por mí que se vayan todos a tomar por culo.
Y de pronto comenzó a brotar de aquel caparazón hueco que tenía por cabeza una risa histérica en medio de enormes aspavientos, orgulloso del enorme ingenio que para él suponía su última frase.
Momento que aproveché para iniciar, como un taimado trilero, una perversa retórica de provocación.
–Entonces, ¿supongo que te dará asco tocar el miembro viril de un hombre?
Al oír aquella pregunta inesperada empezó a removerse de nuevo, pero esta vez como un herido puercoespín, haciendo gestos y sonidos desagradables con los labios, como si fuera a desguazarse. Había escandalizado su honor de corzo ibérico. “Uahhhhgrrrr” “Uahhhhgrrrr” gruñía con asco, como si la imagen del pene de otro hombre en su mano se le hubiera instalado  en la imaginación cual parásito visual y tuviera que arrojarla del cuerpo a manotazos.
 –¿Pero cómo  te atreves?, ¿qué te has creído, que yo soy un repugnante chupapollas?
–No me valen tus palabras –contesté con tranquilidad– ¿No me digas que no te has tocado nunca el pene?
Estupefacto por la pregunta, no lograba adivinar mis oscuros propósitos. Pero no pudo evitar sonrojarse y  enfurecerse. Con toda evidencia ese individuo era, como mínimo, de masturbación  diaria.
– ¡Pero qué cojones tendrá que ver!, ¡¡No me jodas!!                 –protestaba– ¡¡No es igual, no es lo mismo!!¡Eso que dices es una gilipollez!
–Pero el pene de un macho es el pene de un macho –le objeté yo con no disimulada malicia–. Lo único que cambia es la titularidad del pirulí. ¿Qué pensarías de alguien que presume de sentir repugnancia por la coliflor y luego se las come con fruición, de dos en dos, cuando las produce en su huerto?
Por su mirada confusa, sé que percibía que de algún modo le estaba tomando el pelo pero no acertaba e encontrar el fallo, si es que lo había, en mi razonamiento.
– ¡No me vas a liar con ese rollo filosófico!, ¿o es que me estás llamando maricón en mi cara?
– Solo te lo digo para que tengas cuidado; quien juega con el manubrio de un hombre una y otra vez, aunque sea él mismo, está a dos pasos de jugar con el manubrio ajeno.
Los ojos se le inyectaron en sangre, estaba al borde de perder el control. Aunque lo conocía de toda la vida un mínimo sentido de la prudencia me indicaba que la situación empezaba a ser comprometida. Tenía que lanzar el último petardo a la hoguera y marcharme.
– ¡Tú te estás quedando conmigo! ¿Me quieres decir de una puta vez lo que piensas de mí?
–Te lo diré si no te ofendes.
– ¡Escupe!
 –Opino que puesto que te gusta tu pene, es decir el pene de un macho, eres  un típico homosexual narcisista. Vamos, gay y egocéntrico al mismo tiempo, con escrúpulos sociales, un gay tímido si quieres, que se abstiene de disfrutar del pene ajeno porque tiene bastante con el suyo. Pero no te critico. En ser homosexual no hay nada malo.
Si no saltó sobre mí en aquél instante fue porque a la ira se le unió un desconcierto paralizante, y porque los espectadores lograron contener a duras penas las carcajadas. Si mi cálculo era correcto el orgullo de aquel cantamañanas había llegado al límite de su resistencia.
Así que salí de aquel homófobo avispero como alma que se lleva el diablo, seguramente hacia Chueca.
                                


Nota: Reclamo transigencia también para quienes, como yo, sentimos cierto escrúpulo, cada vez menor, al contemplar las prácticas homosexuales, debido a los prejuicios adquiridos en la infancia. Lo que nos diferencia de los homófobos es que entendemos que somos los portadores del prejuicio quienes debemos cambiar nuestra actitud y no el homosexual su práctica.



No hay comentarios:

Publicar un comentario