Jóvenes católicos del mundo, ya que no podré ir a recibir a su Santidad en su viaje a Madrid, ¿seríais tan amables de hacerle diez sencillas preguntas en mi nombre?
Preguntadle por qué la mujer está excluida de la orden sacerdotal, por qué no puede consagrar el pan y el vino, por qué no puede ocupar puestos de autoridad en la jerarquía eclesiástica, por qué no puede haber una Mama. ¿Es que Cristo era machista y misógino?
Preguntadle por qué discrimina a los homosexuales por algo no elegido como su inclinación sexual, considerando sucia y pecaminosa su forma de expresar el amor. Si la homosexualidad, según él, es mala por ser antinatural, por qué prescribe entonces la generosidad o la justicia, cuando lo natural es el egoísmo? ¿Es que Cristo era homófobo?
Preguntadle por qué los sacerdotes tienen que renunciar a experimentar el afecto de una mujer y el cariño de sus hijos, condenando a algunos de ellos a graves carencias afectivas que los precipitan en morbosas desviaciones sexuales, como la pederastia, que luego se ocultan en los sótanos del Vaticano para ultraje de las víctimas. ¿Es que para Cristo no era suficientemente digna la familia como para permitirla a sus servidores?
Preguntadle por qué prohíbe el uso del preservativo, castigando a millones de hombres y mujeres, los más pobres de la tierra, con una muerte terrible y segura; por qué rechaza los medios anticonceptivos haciendo imposible una paternidad responsable. ¿Es que para Cristo es preferible morir de sida antes que hacer el amor?
Preguntadle por qué la Iglesia se sigue aliando con los ricos y poderosos, dejando arrinconados a los más débiles, a los que considera dignos de caridad pero no de justicia; por qué acumula tal patrimonio mientras multitud de hijos de Dios agonizan en silencio; por qué se entiende tan bien con el capitalismo, el fascismo y el franquismo mientras trata con cruel severidad a los curas obreros y a los teólogos de la liberación. ¿Es que Cristo era elitista, amaba el dinero y no se compadecía de los pobres?
Preguntadle por qué la Iglesia no es una democracia, donde las comunidades de base y los seglares tienen un poder real en el diseño del proyecto cristiano, sino una teocracia donde un solo hombre acapara el poder absoluto y habla de un modo infalible. ¿Es que Cristo no era demócrata?
Preguntadle por qué prohíbe el divorcio, impidiendo la posibilidad de rectificar en el amor que asiste a toda persona madura; por qué una mujer o un hombre no pueden rehacer su vida con otra persona si su anterior pareja la maltrata, la abandona, la engaña o la hace infeliz. ¿Es que para Cristo el matrimonio es una forma de cadena perpetua?
Preguntadle por qué se opone a la eutanasia cuando una enfermedad incurable y dolorosa hace que la vida pierda su sentido, imponiendo además la experiencia de un dolor terrible y absurdo a los no católicos. ¿Es que Cristo prefiere la tortura de vivir a la dulzura de morir cuando ya no hay remedio?
Preguntadle qué tiene contra la sexualidad y el cuerpo, a los que odia hasta el punto de venerar el ideal de una mujer castrada, la virgen María, a la que honra como madre y desprecia como mujer. Si la sexualidad fuera tan sucia como para ser incompatible con el nacimiento de Cristo, por qué Dios la habría creado. ¿Tiene Cristo algo contra la vida?
Preguntadle por qué se aprovecha de los impuestos de los no católicos para lanzar su mensaje, por qué utiliza las instituciones públicas para hacer proselitismo, por qué mantiene un privilegio estatal frente al resto de creencias y religiones. ¿Es que Cristo no sabía diferenciar entre Iglesia y Estado, entre lo que es del César y lo que es de Dios?
Solo os pide, quien también fue joven y católico, que no os comportéis como borregos ante sus respuestas. Analizadlas y meditadlas con esa inteligencia que Dios os ha dado. El mayor pecado que un hombre puede cometer es renunciar a pensar por sí mismo, actuar como una res que deja su alma en manos de prestigiosos pastores. No es mi intención confundiros ni destruir vuestra fe, pero tenedla en Cristo, no en el Papa. Al menos no en el Papa de mis pesadillas, sino en el Papa de mis sueños, del que en tres días os hablaré. AMÉN
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